EL MONÓLOGO / 193
Contrastes, paradojas y realidades ignoradas
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Por Pepe Moreno *
Estoy de viaje, por tanto, en este Monólogo de hoy no esperen ver qué ha pasado o cuál es mi posición en torno al debate que el martes se ha pronunciado sobre la ley de amnistía que se debatía en el Congreso de los Diputados, que ha sido lo más importante. Porque en esa discusión es donde hemos visto a cada uno retratarse.
A unos porque han tenido que defenderla, los más solidarios con que el presidente Sánchez siga en La Moncloa, y a otros porque ven que se les ha pasado la oportunidad y porque con los votos de los independentistas han logrado seguir en el mismo sitio del que ya disfrutaban. La UE nos ha puesto la cara colorada, lo que no impide que cada día algunos tengamos menos fe en lo que hacen y lo vigilantes que están con algunas leyes o normativas.
Aún recuerdo cuando Guillermito Fantástico me decía que llevábamos el mismo camino que Venezuela y yo le contestaba que no podía ser porque teníamos la garantía de Europa y que no nos iban a dejar tener esos derroteros. Tengo que confesar que me equivocaba. Que la UE no tiene ni mecanismos ni fuerza para dejar que uno de sus socios coja el camino de la subvención, las ayudas, las pagas y el abandono de la cultura del esfuerzo y que cada vez haya más colectivos ayudados desde las arcas públicas.
Ya no hay nadie que tire la primera piedra, porque todos tienen algo del Estado y se juegan mucho. No hay medios de comunicación que digan toda la verdad porque se juegan su futuro y que puedan ser tocados por las varitas de los fondos públicos, por eso hoy nadie confía en nada y nos encontramos en una sociedad en la que prima más el mensaje institucional que la investigación.
Hoy no sabemos siquiera qué criterios se siguen en los medios digitales para ordenar las noticias. Y eso es malo porque ya no le damos importancia a lo que lo tiene, sino a lo que nos presentan. Seguimos la tiranía del clic, esa que nos lleva a que un titular poderoso nos incite a que sepamos a qué se refiere. Es decir, que tenemos la falsa sensación de estar informados por la cantidad de datos que nos llegan. Hay quien no puede resistirse y mira continuamente el móvil para estar siempre al día -o al momento- que es la nueva “pequeña pantalla” que en muy poco tiempo ha desplazado a la televisión.
Por ejemplo, ¿algún medio habla hoy de lo que nos cuesta la cesta de la compra? Esas informaciones podríamos llamarlas sesudas, pero ciertas. Podríamos decir que esa evolución de los precios en Canarias es claramente de subida y nada apunta a que bajen de forma paulatina en poco tiempo. Mientras, las familias menos pudientes, aquellas que dependen de un sueldo, que generalmente son bajos en estas islas, siguen teniendo menos capacidad de compra y de ahorro.
El Gobierno nos habla del REF, de la independencia o, en todo caso, de subir el Salario Minino Interprofesional, lo que acarrea un incremento de los productos que luego tendríamos que comprar. Recordemos que el gasto necesario para que una familia se alimente se ha elevado casi el 31 % en algo menos de dos años. ¿Alguien nos habla de esto o de cómo paliarlo? No, simplemente nos hablarán de la libertad de precios o en todo caso de subvencionar a una parte de la población para que sea menos costosa esa compra, pero ¿de dónde sale ese dinero? De las arcas públicas, que parece que no son de nadie.
Todo sube rápido, pero cuando baja lo hace muy lentamente. Un ejemplo de esto podría ser lo del saco de papas, que se encareció en septiembre un 27,2 % por culpa de la plaga del escarabajo de Colorado en el condado inglés de Kent, ¿se acuerdan? Aquello redujo el volumen de oferta y provocó una subida, casi sin precedentes, en los precios del tubérculo. Al Ministerio de Agricultura no le quedó más remedio que levantar el veto a la importación de papa que venían del Reino Unido para hacer algo por el precio en el mercado insular, que además padecía la escasez, debido a una mala cosecha de la papa temprana local. El kilo de papas bajó en octubre un 9,6 %, una caída importante, pero que palidece ante el 27,2 % de incremento registrado en septiembre.
Es decir, que la bajada fue una tercera parte de lo que subió, y todos respiramos tranquilos. Cuando pregunté por esto a algunos responsables me contestaron que todo lo veía negro y me pusieron muchas excusas: porque no todas las papas que han llegado se han puesto a la venta, que esta es una de las consecuencias del endurecimiento de los controles fitosanitarios en los puertos para evitar la entrada de nuevas plagas a las huertas del Archipiélago, que si la guerra de Ucrania y un largo etcétera.
Hay quien intenta hacer algo, como la Plataforma Canaria frente a la Emergencia Alimentaria, que han estado recogiendo firmas para pedir a las grandes superficies que haya una lista de productos básicos con precios más baratos, así como el aprovechamiento alimentario para que no se tire la comida que va a caducar y se ponga a un precio menor.
