EL MONÓLOGO / 206
¡Y tú más!, cabrón
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Por Pepe Moreno *
Vamos con este artículo, en unos días en los que se ha hablado mucho de un hipotético ventilador que la clase política ha puesto en marcha y que podría tener sus orígenes en aquel “y tú más” con el que antaño se defendían unos y otros, en las barras de los bares, pero no en la política. Estamos en el tiempo en el que se hace posible lo de “un buen ataque es la mejor defensa” y que ha llevado a que algunos no expliquen qué hacen o han hecho, sino que señalan las cosas que hicieron los contrincantes en otro tiempo.
Por ejemplo, si el PP señala a la mujer del presidente del Gobierno, Begoña Gómez, como la que medió para que Air Europa se llevara créditos en plena pandemia, que la compañía está devolviendo, los socialistas les contestan atacando al novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid, la señora Ayuso, y lo que este defraudó en Hacienda con la venta de equipamientos sanitarios.
O con las relaciones que tenía el presidente del PP con un narcotraficante hace 15 años. Incluso han señalado que le ha soltado dinero a una empresa en la que trabajaba la novia del dirigente del PP, madre de su único hijo. Ha sido en el Senado, en una cámara en la que deberían enfrentarse otros problemas, donde la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, pidió aclaraciones a la bancada del principal partido de la oposición.
Eso es lo que decía más arriba del “y tú más” o también podríamos explicarlo con ese concepto tan bíblico como “la ley del Talión”; tú me acusas de una cosa y yo te contesto con otra en la que también te afeo la manera de resolverlo. Fíjense que la propia Montero llegó a preguntarse en su escaño “¿Por qué eso no lo llevan a la Oficina de Conflictos de Intereses, por qué no lo denuncian?», ya que el PP había denunciado que el propio presidente del Gobierno no se había inhibido en los Consejos de ministros que autorizaron las ayudas a la aerolínea con la que tenía una relación comercial su esposa.
No importaba que se hubiera archivado la queja, no. Lo que querían era poner en evidencia que no se lo perdonan y que, por tanto, se la tenían guardada. Que rebuscan entre todos los archivos y al final encuentran para decirle eso de “y tú más”. No tienen ningún respeto por los ciudadanos que también querríamos saber qué pasa con lo de la aerolínea y el trato recibido para tener esos dineros.
Nos tienen a todos hipnotizados con una suerte de respuestas en la que no explican todo lo que saben. Es como para preguntarse si podemos aplicar la frase de “es bueno tener amigos hasta en el infierno” a la hora de recibir una subvención.
¿Los ciudadanos tenemos derecho a saber? Pues claro que sí, pero ellos siguen a lo suyo. A su encomienda política de que los que están en su grupo están todos limpios, pero que en el lado contrario hay mucho que ocultar.
Porque vemos que disponen de nuestros dineros sin que demuestren que el apellido de “público” no quiere decir de nadie, sino que debe administrarse con más pudor, porque es de todos, sea el partido político que sea el que tiene el cometido de administrar. A menudo parece que entrar en estas peticiones de claridad tienen otro cometido relacionado con una manera inquisitorial, pero nada más lejos de la realidad. Lo que se quiere saber es si se está haciendo bien o mal.
Particularmente difiero del sector primario en que hay que eliminar burocracia a la hora de entregar subvenciones o ayudas, como pedían algunas asociaciones en los pasados días de protesta en la calle. Podría, pero entonces, como le ponemos coto a casos como el de “El Mediador”. Recordemos que ese asunto comenzó por quitarle una sanción a un ganadero que había incumplido con el Fondo de Garantía Agraria, que le concedió una ayuda de 74.099 €, que debía devolver con intereses tras haber hecho un uso indebido. La sanción quedó prescrita, y se sospecha que la causa era el pago de prebendas a un diputado del PSOE, que antes había sido director general de Ganadería y después lo fue su sobrino. ¿Cómo se podría haber descubierto todo esto si hay menos control?
Lo mismo sucede ahora con Koldo García, un ex asesor del exministro de Obras Públicas y Transportes, José Luis Ábalos. Cada día se conoce un capítulo nuevo de cómo este señor se dedicó a traer mascarillas de allende los mares, principalmente de China, en una época en la que solo pensábamos en la seguridad de los que trabajaban con pacientes de una enfermedad desconocida en ese momento y de la que carecíamos de todo. Eran tiempos en los que estábamos confinados, pero a algunos les daba por pensar en cómo podían dar un pelotazo.
No sabíamos cómo salir de aquella situación y aplaudíamos como descosidos cuando llegaba un avión con EPIS o con cubrebocas que procedían de un lugar lejano y que traían seguridad para los sanitarios. No tenían en su epígrafe empresarial ese supuesto, pero ellos, con sus contactos, con su agenda y con su imposición, traían y cobraban, con unos precios que nunca nadie les discutía. No importaba que unas partidas no superaran los controles de calidad, estaban tan bien conectados que las sustituían por otras y aquí paz y en el cielo gloria.
Si analizamos el contexto, veremos que nadie se planteaba otra cosa. Hoy, mirando con lupa estos contratos, nos damos cuenta de que unos pocos hicieron negocios pingües, mientras otros se contagiaban y más de 115.000 personas morían. Un titular de un periódico canario entrecomillaba una frase que lo dice todo: “Nos vamos a forrar, hermano”. Es decir, a todos nos ponían mascarillas, pero ellos estaban de mariscadas con los beneficios que les otorgaban las actividades comerciales. Nadie ha dado una explicación convincente de lo que se movió en esos días.
