EL MONÓLOGO / 131
Le llaman evolución

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Por Pepe Moreno *

 

 

Mantengo desde hace tiempo que cada vez respiramos menos libertad y que los medios de comunicación tenemos menos dosis de esa independencia de la que hacíamos gala, ya fueran escritos, hablados, redes sociales o audiovisuales. La pandemia ha sido un toque de atención y quizás un impasse en esa parcela, pero la cuestión venía de atrás. La enfermedad ha servido para encarrilarnos, pero antes de todo eso, los que ejercen su poder, sea por la razón que sea, ya nos decían cómo, cuándo y porqué nos debíamos informar.

 

He estado mirando y hoy nadie se libra de su etiqueta de qué lado está. Los mass media son de izquierdas o de derechas, están en contra o a favor de los que gobiernan y sesgan sus informaciones, de modo que el lector o usuario, también toma partido. Ya no sabe uno de quien fiarse. Los medios que son proclives a defender a los de derechas critican todo lo que hacen los de izquierdas y viceversa. Hoy todo el mundo trata de dirigir al público hacia posturas que coincidan con las suyas y nadie es capaz de encontrar las razones que pueden llevar a un encontronazo de pareceres.

 

¿Por qué escribo hoy de este asunto? Porque me estoy dando cuenta que están catalogando a la gente por lo que dice o por lo que escribe sin pararse a pensar en las razones que le han llevado a denunciar un hecho, sino que tratan de desacreditarlo porque no les convence lo que dice. Porque hoy parece que llevar la contraria en determinados asuntos es de una radicalidad rayana en las ideologías. Porque estamos llegando a un punto de imbecilidad en algunos argumentos que nos da la sensación de que la humanidad ha perdido el rumbo sobre aquellas cosas que deben ser importantes.

 

Todos hemos dado por sentado que es bueno el uso de todos y todas, saludo o referido que hasta hace poco integrábamos en el neutro todos. Asumimos que una de las maneras de luchar contra la marginación de sexo era referirnos de esa manera, con el masculino y el femenino, a los que compartían con nosotros esos momentos. Es una fórmula que hemos interiorizado para que nadie se sienta discriminado.

 

Luego nos dijeron que podría haber otro tipo de personas que no estuviera integrado en ese todos y todas y apareció el todes, o el niños, niñas y niñes. Y han seguido proliferando modos y maneras de dirigirnos a unos colectivos a los que antes se englobaban en un género neutro que tenía definición en sí mismo y que hoy parece que tenemos que acordarnos de ellos para que no se sientan excluidos.

 

Y también han aparecido una serie de frases que emplean todos los que tienen que dirigirse a la comunidad. Así vemos como “ponen en valor” todo lo que desean resaltar y valorar de un trabajo o de una afición. “Empoderar” al que hace algo, pero aún no tiene la influencia necesaria para que se le reconozca o dar a alguien autoridad, influencia o conocimiento para hacer algo.

 

Y así podríamos seguir, poniendo aquí los ejemplos de una serie de gentes que emplean este tipo de palabras como si las acabaran de descubrir, sin darse cuenta de que hace mucho tiempo que las usamos de otra forma y que nos servían para expresar esas mismas ideas sin rebuscar tanto y siendo mucho más sencillos en el empleo de la lengua.

 

Por eso digo que hoy estamos más en el contenido que en el continente, que usamos una forma de hablar e incluso de comportarnos que incide directamente en nuestra conducta hacia los demás y que muchas veces queremos parecer tan correctos que estamos en el borde de la estulticia. Al menos a mí me lo parece, a ustedes no sé, es muy posible que hayamos logrado ya tal grado de normalidad que lo que se sale de ese mismo concepto es este tipo de artículo escrito.

 

Decía el otro día un maestro de periodistas, Gay Talesse, en una entrevista en el periódico ABC que “los periodistas tienen que estar dispuestos a caer mal, a ser señalados por sus vecinos, a ser considerados traidores, a perder amistades. Hoy en día no lo hacen porque provienen de buenas familias y tienen una muy buena educación. Van a Harvard, a Princeton, a Brown. Tienen demasiado que perder”.

 

O lo que es lo mismo que hoy el que se dedica a este oficio, y que se ha preparado en los más prestigiosos colegios o universidades, con todo el sacrificio que ha supuesto, para tirar por la borda todo ello y escribir o contar las penurias o problemas de los más vulnerables, otra palabreja empleada para describir a los que lo pasan mal o tienen unos problemas de difícil solución.

 

Empleamos palabras mal escritas que ahora significan otra cosa. Un ocupa siempre ha sido una persona que invade un territorio, o una casa, sin permiso de nadie y se instala sin que tenga que pedir permiso. Escribimos okupa con la mayor de las simplezas y ahí englobamos toda la problemática que queremos decir.

