EL MONÓLOGO / 285
Volcán sobre el papel
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Por Pepe Moreno *
Decía yo en el anterior monólogo, y perdón por auto citarme, que quizás ha llegado el momento de que se dejen de inaugurar promesas y empiecen a reconstruir realidades. Abundaba en ello porque todos tenemos la sensación de que vivimos en un país que confunde titulares con soluciones. Y así nos va.
Viene esta entradilla a colación porque ayer mismo tuvo lugar, en la isla baja, un simulacro de erupción volcánica, en el que participaron más de 1000 personas en la simulación que comenzó a las 8:00 horas. A las 9:00 horas, se recibió el mensaje de alerta en los móviles, avisando del comienzo de la recreación del proceso eruptivo. Figurantes y alumnado de maquillaje o emergencias también formaron parte del ejercicio organizado por el Cabildo de Tenerife.
Muchas autoridades y servicios de emergencia se vanagloriaban en las ruedas de prensa de lo bien que estaba saliendo todo. No lo dudo. Estas fórmulas de entrenamiento sirven para ver las cosas que se hacen bien y las que no. Pero, claro, tiene que hacerse globalmente y, si no es así, no sirve para nada. Por ejemplo, los grandes hospitales están en el área metropolitana y las autopistas, tanto la TF-5 como la del Sur, la TF-1, aparecían colapsadas por culpa del mucho tráfico que sostenían.
No han hecho nada durante los años que gobernaron, no tenemos una autopista por la que circular ni diariamente ni en una situación específica como esta. ¿Dónde podrían enviar los heridos si por las carreteras no podían transitar? Todo estaba previsto, ¿lo mismo que en una situación real?, ¿estará ahí el puesto de mando avanzado como lo estaba ayer o habría que montarlo?
Uno de los principales puntos débiles en emergencias volcánicas es la dependencia estructural del tejido viario insular. En el caso de La Palma, estudios recientes han demostrado que la erupción de Tajogaite generó impactos en cascada: primero, daños físicos en carreteras, luego pérdida de funcionalidad de la red viaria, y finalmente efectos sistémicos sobre la gestión de emergencia, transporte sanitario, abastecimientos y servicios públicos. Si una carretera clave queda obstruida por lava o ceniza, no basta con tener rutas alternativas: las alternativas muchas veces no existen o no están preparadas para absorber un flujo masivo de tráfico.
En un simulacro como el de Tenerife —en el que las autoridades reconocen que participan múltiples escenarios de evacuación, confinamiento, coordinación institucional y comunicación pública— el tráfico comenzó a acumularse desde primera hora, evidenciando que la presión sobre las vías se vuelve insoportable incluso en condiciones controladas.
Si el simulacro, con una fracción de la población movilizada, ya genera colapsos, en una emergencia real el efecto podría ser exponencial. Las evacuaciones masivas necesitan rutas redundantes, autopistas desdobladas, accesos alternativos y una planificación de tráfico que anticipe “cuellos de botella” que hoy no existen.
Otro punto frágil es el mando unificado y la interoperabilidad institucional. En Tenerife, se ha puesto en marcha el Cabildo con apoyo de los cuerpos de emergencias, PEVOLCA, municipios y organismos científicos, pero es una coordinación previamente montada para el simulacro.
En la realidad, el Puesto de Mando Avanzado podría no estar listo, las telecomunicaciones podrían fallar, los centros de decisión podrían actuar descoordinados entre nivel insular, regional y estatal, y las órdenes llegarían con retraso. La brecha entre lo planificado y lo ejecutable suele residir en los detalles logísticos: qué equipo va a dónde, quién lo dirige, quién asume prioridades cuando las órdenes se contradicen.
Finalmente, las evacuaciones masivas suponen un desafío humano complejo. En La Palma se comprobó que no basta con ordenar salir: hay personas mayores, con movilidad reducida, familias con niños, animales, personas sin vehículo o sin acompañamiento, que no pueden seguir el ritmo de una evacuación colectiva rápida.
Estudios sobre la dimensión social de los desastres muestran que la respuesta no es solo física (camiones, ambulancias), sino también psicológica, informativa y organizativa. Aunque en el simulacro tinerfeño se haya previsto el manejo de población vulnerable y centros de mayores, la diferencia entre lo que se planifica “sobre papel” y lo que se puede ejecutar cuando las vías colapsan, el pánico se filtra y el tiempo corre, es abismal.
Hay que ver la cantidad de micrófonos y cámaras que ayer se tragaron los cargos públicos y que fue lo más notable de la información de ayer. Durante el ejercicio se evacuaron 200 personas simuladas, se “arrasaron” 188 viviendas en el guion y se produjeron confinamientos en algunos núcleos poblacionales como El Tanque.