Lo que quiero decirles es que cada día soy más escéptico, que creo menos en una clase política, que parece que está más por lo suyo que por todos nosotros, que deberíamos ser su principal preocupación. Somos la región más inflacionista, pero nuestros políticos, los que mandan, cada día nombran a un nuevo asesor. Estamos en una situación difícil, pero nuestra clase política está más preocupada por otros asuntos como la amnistía o la renovación del Consejo General del Poder Judicial, que nadie quita importancia y que pueden ser trascendentales, pero que no les va la vida más que a sus protagonistas y lo otro nos compete a todos. Tenemos una juventud que gana poco, que no pueden emanciparse, que no tiene trabajo, que sus salarios no le permiten ni siquiera compartir habitación, con unas tasas de paro increíbles.
Para que se hagan una idea, los que consiguen emanciparse han de dedicar el 99,4 % de su salario para pagar un alquiler sin compartir vivienda, frente al 80 % de la media española, y el 64,5 % para cubrir los gastos de la cuota hipotecaria, en caso de comprarla. Y si se diferencia por sexos, la tasa de emancipación de varones de 16 a 29 años es superior a la de las mujeres, al contrario de lo que sucede en el conjunto del país, y es la tercera más alta de España, solo por detrás de Cataluña y Murcia.
Sin embargo, el resto de los indicadores no está mejor. Tenemos la peor tasa de ocupación laboral de alta cualificación, que, ahora mismo, se sitúa en un 27 %. Cuando comience el año 2024, los sueldos de los asalariados isleños valdrán un poquito menos que a comienzos de 2023, con lo que tendremos otro año de pérdida de poder adquisitivo. Y ya van tres seguidos desde que en abril de 2021 comenzara a gestarse una crisis de precios que todavía está por resolver.
Más todavía. Debemos tener en cuenta que un total de 787.860 personas estaban en riesgo de pobreza y/o exclusión social en Canarias y que el año pasado un total de 287.286 estaba ya en pobreza severa, siendo la vivienda, la brecha de género y el apoyo insuficiente a las familias con menores los factores clave para la generación de pobreza. Así pues, Canarias cuenta con los peores datos en privación material y social severa y en personas que conviven en hogares con baja intensidad laboral. Somos la segunda comunidad autónoma, tras Extremadura, con mayor proporción de personas en riesgo de pobreza y/o exclusión social.
No obstante, eso no les importa a los dirigentes de cualquier institución. Por ejemplo, todos han entrado en una competición por ver quién pone más iluminación navideña. Estamos en un tiempo de amor, de unión… pero no «paz», ni desde luego mesura. Hemos entrado en un tiempo en el que las ciudades, o sus dirigentes municipales, se han lanzado a una especie de carrera por desplegar los adornos callejeros más fastuosos, hiperbólicos y por supuesto brillantes. Están en una especie de competición por ver quién levanta el árbol de Navidad de más metros o instala un mayor número de bombillas en su ciudad, y eso nos cuesta millones de euros contantes y sonantes.
El fenómeno crece y nos cuesta, ¿cuánto? Nadie lo dice o explica, pero un gran despliegue de bombillas y árboles requiere un generoso presupuestario al que no siempre es fácil seguirle la pista, ya que hay contratos plurianuales y el gasto en las campañas de Navidad va más allá de las bombillas. Podría costar, en cualquier caso, unos cuantos millones de euros a las arcas locales, una cifra considerable con las urgencias que hoy tenemos y tanta gente pasando hambre o con carencias en sus cuestiones vitales.
Por darles unos datos. En Madrid, la partida actual es de 4,3 millones de euros, un 7,5 % más que en 2022; en Vigo, de 2,3 millones; en Badalona, de 1,7 millones, y en Barcelona apunta un contrato de 1,9 millones que abarcará cerca de 104 kilómetros de vías públicas. Por el contrario, si hay una cifra fundamental en las campañas de Navidad es el retorno económico que dejan, en euros contantes y sonantes. Ese es de hecho el argumento que esgrimen los regidores para las inversiones: cuántos turistas captan los adornos y cuál es el balance para hostelería y comercio.
Vamos a otro asunto. Vivimos en tiempos de incertidumbre, con puestos de trabajo en precario y con muchas voces que nos dicen que lo que viene es peor. Esto estaría en contradicción con la información de días pasados en los que se decía que en noviembre había menos desempleados, lo que podría indicar una mayor contratación y, sin embargo, el número de contratos firmados es inferior a los registrados en octubre. Es decir, se han firmado 40.221 contratos menos, pero, paro, se redujo en 24.573 personas. ¿Lo entienden? Yo no.
Por lo visto parece que todo está en que hay mucha menos gente apuntada en SEPE, en las oficinas del paro, y que, por tanto, teniendo en cuenta que esa es la cifra que se toma para la estadística y que por eso baja el paro. Que hay menos gente apuntada, esa es la explicación oficial. Ustedes mismos para creérsela.
Lo cierto es que hoy estamos llenos de contradicciones, que, por un lado, va la información que leemos y por otro la realidad de lo que se padece. ¿Cuál será la que primará? Estamos casi en Navidades y no dejo de pensar en los que no pueden gastarse más, pero las calles están llenas de gentes con bolsas en sus manos, con comercios llenos y con largas colas en las cajas. ¿A quién le hago caso?
En fin, ¿qué quiere que le diga? Reflexionen en ello, porque cualquier cosa que les diga nos puede llevar a un estado que no tiene por qué ser la verdad total.
* José MORENO GARCÍA
Periodista.
Analista de la actualidad.
Islas Canarias, 16 de diciembre de 2023
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