EL MONÓLOGO Nº052
Las procesiones van por dentro

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Todas las procesiones van por dentro.

 

 

Pepe Moreno *

 

 

“El reto de la modernidad es vivir sin ilusiones y sin desilusionarse”, una frase hecha y que parece que sea el lema por el que algunos trabajan todos los días. Ya se acabó la Semana Santa, prácticamente, y por segundo año consecutivo no hemos podido ver las procesiones por nuestras calles, ni las representaciones que se hacen esos días en algunos municipios de nuestra geografía, ni los cofrades han salido con sus túnicas, ni los pocos costaleros que tenemos en estas islas han podido demostrar hasta donde llegan sus compromisos, ni hemos podido oler el incienso repartido por monaguillos que compiten por esparcir su esencia por las vías por las que discurren los cortejos.

 

La maldita pandemia ha logrado que por segundo año sean los monumentos religiosos los únicos que pueden visitarse, y eso si no te aqueja el “mal de la cabaña” o si por el contrario eres de esos responsables que prefieren quedarse en casa y que sea la televisión quien te lo lleve hasta el hogar. Han logrado que los “cristos” y las “dolorosas” que enriquecen nuestro patrimonio escultórico no salgan de sus hornacinas cotidianas y que los cultos hayan quedado reducidos a unos pocos incondicionales que siguen con sus costumbres de asistir a los oficios religiosos de estas fechas. Otra vez todo ha quedado reducido a la más mínima expresión de manifestación de celebración populosa.

 

Por segunda vez. El año pasado la Semana Santa nos cogió en confinamiento y este año en casi libertad. El año pasado salíamos a las siete de la tarde para aplaudir a los sanitarios y en este año nos quejamos de que esos mismos no nos cogen los teléfonos en ningún servicio sanitario. Son los que nos aconsejan que no salgamos de casa, que huyamos de las aglomeraciones, los que auspician un mayor rango de restricciones y que la vida se intuya escondidos en una mascarilla que dicen que nos protege, a nosotros y a los demás, de un virus que se combate con paracetamol o con intubación, para el que la mejor lucha está en la vacunación y del que aún hoy estamos buscando cuál puede ser su origen, si animal o de laboratorio.

 

Nos hemos convertido en objeto de observación por parte de todos y de preocupación por nosotros mismos. Nuestro vecino puede ser un policía que procura que todo el mundo cumpla con las prescripciones emitidas o un culichiche propenso a denunciar y que tu casa deje de ser lo privada que fue antes de que el virus habitara entre nosotros. En nombre de los incumplimientos hemos visto como la policía, armada de arietes o de otras formas de aperturas de puertas, han penetrado en domicilios a los que antes no se les ocurría entrar sin orden judicial, pero que ahora ve en la normativa emitida la excusa perfecta para identificar a los que estén bajo un mismo techo. Hemos cambiado la palabra de familiares por convivientes y tenemos el pretexto perfecto para no invitar a los que no queremos que vayan o para no ir donde no nos apetece. Antes te inventabas subterfugios para excusarte como “me olvidé”, “tuve trabajo”, “no supe como ir”, “se puso enferma mi madre” y un largo etcétera que hoy compensamos con los miedos a una reunión que está prohibida.

 

No hay procesiones de madrugada porque tenemos toque de queda y una que se encierra antes de las diez de la noche es casi una de matiné y eso quita categoría a los desfiles. Las más notables son las que iluminan las noches con los cirios de sus penitentes, con la oscuridad que le da empaque de solemnidad y con el ocaso del astro rey. La noche siempre ha sido más propicia para estos eventos, para el canto de saetas y para lágrimas que nadie pueda ver. Para que la emoción esté más presente y para que la oración sea más sentida. Y por segunda vez no ha podido ser. La lucha contra los contagios ha impedido que todo eso pueda surcar las calles y dejar su olor a velas y que el esperma de cera deje su impronta en un asfalto negro que siempre huele al combustible de los coches que la transitan.