Además, el sistema de alertas móviles ES-ALERT envió mensajes a la población de la isla para activar la fase de alerta, incluido un aviso explícito de que se trataba de un simulacro. Uno de los escenarios previstos contemplaba incluso la evacuación del centro de mayores, junto con otros ejercicios sobre personas vulnerables y movilidad reducida.
Es cierto que en el ejercicio se abordaron casos que incluyen a personas mayores y población vulnerable —lo que contradice la hipótesis de que ese aspecto “estaba controlado” sin ensayo alguno—, y se practicó su evacuación como parte del simulacro. Sin embargo, el hecho de que algo esté incluido en la escaleta no garantiza que, en una situación real, se pueda ejecutar con eficacia: pueden fallar los accesos, los medios de transporte, la coordinación interinstitucional o la comunicación con las familias —elementos que en un simulacro suelen estar más controlados que en la vida real.
El elogio institucional hacia el simulacro no debe ocultar la necesidad de un escrutinio riguroso. Las autoridades han calificado de “exitosa” la prueba y han asegurado que hoy estamos “mucho más seguros que ayer”, cosa que es así, pero hay que ser conscientes de que hay “margen de mejora”. Al mismo tiempo, ese reconocimiento implícito admite que lo ensayado no es idéntico a lo que puede ocurrir en un escenario real.
Si las autopistas ayer estaban colapsadas, ¿qué pasará cuando la población entera intente evacuar? Si el Puesto de Mando Avanzado se colocó sobre el terreno como parte del montaje, ¿cuánto tardaríamos en instalarlo en un cataclismo real? Ese desfase entre la simulación y la adversidad real es precisamente donde puede estallar el fracaso operativo.
En Canarias, el episodio más reciente de actividad volcánica fue la erupción de La Palma en 2021, en la que se evacuaron alrededor de 7.000 personas y se destruyeron más de 3.000 edificaciones por las coladas de lava. Esa experiencia dejó muchas lecciones que espero que no hayan caído en saco roto, pero por encima de todos sobresale que la gestión del territorio mostró fallos de planificación previos. Además, se constató que la organización urbana y el uso del suelo no habían reducido la exposición social al riesgo volcánico.
Un simulacro volcánico, por más que intente reproducir condiciones reales, adolece casi siempre de ventaja operativa: los escenarios previstos, los accesos y los recursos están disponibles de antemano, y rara vez surgen las sorpresas que sí aparecerían en un episodio real. Un documento técnico sobre ejercicios de simulacro volcánico aconseja precisamente esto: que los simulacros deben incorporar “incertidumbres” — retrasos, fallos de comunicación, colapsos inesperados — para que no sean simples ejercicios ensayados, sino verdaderas pruebas de resistencia operativa.
Además, a todo ello hay que tener en cuenta el problema estructural persistente: la comunicación entre ciencia, planificación y decisión pública. En Tenerife se organizó una mesa redonda de “Ciencia en emergencias” para abordar esas brechas, insistiendo en que el conocimiento geológico debe trasladarse eficazmente al Puesto de Mando y a los responsables políticos. No obstante, hasta que ese puente no se consolide, los simulacros serán ejercicios llamativos, útiles en el papel, pero con riesgo de fallar cuando el fuego real avance más rápido que las buenas intenciones.
Pudimos ver ataques de ansiedad y pánico, rescate de patrimonio cultural en dos de las iglesias de la Villa y Puerto por parte de la Unidad Militar de Emergencias (UME) o un accidente de tráfico durante la evacuación de afectados hacia el albergue. O que un equipo de científicos haya realizado medición de gases. Todo loable, pero espero que hayan tomado nota, porque no todo es teoría que puede llevarse a la práctica.
Lo que hemos visto debe servir para algo más que para una rueda de prensa. Ahora toca actuar: reforzar carreteras, mejorar la coordinación y educar a la población. Los volcanes no avisan con notas de prensa ni con convocatorias oficiales. El momento de prepararse es ahora, no cuando empiece a temblar el suelo. La verdadera preparación llegará cuando se traduzcan las lecciones aprendidas en obras, en planes viables y en protocolos que funcionen incluso en el peor de los escenarios. De lo contrario, el día que la tierra vuelva a rugir, no habrá simulacro que nos salve de la improvisación.
Ayer todo salió según lo previsto: alertas enviadas, evacuaciones controladas y autoridades satisfechas. Ojalá la naturaleza, cuando decida mover ficha, se ajuste también al guion del Cabildo. Porque si no lo hace, quizá descubramos que el único simulacro real fue creer que estábamos preparados.
Posdata: La próxima semana me ocuparé de la triste noticia de la muerte de Dulce Xerach Pérez y la repercusión que tuvo en los medios de Comunicación. Hoy escribiría sobre ella con lágrimas en los ojos, y eso no es bueno.
* José MORENO GARCÍA
Periodista.
Analista de la actualidad.
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