EL MONÓLOGO / 126
Lo llaman burocracia

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Por Pepe Moreno *

 

 

Hoy les voy a traer un ejemplo de la mal llamada burocracia, porque por este nombre entendemos otra cosa. Dice el diccionario que llamamos de ese modo “al conjunto de actividades y trámites que hay que seguir para resolver un asunto de carácter administrativo” y, es más. Incluso se llega a decir que, gracias a este tipo de procedimientos, “se hace posible el funcionamiento de la administración».

 

Pero en algunos casos, en los malévolos, no es así y produce el efecto contrario, provocando el desasosiego o el abandono incluso por parte de los que habían realizado todos los trámites necesarios para que el organismo oficial en cuestión les otorgara los permisos necesarios o se hubieran enterado de lo que querían realizar sus administrados.

 

Y es que tengo delante un caso que clama al cielo y que ha provocado que los actos de la administración hayan pasado a un segundo plano o que incluso lo haya abandonado a la vista de la desidia de los que tenían, por principal misión, la de tramitar la licencia o el permiso necesario para ello.

 

Les cuento. Tengo una persona conocida, ustedes también, que es un poco tikis-mikis en esto de los permisos reglamentarios de la administración y es de los que se cogen con papel de fumar cualquier tipo de acción en la que tiene que solicitar trámite a su ayuntamiento, corporación insular o regional o a cualquier organismo que tenga que ver con el edificio administrativo al que estamos sometidos. Es una persona que lee los periódicos, que está informado de lo que sucede y que, aunque nunca se conoce si está a favor o en contra, entiende que las normas están para cumplirlas.

 

En estas estaba la susodicha persona. Viendo como al alcalde de La Laguna le había abierto un expediente por hacer obras en su casa o cómo un concejal de esa Corporación denunciaba públicamente las reformas que había llevado a cabo el presidente del Parlamento de Canarias sin haber tramitado ninguna licencia de obras o incluso denunciando una hipotética conexión entre los que habían servido algunos cócteles en esa institución y la empresa que había realizado obras en la casa del mandatario. No sirvieron las explicaciones del político que negó tales hechos, ni las pruebas que aportó. El daño, y sobre todo las dudas, ya estaban lanzadas y, como ocurre con la honra, es muy difícil que ahora se puedan restituir.

 

Y es que, por si no lo sabían, al alcalde le dieron dos meses para retirar una pérgola de madera que había instalado en su jardín y el mismo plazo para derruir el cerramiento de un balcón de su casa. También le dieron el mismo tiempo para legalizar el resto de las obras de mejora llevadas a cabo en su terraza, consistentes en abrir un hueco en la fachada y colocar una puerta de aluminio, sustituir la puerta de acceso a la terraza, dotarla de pavimento perimetral en una extensión aproximada de 135 metros cuadrados y ejecutar una escalera en la terraza lateral. Y eso que es el mandamás de la ciudad, que la Gerencia de Urbanismo está en sus competencias y que el hombre debe saber para lo que pide licencia o para lo que no.

 

Eso para el alcalde, porque al presidente del Parlamento, el lagunero Gustavo Matos, le pasó algo similar. También realizó obras en su vivienda sin autorización de la Gerencia de Urbanismo de La Laguna, construyéndose un cerramiento metálico con cristaleras de 13 metros cuadrados en la azotea de su casa, a modo de ático, sin presentar la correspondiente licencia o comunicación previa al Ayuntamiento, tal y como marca la ley. Por tanto, una vez reconocida por el propio Matos su negligencia, ha optado por someterse a todo lo que le digan y a presentar, como ya lo hizo, toda la documentación necesaria para hacer la obra ya hecha.

 

En estas estamos. Les he contado los antecedentes que a esta persona con la que empecé el artículo le corroen. Es muy meticulosa, la persona en cuestión, y eso le lleva a que no hace nada que pueda ser reprobado o que le puedan echar en cara, por eso no entiende el final de una historia que habla de que la burocracia no sirva para alcanzar una serie de objetivos, como marcan sus cánones, sino que sea para lo contrario. La propia definición dice que el papeleo en cuestión es para que las metas y las normas se logren de la forma más eficiente posible.

 

Dicho todo esto, vamos con los hechos en cuestión. Nuestra persona se fue al Ayuntamiento de su localidad y presentó los planos y los recursos necesarios para realizar obras en su casa y remodelar, sin tocar ningún elemento exterior, un pequeño apartamento que tiene en la costa. Iba a cambiar lo de dentro. Una distribución diferente, unos suelos más acordes con los tiempos que vivimos, un alicatado más moderno y unas tuberías que cumplieran con los estándares actuales. Presentó todo lo que pudieran pedirle, pagó el tanto por ciento que le decían y le dijeron que en unos quince días recibiría una comunicación para recoger en esa misma oficina los carteles necesarios para identificar su obra menor. Se fue de allí más a gusto que un concejal en una procesión con un chaqué pagado por la Corporación en la que está. Incluso me llamó para decirme que todo iba bien.

