EL MONÓLOGO Nº018
Por algo se empieza…
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José Moreno García *
Por algo se empieza
Mucho se habla estos días de lo que sucede con Juan Carlos I, el rey emérito. Unos hablan de que ha huido y otros no entienden lo de su salida de España. Los primeros, incluso dicen que se ha ido antes de que comience su periplo judicial y que los poderes públicos han mirado hacia otro lado o han cooperado para su marcha.
También estos días hemos vuelto a oír, muchas veces, aquello de “yo soy republicano, pero me he hecho juancarlista”, como si quisieran unirse a una moda y marcar distancias. Lo cierto es que de todo esto se puede hablar porque, en su día, ese rey que ya no lo es, pues abdicó el 2 de junio de 2014, realizó las necesarias reformas políticas en esta España en la que le han salido enemigos hasta sin necesidad.
Desde hace tiempo, más o menos desde el 2015, el sentimiento republicano ha ido aumentando en una población que refrendó la Constitución que hoy nos rige y que nos dio una monarquía parlamentaria en la que el jefe del Estado, el Rey, no gobernaba. Los que salieron de aquellas concentraciones del 15M ni sabían de Derecho Constitucional ni conocían, en su mayoría, lo que sucedía en este país hasta que Juan Carlos I trajo la democracia, la libertad de elección, los partidos políticos y la forma de gobernar en alternancia, siempre en función de lo que los ciudadanos eligieran en las urnas.
Hasta ahora se ha creado una especie de silogismo en el que ser de izquierdas era casi sinónimo de abrazar el republicanismo como modo de gobierno. Los que así piensan nunca se plantean que podríamos tener, por la fuerza de los votos, un presidente de derechas. Es decir, que podría haber sido Aznar, o Rajoy. ¿qué pasaría en este país nuestro, tan dado a los extremos, si tuviéramos un jefe del Estado de derechas y un presidente de Gobierno de izquierdas? O a la inversa. Es un dilema al que nunca nos hemos enfrentado y que muy posiblemente nos llevaría a unos choques, primero dialécticos y posteriormente de otra clase más virulentos, que traerían recuerdos de un tiempo pasado que fue mucho peor.
Ahora mismo estamos asistiendo a una cacería de una institución que les molesta a algunos, y que distrae el debate de otros asuntos muchos más graves para la ciudadanía, como es qué vamos a hacer con la caída del producto interior bruto, los expedientes de regulación temporal de empleo, los despidos que anuncian las grandes compañías o el uso de los remanentes que las corporaciones locales han ido acumulando en sus cuentas públicas en unos años en los que la bonanza económica permitió recaudaciones extraordinarias.
Además del objetivo de esconder o no dejar que se produzcan esas discusiones públicas y cómo lo afrontarían cada una de las opciones políticas, está la otra finalidad que es la de debilitar la estructura del Estado con instituciones más frágiles, al menos en sus comienzos, con las que manejar e imponer sus criterios.
Hace algún tiempo, hablando con un venezolano culto y de pro como Guillermo González, Fantástico, (q.e.p.d.) me advertía del peligro de la llegada al Gobierno y a las instituciones de formaciones populistas como Podemos. Me decía que entraban sigilosamente y poco a poco iban debilitando los organismos del Estado para aumentar su poder e implantación. Relataba que eso había pasado en Venezuela con la llegada al poder de Hugo Chaves y todo su entramado. Yo le respondía que eso nunca pasaría aquí porque teníamos una estructura fuerte, para equilibrar o rechazar los desmanes. Él simplemente respondía con un lacónico “tiempo al tiempo”.
Hoy recuerdo aquellas conversaciones y veo que aquí estamos empezando una ola de pusilanimidad que nos llevará a discutir sobre toda la estructura orgánica del Estado. Por eso, me da, que han empezado por la Casa Real, por el rey que se fue, por su hijo, que hoy está al frente, y porque no hay un gobierno fuerte que despeje las incógnitas. Si a eso le añadimos la situación económica de incertidumbre y los negros presagios de lo que viviremos, estaremos ante un cóctel propicio en el que mucho incauto se unirá a un clamor que puede que sea moda.
