La política como un circo

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Remigio Beneyto Berenguer *

 

 

Parece ser que el presidente del Gobierno Pedro Sánchez ha dicho en el Senado, en la comisión del “caso Koldo”: “Esto es un circo”. Y, en su día, hice una pequeña reflexión, que la traslado aquí: Quizá ser político es ser un artista. Hay equilibristas, saltimbanquis, volatineros, funambulistas. Lo mismo ocurre con los políticos.

 

Hay artistas domadores de leones, de tigres, de elefantes. ¡Qué valentía! No me negarán que hace falta también mucha en los políticos para mantener a raya la voracidad crematística de algunos, la agresividad verbal de otros, la cháchara inútil y la pérdida de tiempo de muchísimos otros. Pero aquí aparece la gran cuestión: ¿Quién vigila a los vigilantes?

 

Pero cuando se ve una buena actuación en el aire, una pirueta mortal, donde el artista se entrega, cuando se siente que el artista da lo mejor de sí, entonces los aplausos y el éxito deben ser suyos.

 

Hay artistas payasos, que saben reírse de sí mismos y hacer reír a los demás, y hay otros que se ponen tan serios y estirados que causan rubor, que son decadentes. En cambio, el auténtico payaso lleva la vocación en las venas. En cambio, algunos políticos son tan absurdos que, con sus decisiones, pueden hacernos llorar.

 

Cuidado con los artistas ilusionistas, los prestidigitadores y los reyes de la evasión. ¡¿Dónde está la pelotita?! Hacen que parezca real lo imposible, con su magia producen efectos inexplicables. El auténtico artista lo que ha hecho desaparecer lo reintegra, lo trae nuevamente a escena.

 

Está el director de escena, el que dirige el circo. No es el más importante e incluso suele pasar inadvertido. ¿Se imaginan un director de escena ocupando siempre el puesto principal del escenario? ¡Qué aburrimiento! El director es el que suele dar entrada a todos los grandes artistas. Es el que sabe rodearse de los mejores, normalmente mejores que él.

 

Desde hace mucho tiempo pienso que en la política han de estar los mejores. Quiero que gestionen los servicios públicos los mejores juristas, politólogos, economistas, ingenieros, médicos. No estoy pensando en una política de tecnócratas, pero tampoco podemos montar una pléyade de ignorantes montando un espectáculo circense todos los días y los grandes asuntos, los que preocupan al pueblo, sin resolver.

 

Hay que devolver a los jóvenes el amor a la buena política. Han de pensar en el servicio al bien común. Es casi una obligación despertarles esa vocación por el servicio público, por poner todo su esfuerzo, sus mejores dones en la gestión de la vida pública. Y para eso se necesita una preparación intelectual y, sobre todo, personal.

 

Y cuando nos encontramos con un político entregado por los demás, por su patria, por su gente, le devolvemos nuestro agradecimiento y reconocimiento. Decimos: “Como éste no hay muchos”. Pero no es verdad. Hay miles y miles de hombres y mujeres entregados por el servicio al interés general en la política, anónimos en los miles de municipios. Y cuando encontramos a un sinvergüenza, a un corrupto, decimos: “Si es que todos son iguales”.

 

Tampoco es verdad. Todos no son iguales. Son sólo algunos, poquísimos, los que no merecen llamarse políticos, los que no son dignos de gestionar las polis. Hemos de recuperar el amor por la política, por la gestión de lo público.

 

Por supuesto hemos de prestigiarla para que los jóvenes sueñen con ser alcaldes, diputados e incluso ministros. Hemos de valorarla para que los más virtuosos acepten servir al bien común, al interés general, durante un tiempo. Nunca como una profesión del que no sirve para desempeñar otro oficio, siempre como un servicio a la comunidad.

 

Todos hemos de participar en la vida pública precisamente para llamar a los más virtuosos y para apartar a los que vociferan sin saber por qué ni para qué y sin respetar las reglas de juego que nos hemos marcado todos.

