EL MONÓLOGO Nº096
¿En manos de quién estamos?
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Por Pepe Moreno *
Desde hace unas horas estamos asistiendo a una polémica sobre si hubo o no pucherazo o fallo informático o un error humano a la hora de votar de un diputado sobre la reforma de la reforma laboral en el Congreso de los Diputados. El resultado final fue que salió, por un solo voto de diferencia, adelante el texto que previamente había consensuado con la patronal y los sindicatos la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. Un diputado popular, Alberto Casero, que marcó un gol en propia puerta y que luego quería que se reconsiderara su postura. Pero vamos a contarle las cosas a aquellos que no sepan de qué estamos hablando.
El Congreso convalidaba el pasado jueves ese texto del que hablábamos y lo hacían a favor Cs, PDeCat, Más País, Compromís, Coalición Canaria, Nueva Canarias, Teruel Existe y PRC, que sumaban, junto al PSOE y Unidas Podemos, 174 diputados, por lo que le faltaba al menos un voto y por eso se pactó que los dos representantes de UPN votarán también en este bloque. Sin embargo, se saltaron la disciplina de voto. Faltaba pues uno solo y ese se lo dio Alberto Casero, diputado del PP que se ha convertido, sin quererlo, en el héroe de la izquierda. El resultado final fue de 175 a favor y 174 en contra.
Pero ¿sabemos realmente qué hizo el diputado Casero? Según la versión oficial, el diputado extremeño estaba aquejado de una gastroenteritis y que, con un certificado médico que lo apoyaba, solicitó votar telemáticamente. Por lo que se sabe esa manera de pronunciarse se realiza con anterioridad a la votación presencial, por lo que pulsó la tecla por la mañana. Según él, lo hizo de forma negativa a la reforma laboral, sin embargo, la máquina le devolvió el comprobante de que había respaldado el documento elaborado por el Gobierno. Fuentes parlamentarias dudan de esta versión, porque el programa informático que se incorporó al sistema en la pandemia ejecuta una verificación, una especie de pregunta ‘¿está seguro de que quiere votar sí/no a la reforma laboral?’ y que sustituye la llamada telefónica que se realizaba antes de la llegada del Covid.
El caso es que el voto telemático del diputado del PP fue sí. Una vez visto que salía esta confirmación, contraria a lo que él dice que expresó, contactó de manera inmediata con su grupo parlamentario y con la presidencia de la Cámara, pero a esta última gestión nadie respondió. Guillermo Mariscal, secretario del grupo popular, diputado valenciano, pero elegido en la circunscripción de Las Palmas de Gran Canaria, se puso en movimiento y contactó con el letrado mayor de la Cámara para informarle de lo que le trasladaban. Por su parte, la vicepresidenta segunda del Congreso, la diputada gallega Ana Pastor, hizo lo propio con Meritxell Batet.
Y el PP pidió a Casero que se presentara en el Congreso. Vive en una zona cercana a la sede nacional de Génova, así que tardó apenas unos minutos en acudir hasta la Carrera de San Jerónimo. Con el diputado en su escaño, al que casi no le dejan acceder los ujieres, la presidenta de la Cámara, la señora Batet, informa en voz alta del resultado de la votación como que la normativa no pasa el trámite y los aplausos y los vítores del PP y de Vox llenan el hemiciclo porque han logrado derrotar al Gobierno y a los que le apoyaron, mientras que, en el lado contrario, el Ejecutivo y sus socios y los votantes en contra reina la desolación y la sorpresa. Se miran y se preguntan qué ha podido pasar con los votos de los dos diputados de UPN que no han respaldado lo que su dirección política les prometió, que dieran su voto positivo a la reforma.
