La protección de los menores (III)

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Remigio Beneyto Berenguer *

 

 

Creo que se ha producido una excesiva democratización de las relaciones entre padres e hijos, lo que acarrea una ausencia de valores y un desdibujamiento del papel de cada uno. Únicamente prima el consenso. No puede olvidarse que el interés superior del menor, al que tanto se apela, implica una corrección por parte de los padres, corrección que debe atender a dos criterios básicos: la necesidad y la proporcionalidad, pero ha de existir. Está ocurriendo igual en el mundo educativo, donde ya no hay corrección. O mejor, la corrección siempre ha de ser positiva. Cuando se corrige un ejercicio, el niño ha de tener siempre buena nota, no sea que se frustre.

 

La falta de normas, de límites y de corrección en la infancia y adolescencia, e incluso en la juventud, acarrea un vacío que difícilmente se puede colmar después, con el pasar de los años. El árbol ya crece torcido. Se olvida que es en la familia donde la tarea educativa se puede desarrollar de forma adecuada, porque es el lugar natural del amor, el hábitat donde al niño se le quiere como es. El niño necesita que aquellos que le han puesto en el camino, le ayuden a recorrerlo, le equipen psíquicamente para superar dificultades y para disfrutar de personas y lugares que encontrará en el caminar.

 

La responsabilidad de los padres es la de educar a sus hijos, no sólo formando seres competitivos (que sepan mucho inglés, informática, técnicas, habilidades y destrezas), sino encaminando a sus hijos hacia aquello que constituye su bien y su felicidad. Los niños están viviendo una “infancia electrónica-digital”. La vida, casi entera, de los niños está “informatizada” “digitalizada” “idiotizada”, no sólo en la escuela sino también en el juego y en el tiempo libre.

 

La invasión de los imbéciles, que diría Umberto Eco, está llenando nuestros hogares, la mente de nuestros niños y de nosotros mismos. Estamos asistiendo a una generación de solitarios, de “muertos vivientes” por las calles: todos enchufados a sus cascos; en las habitaciones, todos conectados a su portátil o Tablet; todos abiertos al mundo, pero cerrados a sus próximos. Una contradicción y una locura.

 

Es absurdo que un niño no hable con sus compañeros, se vaya a su casa, y empiece a chatear con todo un sinfín de desconocidos. Es absurdo que una adolescente se pase horas hablando con una amiga, de la que acaba de despedirse hace quince minutos, sin decirle prácticamente nada. Los adolescentes y jóvenes se proveen de estos burladeros porque cada vez se sienten más indefensos en sus relaciones e incapaces de mirar a los ojos y hablar de tú a tú con los suyos.

 

Me pregunto: ¿Por qué los padres siguen proveyendo a sus hijos menores (cada vez a edades menores) de aparatos tecnológicos sin ningún tipo de control?

 

Los padres no advierten que estos instrumentos son perjudiciales compañeros de viaje de sus hijos. Pero, en cambio, se sienten orgullosos de que sus hijos tengan, a pronta edad, lo que ellos no tuvieron, y lo que sí tienen sus compañeros más pudientes económicamente.

 

 

*  Remigio BENEYTO BERENGUER

Profesor Catedrático de la Universidad CEU Cardenal Herrera.

Departamento de Ciencias Jurídicas

Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.

Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

 

Islas Canarias, 21 de octubre de 2023

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