 

Ignacio Sánchez Cámara, en “Europa y sus bárbaros” relata las siguientes palabras del Discurso de Pericles (contenido en la “Historia de las Guerras del Peloponeso”, de Tucídides): “Tenemos un régimen de gobierno que no envidia las leyes de otras ciudades, sino que más bien somos ejemplo para otros que imitadores de los demás.

 

Su nombre es democracia, por no depender del gobierno de pocos, sino de un número mayor; de acuerdo con nuestras leyes, cada cual está en situación de igualdad de derechos en las sesiones privadas, mientras que según el renombre que cada uno, a juicio de la estimación pública, tiene en algún respecto, es honrado en la cosa pública; y no tanto por la clase social a la que pertenece como por su mérito, ni tampoco, en caso de pobreza, si uno puede hacer cualquier beneficio a la ciudad…”.

 

Tras leer “Los Pilares de Europa” de José Ramón Ayllón, echo de menos políticos y líderes adornados de virtudes como la prudencia, la templanza, la lealtad, la educación, la conciencia por encima del propio interés, el asumir lo mejor del otro, el rodearse de los mejores en la gestión del interés público.

 

Reivindico la necesidad de que los políticos sean auténticos artistas, sin olvidar que la política, como el circo, es el gran espectáculo del mundo. Quizá algunos piensen que el circo, como la política, ha decaído tanto que ya a nadie atrae. Hemos de recuperar la belleza y la autenticidad de la política.

 

La política es como un gran circo. Aunque no me acaban de gustar los payasos, mis palabras introductorias estarán inspiradas en un gran payaso peruano, Hugo Muñoz, Pitillo, que ha montado su propio circo, el Circo de la Alegría.

 

Políticos: Hay que disfrutar con lo que hacemos, hay que buscar la felicidad, pero sin equivocarse. Muchos se equivocan porque la buscan donde no está. El arte está en encontrarla, y para encontrarla hay que buscarla sin escatimar esfuerzos.

 

Pitillo decía que en la vida hay días buenos y malos, pero no hay mejor trabajo que vivir rodeado de gente que quiera reírse contigo, que vivir en constante jolgorio y encima estar remunerado; que es una leyenda lo de que el payaso ha de hacer reír, aunque esté triste, porque eso ocurre también en las otras profesiones. Todos hemos de cumplir con nuestra obligación, aunque nos encontremos más o menos bien.

 

Hay que aprender a estar alegres, a reír mucho. La alegría y la risa serán unas buenas medicinas en nuestra vida, pero sin ser chabacanos ni groseros. Estas actitudes deforman la alegría. ¡Ojalá todos pudieran ser felices en su profesión! Gabriel García Márquez, Gabo decía: “Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida les obliga a parirse a sí mismos una y otra vez porque la vida es la cosa mejor que se ha inventado”.

 

Políticos: No olvidéis que el circo es una parábola de la humanidad. Hay destreza y belleza, pero también está el hombre torpe, que refleja lo que todos queremos esconder de nosotros: el ridículo o mejor aún, el miedo a sentirse ridículo.

 

El payaso no sólo te puede hacer reír; también te puede hacer llorar por el realismo instantáneo, por hacerte ver tus propias limitaciones. Pero entonces lo mejor es aprender de tus torpezas, de tus errores y reírte de ti mismo. Sólo los grandes saben reírse de sí mismos.

 

En el año 2014 se celebró el Centenario de la obra “Meditaciones del Quijote” de Ortega y Gasset. Allí el insigne filósofo dice: “De querer ser a creer que se es ya, va la distancia de lo trágico a lo cómico. Este es el paso entre la sublimidad y la ridiculez… Esto acontece con Don Quijote, cuando, no contento con afirmar su voluntad de la aventura, se obstina en creerse aventurero”.