Pero, hete aquí, que la presidenta del Congreso vuelve a hablar y dice que “los servicios jurídicos informan que la convalidación ha sido aprobada por 175 votos a favor y 174 en contra” y claro los aplausos y los vítores cambiaron de bancada. Todos los que habían votado afirmativamente lo celebran efusivamente. La ministra de Hacienda, María Jesús Montoro, se abrazaba con la de Trabajo, Yolanda Díaz, la promotora de la reforma. Pedro Sánchez aplaudía y miraba a todo el mundo y la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Economía, Nadia Calviño, se echaba las manos a la cabeza como diciendo eso de “no me lo puedo ni creer”. El portavoz del Grupo, el diputado tinerfeño Héctor Gómez, que se sienta justo detrás del presidente del Gobierno, expresaba con las manos y los brazos abiertos su alegría por el objetivo conseguido. Explicado todo esto, ¿a qué nos lleva lo sucedido?
Pues a pensar en manos de quien estamos. Por un lado, un diputado que es un alto cargo del PP, que está dentro de todas las estrategias de su partido y que se sabe de antemano los postulados populares porque incluso es el responsable de políticas territoriales. Sin embargo, por lo que sabemos, el hombre participó en 20 votaciones ese día y se equivocó en tres de ellas. ¿Sabía lo que hacía? ¿Prestaba atención a lo que realizaba o estaba en otras labores que le “distrajeron” de lo principal? ¿Su gastroenteritis y sus síntomas tuvieron algo que ver con esa forma de votar?
Una ley tan primordial como esta y resulta que se resuelve con una polémica y con un voto de diferencia. Por otra parte, ¿la presidenta del Congreso se ha comportado en este asunto como cabía esperarse que lo hiciera una responsable pública que tiene que ser de todos y no de una parte de la Cámara?
La nueva normativa que regula la manera de trabajar, que deroga una serie de formas de contratar a los trabajadores, la votan sus señorías, al menos alguno de ellos, sin prestar la atención debida, sin realizar el acto con plena conciencia de lo que está haciendo y convirtiendo algo tan grande en una especie de sainete. Un diputado que cobra casi cuatro mil euros mensuales por realizar esa labor y que tiene que ejercer sus labores en exclusiva y sin distraerse con otras ocupaciones por muy nimias que estas sean.
E incluso me lleva a preguntarme para qué sirven los debates, ya que su señoría votó en horas de la mañana, antes de que la tribuna de oradores fuera el escenario para converse entre sí los representantes de la bondad, o no, del texto planteado. Es decir, en el Parlamento, con todo lo que esa palabra conlleva, pasan de lo que se diga porque el sentido el voto ya está decidido. ¿Para qué sirve la Cámara y sus debates?, podría ser la próxima pregunta.
Todo esto nos lleva a plantearnos a quien creemos, si a un diputado que dice que no se equivocó y que votó bien, ósea en contra de la norma, o a una máquina que no tiene nada que ver con las ideas políticas y que no piensa y por tanto realiza su labor de forma mecánica. ¿Quién tiene razón?
Según lo que se ha podido recopilar, y atendiendo al comportamiento del diputado Casero, las “equivocaciones” fueron variadas a lo largo del día de marras, ¿en todas ellas fue un error informático o quizás fue una equivocación humana que llevó al software parlamentario a emitir un certificado que no era el que se pretendía?
Sea lo que sea no dejo de preguntarme en ¿manos de quien estamos? Un señor que vota sin mirar, un representante popular que maneja nuestros impuestos sin percatarse de la importancia de su gesto, que no va al Congreso porque está con diarrea y lo hace telemáticamente por un dispositivo, su Ipad, también entregado por la Cámara a todos sus integrantes, que reitera su voto en la confirmación y que posiblemente, luego releyendo lo que había hecho, se dio cuenta de su error y quiso enmendarlo. Que fue hasta el Congreso para intentar arreglarlo.
Y tampoco dejo fuera de mi pensamiento a una presidenta del Congreso que se desmintió así misma sin que se ruborizara, que no quiso ni oír a los que querían deshacer esta historia para no dormir y cuya actitud ha servido para enconar aún más los ánimos. Aun así, el provocante de todo este artículo, el diputado Casero, es el que se lleva la mayor parte de las dudas de en manos de quien estamos y para qué sirve toda la parafernalia parlamentaria. Dicho así, a lo bruto.
* José MORENO GARCÍA
Periodista.
Analista de la actualidad.
Islas Canarias, 05 de febrero de 2022.
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