 

Pasaron los días, que ocupó en buscar la contrata que le iba a hacer la obra, y esperó casi un mes para recibir la comunicación. Y la recibió, lo que pasa es que, según le comunicó el funcionario que le atendía, al ser una construcción en la zona de Costas tenía que reformular todo ante dicha entidad y que debía poner una cruz en una casilla para que se pudiera tramitar. No salía de su asombro. Ahora la obra que quería hacer en el interior de su propiedad tenía que ver otra administración. Hizo los nuevos trámites y preguntó cuando recibiría respuesta, a la vista que habían tardado casi un mes en decirle lo de Costas. El oprobioso trabajador municipal dijo no saber cuándo recibiría la contestación, pero le dijo que sobre otro mes de espera. ¿Y qué hago con la contrata que ya está preparada? Esperar, no lo queda otra, le contestó el demandado.

 

Al mes recibió una carta certificada en la que le comunicaban que estaban evaluando su caso y que, si en el plazo de seis meses no recibía contestación, esta solicitud se consideraría rechazada, es decir, que no era un silencio administrativo positivo, sino negativo y que por tanto no podría realizar la obra en cuestión.

 

A todas estas tiene a la gente contratada, los azulejos comprados, los suelos empacados, ocupando sitio en el suelo viejo, los tubos de las conducciones acumuladas en el rellano y los paneles de los nuevos tabiques y los bloques ocupando el sitio de su cama. Se gastará más de lo que tenía previsto porque ya se sabe que lo peor de las obras es aquello de “ya que estamos…” Podría dar trabajo a varias personas, ha comprado los materiales necesarios en tiendas de la isla, pero ahora está que no sabe si tendrá que devolverlo todo o si con la inflación le conviene acaparar. Aún no le han comunicado nada, ni positivo ni negativo, y con la espera, la camisa no le llega al cuerpo, porque no sabe si le darán la dichosa licencia.

 

Dice el diccionario que a través de la burocracia no solo se busca alcanzar una serie de objetivos, sino que se pretende que estas metas se logren de la forma más eficiente posible. ¿Y es eficaz esta manera de actuar? Ustedes mismos para responderse, ya saben que estoy en contra de marcar postulados, pero a mí me parece que no es forma de proceder y que esto demuestra que el poder de este tipo de decisiones lo ostenta, por regla general, el que tenga mayor rango, no quien sea más capaz o esté mejor cualificado. Además, en un sitio como este no se tienen en cuenta las opiniones de quienes discrepan e incluso se crean reglas que en algunas ocasiones resultan contradictorias entre sí. En esos sitios se tiene la creencia de que el sistema es perfecto, y, por tanto, hay poca autocrítica.

 

Y ahí tenemos a esta persona, calladito la boca, pensando en cómo reponer si le tiran abajo la licencia y sopesando la posibilidad de no meterse en otra, que es lo mismo que habrán pensado miles de ciudadanos a lo largo de los tiempos. Debe ser por eso por lo que vemos cantidad de inmuebles abandonados, sin las obras necesarias y con mucha desidia desde fuera, pero hartos de que un simple papel se eternice en un despacho o que alguien desde la administración “olvide”, traspapele o deniegue la posibilidad de la obra en función de su apreciación general.

 

Puede parecer increíble que una sociedad como la nuestra, tan tecnificada, automatizada e interconectada como la que nos ha tocado vivir, sigamos con estas cosas de los procedimientos burocráticos. Un mundo en el que el ordenador o los teléfonos móviles averiguan nuestros gustos, que espían nuestras necesidades y, que nos informan del lugar más cercano a nuestra posición dónde podemos satisfacerlas. Bueno, pues a pesar de todo ello, seguimos agarrados a unos procesos burocráticos clásicos.

 

En este mundo conectado y de citas previas, de emails y de lo virtual, no me extraña para nada que los procesos sigan encontrando los recovecos que dejan los procedimientos automatizados. Aunque ya no existan formularios de papel que se han sustituido por otros electrónicos y, las ventanillas de las oficinas hayan dado paso a las ventanas de Windows de las sedes electrónicas u oficinas virtuales sin sustituir la esencia de los procedimientos administrativos que muy probablemente siguen siendo burocráticos. Con esto, quiero decir, que puede ser que sólo se hayan cambiado los medios sin producirse un cambio de mentalidad equivalente.

 

Por tanto, la persona en cuestión está a la espera. Esto que les he contado es para una obra de las llamadas menor, imagínense lo que puede conllevar, en cuanto a papeleo, la construcción de un gran edificio y no digamos para una urbanización o para un complejo. Decía el escritor y guionista Paul Tabori, en su famoso Tratado de la estupidez, que “quizá la forma más costosa de estupidez es la del papeleo. El costo es doble: la burocracia no solamente absorbe parte de la fuerza útil de trabajo de la nación, sino que al mismo tiempo dificulta el trabajo del sector no burocrático. Si se utilizara en textos escolares y libros de primeras letras un décimo del papel que consumen, se acabaría para siempre con el analfabetismo”.

 

Pero son los garantes de que las leyes se cumplan y de que nadie se salte la normativa establecida, pero ¿siempre? De momento estamos entre todos sus amigos buscando como sacar de su depresión a la persona que vive esto y que está a punto de tirar la toalla. ¿Ustedes lo entienden? A mí me cuesta trabajo. Si al alcalde le hacen tirar la pérgola, ¿qué le harán a los demás?

 

 

* José MORENO GARCÍA

Periodista.

Analista de la actualidad.

 

Islas Canarias, 3 de septiembre de 2022.

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