VISIONES ATLÁNTICAS / 205
Competir por los hijos

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Hugo Luengo *

 

 

Cuando un bien o servicio escasea se encarece, trasladando al mercado costes no controlados, cuya corrección precisa incrementar su oferta. El mayor problema actual de las sociedades avanzadas, de forma particular en la UE y España, está en los bajos índices de fecundidad, con una oferta de 1,16 hijos por familia, cuando debiera ser de 2,10 donde Canarias ocupa la cola de con 0,86, por lo que España precisa 260.000 nacidos más cada año.

 

Revertir el fenómeno exige políticas de largo recorrido, alcance e inversión, que vemos trasladado al marco territorial ciudad-campo. La Fundación La Caixa acaba de publicar un estudio identificando las amenazas del “Entorno Rural de España”, estableciendo tres índices de vulnerabilidad, ante el cambio climático, ante la despoblación y ante la globalización, con los que se componen “cuatro Españas”, en función de las vulnerabilidades señaladas. Que son: “la exportadora, la erosionada, la que resiste económicamente, pero se seca, y la vaciada y económicamente marginalizada”; ésta última centrada en las dos Castillas, Aragón y Navarra.

 

Drama territorial elevado en el desierto demográfico del país, donde la competencia por los hijos los desplaza hacia los centros urbanos más relevantes en un proceso imparable, que exigirá políticas y modos a su altura. No parece que, con la sola revisión de la PAC, abordando sus problemas ambientales y sociales de forma integrada se consiga.

 

Se precisa un estatuto económico-fiscal nuevo, que opere sobre los costes de seguridad social y hacienda de los autónomos, empleo por cuenta ajena y jubilados, que puedan compatibilizar el 100% de la pensión con su actividad agraria.

 

Siempre es más barato la reducción impositiva que la subvención pública, cuya gestión tiene costes superiores al 50%. Además de recuperar para la España seca el “Plan Hidrológico Nacional”, cuando el balance hídrico nacional es positivo. Y modificar la Agenda 2030. Más ciencia y menos ideología

 

Las democracias liberales han ido perdiendo sentido, al derivar hacia estructuras de gasto e impuestos no sostenibles. Situación explosiva que se irá deteriorando con el incremento de las pensiones y el invierno demográfico que las hará inviables, máxime cuando nadie asume acciones de recorte del numeroso gasto público improductivo, ligado a las políticas de los partidos.

 

Situación acelerada por los bajos salarios y la falta de vivienda protegida, con sus efectos directos sobre el índice de fecundidad. La inexistencia de coberturas familiares para el pago de las entradas, ha venido a complicarse con las “hipotecas inversas”. Que mejoran el nivel de vida de los abuelos, distrayendo a sus hijos el capital familiar que en otros tiempos les procuraba vivienda.

 

La protección de los cuerpos votantes, jubilados, funcionarios, parados y perceptores de ingreso mínimo vital, que ya superan en número a los currantes, nos coloca en “esfuerzo fiscal” a la cola de la UE. Sus políticas, a la vista de los recientes Informes Draghi y Letti, nos obligan a actuar con “competitividad, productividad e innovación”, a la descarbonización equilibrada, defensa propia, unión bancaria, transformación digital y energética.

 

Reordenar una UE más federal, con menos nacionalismos y fragmentación. La transición hacia un modelo de conciliación que exigen las familias, precisa eliminar las rigideces del mercado de trabajo, elevar la innovación y la productividad, que las empresas trabajen con libertad y seguridad jurídica, lo cual es imposible con un 14% de absentismo laboral, protegido por las leyes.

 

Es complicado pensar que estas políticas de reversión del marco territorial campo-ciudad, y los efectos derivados hacia nuestros hijos, como el compromiso constitucional de la vivienda, puedan ejercerse por las mismas personas y políticas que nos han traído hasta aquí. Máxime en una España polarizada, donde la mentira ha venido a elevarse a fórmula de gobierno. Atributo inherente a la naturaleza humana y sus interacciones sociales.

 

La convivencia exige una buena dosis de cinismo. Si todo el mundo supiera lo que pensamos, la convivencia sería imposible. Pero en la ecuación de este equilibrio debe primar el interés general y sus valores. Por eso debemos pensar que estamos al final de una etapa, en un cambio de ciclo.

 

*  Hugo LUENGO BARRETO

Arquitecto y bodeguero.

 

Islas Canarias, 14 de octubre de 2024

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