EL MONÓLOGO / 245
Días de palabra

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Por Pepe Moreno *

 

 

Estamos muy cerca de la Navidad, de la Nochebuena, a celebrar el próximo martes, y de los villancicos y de los buenos deseos. Mi madre siempre me decía que estos días no son para meterse con nadie y, aunque haya motivos, es mejor dedicarse a escribir o hablar de otras cosas que no sean las de todos los días. Por eso voy a dedicarles estas líneas para hablar de algunas de las cuestiones que nos tienen en estas fechas embobados en otros fines.

 

Por ejemplo, fieles a la tradición, los medios de comunicación lanzan estos días sus vaticinios sobre cuál puede ser la “palabra del año”, aquella que presumiblemente resumirá mejor el espíritu de los últimos doce meses que hemos vivido. Tal vez muchos de ustedes, tras leer esto, ya están pensando en alguna. He estado consultando las redes y ese buscador infalible, en ocasiones, y que nos saca de algunos atolladeros mentales, que es Google.

 

Siempre me he preguntado que se hacía antes de que existiera este buscador que nos saca de tantos apuros y la respuesta no deja de sorprenderme: tiraban de la memoria o de algunos que sabía más que libro gordo de Petete, expresión que conocerán los más talluditos, pero que la gente joven tendrá que consultar en la internet para saber qué significa y poco más. Las conversaciones se quedaban en ese hilo de interrogantes que te decían: “hasta aquí hemos llegado”.

 

A lo que iba, que luego me lío en otras cosas y no hablo de lo principal. La catedrática de Lingüística general de la Universidad de Zaragoza, Iraide Ibarretxe-Antuñano, ha recopilado varias candidatas y pone como ejemplo fango: su uso en el célebre discurso de Pedro Sánchez expandió su significado original y ha propiciado “una narrativa con una carga emocional negativa y un sentimiento de rechazo”. Es el asombroso poder de las palabras, que se van contextualizando con nuestras experiencias individuales y colectivas para convertirse, explica la autora, en “activadoras” de todo un universo conceptual.

 

Desde luego, eso le ha ocurrido a la voz dana, que acaba de entrar en el diccionario de la RAE. De acrónimo reservado al ámbito meteorológico ha pasado al lenguaje coloquial, adquiriendo una capa de dramáticas resonancias en las últimas semanas. Y 2024 fue también el año en el que asistimos a un caso notorio de “resignificación”, cuando la canción del grupo Nebulossa Zorra transformó un término peyorativo e insultante en un emblema de libertad y transgresión.

 

Luego están las competiciones por ser la ciudad más iluminada del mundo o tener el árbol decorado más alto, y de las incitaciones al consumo por cualquier calle y plataforma, la Navidad cuenta con un vocabulario muy específico que nos puede sorprender. Son palabras que hemos adoptado y que ya las tenemos previstas para estas fechas. Voy con un poco de historia.

 

La Navidad es la festividad cristiana que conmemora el nacimiento de Jesucristo, el 25 de diciembre, según el calendario gregoriano. La palabra “Navidad” procede del latín nativitas-atis (nacimiento) a partir de la que se realizó una síncopa, es decir, la desaparición de la sílaba “ti”. Antes de que los cristianos adoptaran el 25 de diciembre para celebrar el nacimiento de Jesús de Nazaret, los romanos celebraban esa misma noche la fiesta del Sol Invictus, en honor al nacimiento del dios Sol durante el solsticio de invierno.

 

Las fechas concretas en las que se celebró la primera Navidad varían según las fuentes, pero todas se mueven en un periodo de treinta años a mediados del siglo IV y se considera que el primer banquete de Navidad se celebró en el año 379 en Constantinopla. A partir de esta fecha comenzó a extenderse por el resto del Imperio romano. Un siglo después ya alcanzó Egipto y con el tiempo se fue uniendo a otras fiestas paganas hasta que el periodo navideño se asentó como una celebración desde el 25 de diciembre hasta el 6 de enero.

 

Vamos con los villancicos. La Nochebuena debe ser una “noche de paz”, una canción que no nació para que se cante en esa noche, que es en la que nace el “chiquirritín”, el Niño Jesús, una palabra que es el diminutivo de “chiquitín”, todavía más pequeño que “chico”. De esta forma, se hace más pequeño y tierno al recién nacido.

 

En todas esas canciones están omnipresentes los pastores. La aparición constante de estos profesionales en las canciones navideñas es otra de las razones que atribuyen falsamente al villancico un origen rural. Una cosa es lo que cantan los pastores, que está en relación con el drama litúrgico medieval, y otra cosa el villancico, que es un género que no se representa, dicen algunos.

 

El villancico tuvo sus equivalentes en otros países como Portugal, donde lo llaman villancete y cantinela. En el mundo anglosajón, donde el latín se mantuvo durante más tiempo en los géneros litúrgicos, surgieron las carols o Christmas Carols. Los franceses los llaman Noel, los italianos canzonetta di Natale y para los alemanes son Weihnachtslieder, palabra que no me atrevo ni siquiera a pronunciar.

 

El villancico pronto llegó a América y se convirtió en “un instrumento literario y musical de conversión”. Es a partir de entonces cuando el villancico se canta con motivo de otras festividades religiosas como el Corpus Christi, así como para alabar a algunos santos. Tal fue su popularidad que “hubo quien llegó a escribir que, si no se cantaban los villancicos, la gente no iba a misa”.