No quiero que estas palabras sirvan de excusa para dar por bueno todo lo que ha hecho el rey emérito. Creo que se ha equivocado mucho y muy mal. Juan Carlos I se equivocó en sus líos, tanto los financieros como los amorosos, no supo explicarnos qué hacía en un país africano matando elefantes ni su concepto de fidelidad matrimonial. Pero tampoco soy nadie para decirle a nadie con quien se tiene que liar. Es decir, no es el comportamiento que esperaríamos de un jefe del estado y menos aún del que está en el pico más alto de las responsabilidades de un país.
Y luego tenemos las otras premisas. A ningún español se le puede echar de su país, a menos que exista una sentencia de destierro o de extrañamiento y aquí no se ha producido nada de eso. Ni hay sentencia, ni está imputado ni se le ha abierto ningún proceso penal. Y si lo hubiera, lo que menos se pensaría es que lo poderes del Estado pactaran su salida del país.
Este es un debate interesado que fuerzan unas fuerzas políticas que hoy están en el Gobierno, en el Congreso de los Diputados, en el Senado, en Parlamentos Autonómicos, en Ayuntamientos, en Diputaciones y en los Cabildos canarios por una constitución encargada por ese rey al que hoy rechazan. Quieren que discutamos de eso y no de las medidas que están tomando sobre qué debe primar, si la economía o la salud. Las distracciones pueden ser varias -el circo romano de siempre- pero el fondo es qué nos debe dar de comer.
Han creado pagas para subvencionar la parálisis laboral, han estipulado ayudas a las viviendas sociales, reparten dinero a mansalva sin saber de dónde lo extraerán y crean estados de opinión con barómetros amañados. Todo eso con ideas de igualarnos por debajo, en la pobreza, y en la que cualquier ostentación de riqueza, por escasa que sea, no está exenta de crítica y vilipendio.
En los regímenes totalitarios unos pocos, muy pocos y generalmente dirigentes políticos, viven muy bien y el resto lo que pueden, generalmente si esos pocos están cerca de los cabecillas recogen algunas migajas y difunden sus parabienes. El pueblo llano malvive y se mantiene como puede, los que mandan derrochan y viven placenteramente.
Insisto, algo habrá que hacer. Investigar, ver si hubo comisiones, de qué y qué buscaban, si Juan Carlos de Borbón creyó que nada lo detendría, si la moralidad es un concepto que hay que explicarle, si debe dar cuenta de todo lo que ha hecho tras abdicar y si no estamos en un juego espurio en el que una amante despechada y un comisario de policía sin escrúpulos están sirviendo a los intereses de los que han visto una grieta en los que meter su pata de cabra.
Pero eso es muy diferente a poner en solfa a todo el edificio orgánico del Estado. Felipe VI renunció a la herencia de su padre, repudió a su hermana y parentela para que se viera que no tenía nada que ver con tejemanejes de corrupción. ¿Qué más queremos que haga? ¿Cuál es el motivo para repudiarle? Nuestra ley dice que los padres responden solidariamente por lo que causen sus hijos en tanto que existe una relación especial de subordinación entre esa persona que causa el daño (o comete la infracción) y el que va a responder. Dicha subordinación desaparece con la mayoría de edad. No dice nada de la responsabilidad, en materia de hechos penales, de los hijos para con sus padres. Entonces, ¿de qué estamos hablando?
En los años que tengo solo he vivido bajo el mandato militar de Franco, en el que mandaban hasta los curas y con Juan Carlos I que trajo la apertura democrática y que nos inculcó que la libertad era más que una palabra. Luego, desconozco como puede ser estar bajo el mandato de un presidente de la república, ni las ventajas que, como pueblo llano, podemos tener los que nos dedicamos a trabajar y progresar, por ello, tampoco logro distinguir las prerrogativas. Me han explicado que el presidente lo elegimos todos y que lo de la monarquía es por herencia, pero es un jefe del estado que no gobierna, que es el árbitro necesario en los conflictos que pueden derivarse de hacer las cosas de un modo o de otro.
Por todo ello creo que nos están utilizando y que de las ganas de saber cómo se las arreglaba el rey emérito para aumentar su fortuna no podemos pasar a cambiar el régimen que nos gobierna. Creo que hay que tener conocimiento de los hechos, pero no se trata de romper esas estructuras, porque podemos empezar por ahí y acabar como otros países que en este momento se han convertido en un erial para sus habitantes.
* José MORENO GARCÍA
Periodista.
Analista de la actualidad.
La Laguna (Tenerife), 08 de agosto de 2020.
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