En una región como la nuestra, en la que se cobra menos que en ninguna otra. Con una Educación, que se sufre más que se imparte. Un sistema sanitario en el que las listas de espera se han convertido en algo cotidiano y que las asumimos como mal menor. Una agricultura en la que nadie hace un estudio, en profundidad, sobre si lo que quiere cultivar está en la línea del recurso hídrico del que se dispone, y no se derrocha, en este momento. O en Economía, con algún responsable político que nunca ha hablado, en público, de lo que significa su departamento en el contexto regional.
En Turismo, con un Gobierno regional que paga una campaña en todos los medios de comunicación para que nos quedemos aquí, para que “resucitemos” en las islas, con una planta alojativa que ha subido los precios y que hoy están inasequibles para muchos de los ciudadanos de estas islas.
No les importan los clientes canarios, prefieren a los extranjeros, ya habrá tiempo, en épocas en las que los viajes se encarezcan, de tirar del cliente local, y entonces pondrán sus establecimientos a precios más asequibles. Yo estoy de acuerdo en que todo ha subido y que parte de esa subida hostelera es por ello, pero que no hayan renunciado a su cuota de beneficios me parece demasiado.
Por eso soy un descreído. Usted le pregunta a un político por alguna cosa y responden con lo que quieren o intentando arrojar toda la culpa, al contrario. Y esto no puede seguir así. Entiendo que hoy hay más plegados que antes y que la credibilidad de los medios de comunicación está en niveles muy bajos, y eso también ayuda a que los que tienen los comportamientos antes mencionados escapen sin demasiados castigos.
Este tipo de declive, en los medios de comunicación, lleva años ocurriendo. Desde hace tiempo estamos asistiendo a un “periodismo militante” en el que algunos defienden las posturas de los dirigentes que les permiten comer o aspirar a tener responsabilidades en el área pública. Y así nos va.
Se han olvidado de palabras tan esenciales como la educación o la reputación. En la primera de ellas ya no sabemos ni cómo comportarnos en una sociedad en la que los valores varían continuamente. No levantamos nuestras miradas del móvil, que consultamos a cada momento, ni para dejar sentarse en la guagua a una persona mayor o a una mujer embarazada.
En cuanto a la reputación, la buena, es sinónimo de prestigio, notoriedad y buen nombre. La mala, sin embargo, conlleva desconfianza, distancia, recelo, descrédito. Sin embargo, les importa, a los afectados, poco. En la positiva nos pueden salir amigos por todas partes si portamos unos rosquetes, pero si sufrimos una crisis de popularidad, a pesar de los rosquetes, el vacío se convierte en sentencia letal.
Ya no existe ni la libertad de prensa ni el derecho a la información, que deberían ser dos pilares fundamentales en cualquier sociedad democrática. No obstante, están amenazando a los medios de comunicación y esto es intolerable. Hemos visto, estos días, cómo el jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez, ha intimidado o manipulado un supuesto acoso al domicilio de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Este hecho supone un punto de inflexión. Y el propio ministro de Transportes, Óscar Puente, coaccionaba a periodistas de ‘El Mundo’ y de ABC, algo que se ha convertido en costumbre.
Hemos asistido, incluso algunos han aplaudido, a que el presidente del Gobierno hable despectivamente de la derecha mediática o que se sirva de términos tan peyorativos como “fachosfera”. La presidenta de la Comunidad madrileña ha cambiado sus palabras, referidas a una profesión nada aconsejable de la madre del presidente, por un “me gusta la fruta” y algunos medios le han reído la gracia, incluso señalando la ocurrencia.
Y así podríamos decir que han actuado Ion Antolín, jefe de comunicación del PSOE, por señalar a medios por ejercer la crítica. O Vox, que ha vetado a la Cadena Ser o El País. Incluso un ministro, como Cristóbal Montoro, utilizó medios públicos con periodistas para llevar a cabo investigaciones fiscales prospectivas e injustificadas.
Los medios deben asumir también su cuota de responsabilidad. La creciente polarización y la construcción de bandos ideológicos han favorecido una sensibilidad asimétrica y no siempre se ha reaccionado ni con la celeridad ni con la vehemencia debidas. España, como cualquier democracia, necesita contar con un ecosistema mediático libre en el que los distintos medios, tengan la ideología que tengan, puedan servir lealmente al derecho a la información que asiste a todos los ciudadanos. Por este motivo, exigimos al poder político que aprenda a respetar el trabajo de una prensa crítica, plural, libre e independiente.
Y a esto contribuyen mucho las redes sociales, de las que nos fiamos y que son el primer foco de mentiras. Ni siquiera se comprueba su fiabilidad. En fin, que parece que todo está podrido. Desde la clase política, que no acepta la crítica de los medios de comunicación, a la sociedad que está bajando una escalera de valores que parece no tener fin. Hay algunos medios a los que les puede la ideología por encima de la verdad. No me quedo con ninguno, pero estoy asqueado.
* José MORENO GARCÍA
Periodista.
Analista de la actualidad.
Islas Canarias, 23 de marzo de 2024
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