El abrazo
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Remigio Beneyto Berenguer *
He de confesar que soy un romántico. Me emocioné cuando en la película “Titanic”, una pareja de ancianos se abraza en la cama cuando el mar empieza a invadir el barco. Me emocioné al oír la triste noticia de los 24 cuerpos abrazados entre sí en los incendios de Grecia. Me emociono cuando veo abrazarse a los que se encuentran después del sufrimiento. Cuando alguien vislumbra el final, se aferra a lo importante, a lo que vale la pena: al amor.
Lo demás, casi siempre, es vanidad de vanidad o tontería pura y dura. Siempre he dicho que lo que distingue a una persona inteligente de otra que no lo es tanto es la capacidad de distinguir lo principal de lo accesorio, lo primario de lo secundario. Reconozco que es difícil y no todos saben. Se confunde con demasiada facilidad el placer con la felicidad, la calidad de vida con la dignidad, lo auténtico con lo banal y superfluo.
Cuando uno intuye que el final puede estar cerca, o cuando le diagnostican una enfermedad que puede implicar sufrimiento o dolor, todo recobra dinamismo y fuerza. El optimismo siempre vence al pesimismo, el valor gana al sufrimiento, y el amor cura todas las enfermedades. No hablo de memoria ni con frases hechas. He vivido el cáncer de un ser querido y he sufrido un período largo de enfermedad. Uno es distinto antes y después, porque lo que antes no tenía importancia, ahora es vital, porque lo que antes era incuestionable, ahora se torna prescindible. ¿Qué difícil es que alguien que se siente querido quiera morir? Yo personalmente no conozco a nadie.
Recuerdo que alguien dijo que en la vida nos dan una bolsa de caramelos. Cuando la bolsa está llena (cuando uno es niño o joven) nos los comemos a puñados, sin control, pero, a medida va menguando la bolsa y quedan menos caramelos, los saboreamos más, los apreciamos más. Algo así ocurre cuando la vida se nos puede apagar.
El creyente nunca quiere apagar del todo, el que se siente estimado y querido nunca quiere cerrar la puerta a la vida. Al contrario, tiene ganas de vivir y además vive, y saborea cada momento. Todo recobra nueva perspectiva. Se aprecia lo esencial, lo auténtico. Y casi siempre lo más importante no cuesta dinero. Se da y se recibe gratis.
Por eso cuando uno se siente amenazado, acude a lo importante: el amor de los suyos. Y el amor se manifiesta mediante el abrazo. Abrazar es rodear a alguien con los brazos, como muestra de afecto o cariño. Por eso entiendo perfectamente que en Pompeya hubiera cuerpos abrazados como muestra de cariño. El abrazo como acto de amor es insustituible. Siempre tendemos a proteger con nuestros brazos, con nuestro cuerpo a las personas que amamos, y ahí es donde se siente la grandeza del ser humano.
¡Qué poco se abraza la gente! En la época de pandemia hemos echado de menos esos abrazos y besos que transmiten amor. Un abrazo revitaliza. El abrazo de un padre o una madre a su hijo le da seguridad; el de un hijo a un padre le da tranquilidad y estima. El abrazo entre dos amigos o dos amigas es fundamental, ayuda a la autoestima y proporciona fortaleza. El abrazo entre dos personas que se aman es espectacular, da serenidad, confianza y paz.
¡Qué poco se abraza la gente! Quizá nos da vergüenza mostrarnos sensibles y cariñosos, pero el poder de un abrazo es insustituible. Nuestros hijos necesitan nuestros abrazos, porque sienten con ellos que estamos a su lado, que no deben preocuparse, que estamos orgullosos de ellos. Nuestros padres y abuelos necesitan urgentemente nuestros abrazos, porque con ellos les comunicamos que estamos ahí, después de su espera paciente, y sienten que los queremos, que siguen siendo muy importantes para nosotros, nuestro mayor tesoro. Nuestras personas queridas necesitan nuestros abrazos porque son muestra de nuestro amor, de nuestra unión, de nuestra fidelidad., y sienten que hay compañía, ternura y deseo.
Pero a veces nos cuesta más dejarse abrazar. Es como si invadiesen nuestro espacio vital. No nos damos cuenta que los demás necesitan no solo nuestros abrazos, sino abrazarnos, mostrarnos lo que nos quieren. Paulo Coelho dice: “Un abrazo quiere decir: no me amenazas, no tengo miedo de estar tan cerca, puedo relajarme, sentirme en casa, estoy protegido y alguien me comprende”.
Porque en un mundo inseguro, con muchos miedos, encerrado en nuestras casas, aunque abiertos a la vorágine mediante las redes, lo que importa es confiar, abrazarse, amar y dejarse amar. Lo que importa es la parte de nosotros que entreguemos a los demás, el cariño que mostremos a nuestros próximos.
Entiendo perfectamente a los de los incendios de Grecia y a los ancianos del Titanic. Cuando todo se hunde, cuando todo está en llamas, cuando parece que todo se acaba, entonces abrazados, unidos, besándose hacia la eternidad, porque para los creyentes nada se acaba, somos hombres y mujeres de esperanza.
* Remigio BENEYTO BERENGUER
Profesor de la Universidad CEU Cardenal Herrera.
Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.
Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.
Islas Canarias, 2 de mayo de 2022.
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