 

Teníamos confianza en la vacunación para comenzar una lucha sin cuartel contra el coronavirus, pero nos hemos quedado cortos aún. Ni hay cristos, ni procesiones magnas, ni vírgenes que son paseadas por recorridos que todos conocemos de memoria. Muchas cosas pueden cambiar en un año. Otras, se mantienen igual. «Ya celebraremos la Semana Santa en 2021», decíamos hace doce meses. Después de una vuelta al calendario, con subidas y bajadas en la curva de la pandemia de Covid, la situación actual no difiere tanto de la del Viernes Santo del año pasado, que cayó algo más tarde que este año, el 10 de abril. Podríamos decir que el SARS-CoV-2 sigue con nosotros, pero con la diferencia de que el año pasado por estas fechas, España estaba de confinamiento domiciliario. Esta Semana Santa, aunque de forma limitada, se permite disfrutar de bares, cines o parques. Y, un año después, tenemos no una, sino varias vacunas con las que combatir el virus. ¿Es suficiente? Para unos será que no, que aún queda y para otros que queda mucho por hacer para volver a lo que conocíamos por “normalidad”.

 

Y luego está el otro lado, el de la economía, al que muchos no quieren acudir, pero que nos deja unos datos muy preocupantes, porque no se puede reactivar el principal motor económico de las Islas, el turismo. Además, todos los sectores adyacentes a este, la restauración y el comercio, están tocados con tantas restricciones que están provocando un gran impacto en el mercado laboral del Archipiélago y como consecuencia en las condiciones de vida de muchos canarios. De esta manera, el número de hogares en los que no entra ningún tipo de renta se ha incrementado en 15.760, concretamente un 30%, desde que se inició la crisis, elevando la cifra total de familias canarias sin ingresos hasta las 51.950.

 

Por eso, las secuelas que está dejando el covid-19 en el mercado de trabajo de Canarias son más que evidentes. En una región donde el sector turístico aporta el 35% de su Producto Interior Bruto (PIB) y genera el 40% de sus empleos, su paralización, debido a las restricciones para viajar y a la incertidumbre, tiene un efecto cascada en el resto de sectores económicos. Canarias cerró 2020 con una tasa de paro del 25,2%, la más alta de toda España, perdió el año pasado 113.000 puestos de trabajo y sumó 279.000 personas a las listas del paro. Lo que supone que cada día desde el estallido de la crisis se destruyen en las Islas 374 empleos y 232 personas se apuntan en las listas del paro. Una situación para la que no hay precedentes en el Archipiélago, ya que los números son mucho peores que los registrados en la crisis financiera.

 

Algunos tendrían que pensar mucho en lo que hacen y en cómo remediar la situación de los que tras esta crisis lo tienen peor. Nos han robado las ilusiones por prosperar, por viajar, por saber de otras gentes, de que nuestra situación económica mejorara, aunque fuera echando más horas o arriesgando. Ya nadie sabe nada de cuándo puede tener fin esta angustia para encontrar tiempos mejores. Hoy ya no conocemos a nadie detrás de las mascarillas, hacemos deportes ataviados como si nos fuera a caer una lluvia ácida y desconocemos las sonrisas o la higiene bucal de nuestros interlocutores, los besos son cosas del pasado y estrecharnos la mano es de antiguos. De abrazos, ni hablamos. Y es como para preguntarnos, ¿un año después estamos mejor?

 

Lo siento, nunca puedo hacer un monólogo en positivo, pero es que cada vez que me propongo hablar de las vivencias me sale este tipo de vena que tiene mucho que ver con lo que vivimos y poco con lo que nos dicen los que tienen responsabilidades públicas.

 

¿Quién es mejor, el que denuncia una posible fiesta o el que reúne a los suyos para conmemorar algo? ¿qué ventajas tienen hoy los vacunados o los que han pasado la enfermedad? ¿es posible realizar una actividad física con un tapa bocas puesto que nos hace tragar nuestro anhídrido carbónico? ¿no había que respirar profundamente antes de enfadarse? ¿cómo se hace eso con las restricciones vigentes?

 

Ya ha pasado un año, ¿estamos mejor?

 

 

* José MORENO GARCÍA

Periodista.

Analista de la actualidad.

 

La Laguna (Tenerife), 3 de abril de 2021.

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