 

Políticos: Sed siempre lo mejor que podáis ser, pero no os creáis que sois más de lo que realmente sois, porque entonces seréis ridículos.

 

Sigue diciendo Ortega y Gasset que los que viven junto a una catarata no perciben su estruendo; es necesario poner distancia entre lo que nos rodea inmediatamente y nosotros para que a nuestros ojos adquiera sentido.

 

Por eso es tan importante contar con el apoyo y la visión de los que más nos quieren: la familia y los amigos, pocos, los justos, aquellos dispuestos a todo por nosotros, incluso a decirnos lo que no queremos oír.

 

Políticos: Rodearos de los mejores, de buenas compañías. Dice Pitillo que él, en Perú, quería dar a sus compatriotas la posibilidad de ver un espectáculo a la altura de los mejores circos de Europa, y para ello se había rodeado de los mejores artistas, de aquellos que habían demostrado su talento por todo el mundo.

 

Políticos, que estáis al servicio del bien común: sed exigentes con vosotros mismos y con vuestros equipos de trabajo; dad a los vuestros lo mejor, lo más digno. Políticos, sed conscientes que sois universales.

 

Decía Pitillo que el circo es un pasaporte que te permite transitar por países y culturas, sin estar impregnado de localismo. Los hombres del circo van de un sitio a otro con lo puesto, con lo imprescindible. Sabed que en los tiempos actuales la vida es así: no hay un trabajo para toda la vida, a excepción de los funcionarios; y además nuestro lugar de trabajo es el mundo.

 

No hay límites ni fronteras. Igual estamos en España, en la India, en Australia o en Noruega. Pero no debemos perder nuestras raíces. Seguro que todos, de pequeños, hemos hecho un árbol genealógico, donde estaban los bisabuelos, abuelos, padres…

 

Tenedlos siempre presentes, porque son vuestras raíces, y, si las cortáis, el árbol se muere poco a poco. Políticos, si olvidáis quiénes sois y de dónde venís, os morís poco a poco; si olvidáis quién os eligió y por qué, dejáis de tener sentido.

 

Decía Pitillo que el payaso ha de estar agradecido en el lugar donde está, con el público que le acoge, con quien le trata con cariño. Políticos, así debe ser entre vosotros, sed agradecidos. Sois lo que sois por quienes se han alegrado y entristecido con vosotros y por vosotros, por quienes han dedicado tiempo, esfuerzo e ilusión por todos vosotros.

 

No lo olvidéis porque entonces seréis desagradecidos y eso es triste. A veces el desagradecimiento es propio de la inmadurez o de la frustración, pero cuando pasa el tiempo, la persona suele reconocer a aquellos que han sido decisivos en su vida. Tratad siempre con mucho respeto a todos. El respeto, más que la tolerancia, es fundamental para la convivencia.

 

Políticos, sed humildes. Ante la pregunta de si el payaso es el alma del circo, Pitillo respondió: “El circo moderno nació como un espectáculo ecuestre. El payaso entró para distraer a la gente mientras se recogía el excremento que los caballos habían dejado en la pista, pero terminó apoderándose del show, porque no hay circo sin payaso. Pero el payaso está al servicio del espectáculo, no es la estrella. Es la tarea más humilde del circo”.

 

Políticos, aprended a trabajar en equipo. Nadie puede ser la estrella, nadie es imprescindible y todos son necesarios. Reconoced, apreciad lo mejor de cada persona que está a vuestro lado. En los momentos difíciles uno descubre lo importante que es el equipo, el brazo con brazo, el codo a codo. Mirad cómo se abrazan los jugadores de un equipo cuando consiguen el resultado deseado.

