La autoridad en la política (y II)
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Remigio Beneyto Berenguer *
Marco Aurelio, en las Meditaciones, decía: “En todo procede como discípulo de Antonino; su constancia en obrar conforme a la razón, su ecuanimidad en todo, la serenidad de su rostro, la ausencia en él de vanagloria, su afán en lo referente a la comprensión de las cosas.
Y recuerda como él no habría omitido absolutamente nada sin haberlo examinado previamente a fondo y sin haberlo comprendido con claridad; y cómo soportaba sin replicar a los que le censuraban injustamente; y cómo no tenía prisas por nada; y cómo no aceptaba las calumnias; y cómo era escrupuloso indagador de las costumbres y de los hechos; pero no era insolente, ni le atemorizaba el alboroto, ni era desconfiado ni charlatán.
Y cómo tenía bastante con poco, para su casa, por ejemplo, para su lecho, para su vestido, para su alimentación, para su servicio; y cómo era diligente y animoso; y capaz de aguantar en la misma tarea hasta el atardecer, gracias a su dieta frugal, sin tener necesidad de evacuar los residuos fuera de la hora acostumbrada; y su firmeza y uniformidad den la amistad; y su capacidad de soportar a los que se oponían sinceramente a sus opiniones y de alegrarse, si alguien le mostraba algo mejor; y cómo era respetuoso con los dioses sin superstición, para que así te sorprenda, como a él, la última hora con buena conciencia”.
En la autoridad política debe estar presente siempre su legitimidad, tanto en su origen, surgida por la elección de los ciudadanos, como en su función, respetando las leyes y los derechos de los ciudadanos.
No debe confundirse esta autoridad política con lo que se llama la “autoridad carismática”, que es aquella que puede alcanzar una persona por su ejemplaridad y liderazgo, por su capacidad de influir sobre las decisiones de los demás.
Lo ideal quizá sería que quien ostenta la legitimidad de la autoridad política tenga también la autoridad carismática, esa capacidad de liderazgo y de influencia sobre los demás.
Cuando en la actualidad los estudios sociológicos nos revelan que uno de los principales problemas de los ciudadanos son “los políticos”, nos están diciendo que la ciudadanía ha perdido su fe en sus representantes políticos. Estos han perdido esa autoridad carismática, al no mostrar al pueblo esa ejemplaridad en sus actuaciones, esa coherencia personal e institucional y esa vida al servicio del bien común.
Para los ciudadanos constituye un problema de primer orden que sus políticos tengan ese poder, esa autoridad que le ha venido otorgada por los resultados electorales, pero no merezcan ese respeto y esa autoridad que proviene de su integridad.
El Concilio Vaticano II, en la Constitución “Gaudium et Spes ”, número 74 dice: “La comunidad política, integrada por muchos y diferentes hombres, nace para buscar el bien común, en el que encuentra su justificación plena y su sentido y del que deriva su legitimidad primigenia y propia” y sigue diciendo: “A fin de que, por la pluralidad de pareceres, no perezca la comunidad política, es indispensable una autoridad que dirija la actuación de todos hacia el bien común no mecánica o despóticamente, sino obrando principalmente como una fuerza moral, que se basa en la libertad y en la responsabilidad de cada uno…”.
Es esa fuerza moral, lo que llamaríamos justicia, la que converge el binomio potestad-autoridad, porque, como afirmaba San Agustín en “La Ciudad de Dios”, “Desterrada la justicia, ¿qué son los reinos sino grandes piraterías? Y las mismas piraterías, ¿qué son sino pequeños reinos?”.
El poder legítimamente constituido ha de saber que está de paso, al servicio del bien común. La perpetuación en el poder normalmente le endiosará, le alejará de la realidad, creerá que es imprescindible y entonces comenzará su declive.
El político debe cuidar su vida interior. Hemos visto algunos excelentes en una época y que después han perdido el rumbo, y otros, que parecían mezquinos que se vuelven auténticos hombres de Estado. La vida da muchas vueltas. Pero para ser auténtico, se necesita reflexionar, saber estar solo. La soledad resulta básica para la creatividad, para la innovación y para el liderazgo.
Cuando alguien es incapaz de estar solo, de encontrarse consigo mismo, de juzgarse a sí mismo, no desarrolla su talento creativo, porque la soledad nos ayuda a contactar con nosotros mismos y a recuperar el equilibrio.
La autoridad política ha de saber vivir en soledad. Cuando más alto estás, más solo te encuentras. Por eso el político no ha de perder el contacto con la realidad, no debe vivir instalado en una burbuja, donde los aduladores le muestran un mundo feliz.
Debe saber rodearse de auténticos y libres consejeros a los que haga prometer crítica constructiva, que le trasladen los problemas reales de la sociedad. Debe estar inserto en la vida económica, social, cultural de sus ciudadanos y no perderse ni encantarse en problemas ficticios que son cortinas de humo para enmascarar los problemas reales.
* Remigio BENEYTO BERENGUER
Profesor Catedrático de la Universidad CEU Cardenal Herrera.
Departamento de Ciencias Jurídicas
Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.
Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.
Islas Canarias,19 de marzo de 2023
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