 

No debe ser lo mismo ocupa que okupa, término que empleaban en el pasado aquellas personas que, sin demasiados conocimientos lingüísticos escribían, principalmente en las fachadas, reivindicaciones de los que habían forzado entradas y se habían instalado en posesiones ajenas. Y entendemos las penurias y la problemática de los que no pueden esgrimir ningún documento que acredite su presencia en el lugar.

 

Sigue diciendo en esa entrevista Talesse que “antes dábamos voz a las minorías para que fueran escuchadas. Ahora son las minorías las que tienen el control y establecen las reglas” y nunca mejor explicado un asunto que cada día tiene mayor relevancia y me estoy refiriendo al modo de presentar las noticias.

 

Otro ejemplo podría ser que en las empresas de más de 50 trabajadores están obligadas a elaborar un Plan de Igualdad, con lo que se establece un nuevo marco normativo, en referencia a las medidas de igualdad entre hombres y mujeres en el ámbito laboral. Por tanto, en este nuevo escenario, se crea una figura clave como es el delegado de Igualdad o Agente de igualdad. Eso antes no existía. Y no digo que no sea necesario para que las diferencias entre hombre o mujer, o como cada uno/a se sienta las preserve alguien. Creo que, a igual trabajo, sea el sexo que sea, se debe cobrar lo mismo, pero de ahí a que el vigilante de ese cumplimiento tenga que ser un delegado de Igualdad va un trecho.

 

Lo mismo pasa con los animales, con las mascotas, que ahora tienen un carácter o definición deferente a lo que siempre hemos tenido. Tienen derechos, lo de los deberes lo dejamos para otro día y para otro escrito, pero los tienen. En una información de estos días los llegaban a definir de “individuos” y eso me pareció un exceso. Ya pueden viajar en transportes, están protegidos por unas leyes que no saben qué hacer con los okupas, pero sí con los animales. Van en carritos como si fueran bebés y se les habla como si fueran humanos. La verdad estamos en una sociedad que cada día piensa menos en la raza humana o lo hace de una forma que choca frontalmente con el concepto que hasta ahora teníamos.

 

Es cierto que la evolución de la especie no para en ningún momento, y que lo que vivimos hoy nada tiene que ver con las cosas que hacían nuestros antepasados en la Prehistoria, pero los resultados están llevándonos a un resultado sorprendente. Los que hicieron la Revolución Industrial nunca pensaron que el progreso nos traería esta forma de vivir. Si piensas que quizás se están pasando, es muy posible que te cataloguen con una etiqueta que ni por asomo intuyas.

 

Solo he puesto unos ejemplos de cosas que pasan en nuestro entorno, pero podría enumerar otras cuantas en las que se ve que lo que no ha cambiado es el término tribu. Si te gustan los toros eres casi, indefectiblemente, de derechas. No puede ser que una persona, de las llamadas progresistas, le gusten los avatares que un humano pasa en un ruedo con un toro. Si te gustan los toros y vas a verlos con un puro, entonces el sello que te pondrán irá aún más a la diestra, aunque tu pensamiento no tenga nada ver con ello. ¿Se dan cuenta de lo que estamos hablando?

 

Fundamentalmente de prejuicios, que eso es lo que se está imponiendo. Por eso cada vez es más imposible separar la información de la opinión, por mucho esfuerzo que se ponga porque, al final, siempre están presentes las obcecaciones del que escribe o cuenta en una información. Es posible que un medio publique con una objetividad que podamos contrastar, pero el secreto lo encontraremos en aquellas informaciones que se minimizan o en las que se dejan de publicar. Y eso nos puede llevar al sesgo que hay en toda publicación.

 

Hoy ya no somos capaces de discernir entre la opinión del que cuenta los hechos y lo que propiamente ocurre. Decía el otro día Diego Carcedo, un periodista de los de antes y que demostró valor para contarlo, que en el conflicto entre Rusia y Ucrania “no sabemos nada de lo que ocurre en el bando prorruso y no podemos acercarnos a la zona en conflicto, tan sólo hablamos de ruinas y víctimas. Los corresponsales de Moscú se tiran de los pelos porque no pueden contar nada”. Lo políticamente correcto es narrar lo que pasa con las víctimas, no con los agresores.

 

En fin, vamos a ir acabando. Que la libertad de saber qué pasa la están ligando con otras cuestiones, con presentar un relato en el que primen los conceptos de hoy por encima de cualquier otro y que una información cumpla con los requisitos que marca la sociedad, o al menos los que mandan en ella, para que sea considerada como tal. Pero ¿tiene que primar lo políticamente correcto sobre el relato de los hechos? Ahí se lo dejo y que sean ustedes los que opinen, que nunca es tarde.

 

* José MORENO GARCÍA

Periodista.

Analista de la actualidad.

 

Islas Canarias, 8 de octubre de 2022.

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