 

Políticos, dad siempre gracias por lo que tenéis. Todo es susceptible de empeorar. Por eso hay que dar gracias. Y cuando estéis desanimados, que no os faltarán motivos para estarlo, pensad en las palabras de Ortega y Gasset: “Cuando hemos llegado hasta los barrios bajos del pesimismo y no hallamos nada en el universo que nos parezca una afirmación capaz de salvarnos, se vuelven los ojos a las menudas cosas del vivir cotidiano…Vemos entonces que no son las grandes cosas, los grandes placeres ni las grandes ambiciones, quienes nos retienen sobre el haz de la vida, sino ese minuto de bienestar junto a los nuestros en un hogar de invierno, esta grata sensación de una copa de licor que bebemos con los amigos…”.

 

Apreciad los pequeños detalles. Dicen que quizá no exista la felicidad, sino momentos felices. Descubridlos y apreciadlos. Vividlos. Sed felices en vuestra vida. Si sois felices, vuestras decisiones, de las que dependemos todos, buscarán la felicidad de todos.

 

Por eso el mundo espera mucho de vosotros y vosotras. Estáis llamados a ser líderes, a ser héroes, porque con un poco de alegría, de esfuerzo, de humanidad, de humildad y de trascendencia, nuestro mundo, nuestra sociedad estará cambiando a mejor.

 

Políticos, ahora son momentos críticos. Quiero traer a la memoria un evento que ocurrió la noche del 14 de abril de 1912, el Titanic, el barco que según algunos “ni el mismo Dios podía hundir” chocó contra un iceberg provocando una enorme catástrofe.

 

En los momentos difíciles, al igual que en el Titanic, es cuando nos manifestamos como somos, cuando se nos ven nuestras bondades y nuestras miserias. Es momento para la esperanza o para la desesperación.

 

O bien somos los virtuosos: los músicos que tocaron hasta el final, o el capitán que murió en la sala de mandos, o los viejecitos que esperaron la muerte abrazados entre sí, o la madre que rezaba con sus niños.

 

O bien somos de otra calaña: el propietario que, para sonrojo ajeno y vergüenza propia, sube a la barca por delante de los niños y ancianos, o el poderoso empresario del acero al que solo le importa el prestigio y el dinero, despreciando todo lo que ni quiere ni sabe valorar.

 

Políticos, vosotros debéis ser distintos, de los que uno se puede fiar, abanderar ideales de justicia, de solidaridad, de defensa del débil, ser hombres y mujeres portadores de esperanza.

 

No caigáis en la mediocridad, no os dejéis manipular, ni amedrentar, ni os enamoréis por cantos de sirena, de la bella Calipso, ni busquéis únicamente la gloria efímera al precio que sea.

 

Políticos, vosotros habéis sido entrenados para cantar hasta el final, para mantenerse firmes, incluso cuando todo hace agua. Esta es vuestra misión. Los supervivientes del Titanic recordaban que los músicos estuvieron tocando hasta el final el Himno: “¡Más cerca, Oh Dios, de ti anhelo estar!”, mientras todo lo fastuoso, lo grandioso, lo excepcional se desvanecía en las aguas.

 

James C. Hunter en “La Paradoja” escribe: “Las obras de amor y liderazgo son asunto de carácter. Paciencia, simpatía, humildad, generosidad, respeto, indulgencia, honradez y compromiso son aspectos del carácter, o hábitos que han de ser desarrollados y madurados si queremos convertirnos en líderes de éxito y aguantar la prueba del tiempo”.

 

No pierdo la esperanza. Me gustaría que los representantes del pueblo fueran pacientes, honestos, fuertes y perseverantes, que les adornarán cualidades como la buena educación, la asertividad y la credibilidad, que tuvieran a gala ser leales y fieles a su conciencia, pero, sobre todo, que hubieran aprendido a estar al servicio del bien común por encima de sus intereses personales. Así merecerían ser nuestras autoridades.

 

 

*  Remigio BENEYTO BERENGUER

Profesor Catedrático de la Universidad CEU Cardenal Herrera.

Departamento de Ciencias Jurídicas

Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.

Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

 

 

Islas Canarias, 31 de octubre de 2025

 

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