 

Vamos a ir analizando algunas de sus letras. Comenzamos por el “Campana sobre campana”. En una de sus estrofas dice aquello de: “recogido tu rebaño

¿A dónde vas, pastorcillo?”, a lo que el aludido responde, en el mismo fragmento, eso de “voy a llevar al portal requesón, manteca y vino”, ¿y para quién?, podríamos preguntarnos. Porque para la Virgen, que acaba de dar a luz al Niño Jesús, no será que el recién nacido no come de esas cosas y de San José no sabemos mucho. Igual el hombre se empachaba de esas cosas.

 

Sin embargo, hay más cosas absurdas que cantamos esa noche. Por ejemplo, está ese villancico de la burra que va a Belén y hacemos ese sonido de “rin, rin”, como si el animal recibiera una llamada, o eso me imagino yo, y donde la Virgen María tenía que estar en todo: en sí se acababa el chocolate, en sí le robaban los pañales al niño, o si los roedores les metían mano a los calzones de San José. ¿Saben el villancico que les digo? Ese de “Hacia Belén va una burra”, en el que todavía no sabemos quién se remendaba, si uno mismo, y además se lo quitaba o si era una tercera persona, que vaya usted a saber quién era.

 

Además, la Virgen María, insisto convaleciente de su reciente parto, tenía que estar pendiente de todo. A los chocolates que alguien se estaba comiendo, a los ratones que le estaban royendo los calzones a San José o lo de los gitanillos, que, en una versión moderna, en la que está la parranda Lo Divino, dirigida por José Carlos Marrero, que ahora dicen que lo están cambiando y además lavando. En el pasado decían aquello de “los gitanillos han entrado [en el portal] y al niño que está en la cuna los pañales le han robado”, y que hoy sería políticamente incorrecto, ya que algunos han tenido que pedir perdón por decir o cantar cuestiones como esas.

 

¿Y qué me dicen de “La Marimorena”? No sé por qué siempre lo he relacionado con la que se armó en aquel portal cuando nació el Niño Dios. La canción es una y la letra parece muy poética, con la estrella, sol y luna que están en el portal con la Virgen y San José y el niño que está en la cuna, o lo de una estrella que se ha refugiado en el lugar del nacimiento y aparece en su rostro para resplandecer. ¡Qué grande es la poesía en ese día de la Navidad!

 

O ese otro de “Los peces en el río”, con el que cada año nos recuerdan que los que beben y beben son los animales acuáticos y no nosotros, que nos descuentan puntos si nos pillan en un control de carretera. Además, hay cosas incongruentes en esa letra como que “la virgen se está peinando entre cortina y cortina, sus cabellos de oro y el peine de plata fina”. ¿No era una mujer cuya virtud estaba por encima de todo?

 

Es posible que un dechado de inspiración la señora fuera rubia, y de ahí a lo del “cabello de oro”, pero ¿el peine de plata fina? Si no tenían un euro, ¿cómo pudieron comprar con algo tan caro? Lo mismo que tampoco era muy de la época que en un pesebre tuvieran cortinas. Y luego está el romero, que fue floreciendo mientras la Virgen tendía en ese arbusto, o lo de que a la Virgen se le picaron las manos. Un asunto que puede que tenga un mensaje subliminal que, desde luego, no presagia nada bueno.

 

También debemos tener en cuenta que mucha mala leche debería tener los pastores para cantar, delante de San José, eso de: “dime niño, ¿de quién eres?”. El pobre no sabría qué contestar o cómo hacerlo. Es una de las canciones que, además, dicen, que se cantaba en la casa de Isabel Presley entre los hijos y el villancico era una especie de pregunta entre ellos.

 

Es más, cuentan que, en la versión original, los pastores contestaban aquello de que su procedencia era de “la Virgen María y el Espíritu Santo”, con lo cual le espetaban al pobre San José, eso de que él no tenía nada que ver en esa concepción. ¡Pobre hombre!

 

O ese otro del “El burrito sabanero”, que fue una composición venezolana, del compositor Hugo Blanco, y que fue versionado por numerosos músicos, entre ellos Elvis Crespo, Juanes y, por el más reciente, David Bisbal. Ha sido mencionado por parte de “influencers” como Denzel Crispy, convirtiéndose en un fenómeno viral en redes sociales.

 

He llegado a leer, incluso, un artículo que hablaba de este villancico como icono de la comunidad LGBT. El lento paso de este burrito sabanero iba sobre el abismo de los tiempos de la globalización y nos recuerda que el poder tiene cuerpo de un reloj de agua, el que se usaba cuando no podía consultarse el de sol. Da la sensación de que lo de “tuki-tuki-tuki-tuki, tuki-tuki-tukitá” es el tic-tac que todos hemos oído alguna vez.

 

Y así muchos más, porque es una noche para tararear y no para preguntarse estas cosas que yo he hecho en este artículo. Antes, mañana, oiremos a los niños y niñas del Colegio de San Ildefonso cantar los números en los que tenemos puestas todas nuestras esperanzas en las que nos saquen de la actual situación económica en la que estamos.

 

Hay que saber que de los 400.000 euros que nos pueden tocar en un décimo que esté premiado, solo los primeros 40.000 euros del premio están exentos de impuestos, pero del resto, Hacienda nos retendrá el 20 % del importe. Es decir, del montante total a deducir, 360.000, hay que quitar 72.000 para María Jesús Montero, que hoy ocupa esa cartera, con lo que nos quedarán 288.000 más lo que no tiene retención, sumarán 328.800 libres de impuestos, que también dan para tapar algunos agujeros económicos. Así que mucha suerte.

 

Lo cierto es que estos días servirán para que todos nos deseemos lo mejor, ya sea con la boca chica o de corazón. Que serán días para disfrutar en familia o que Papá Noel o los Reyes Magos nos traigan los regalos. No importa quién traiga ni cuándo, lo importante es que nadie se quede sin ellos, sobre todo sin el de la salud. Feliz Navidad.

 

 

 

* José MORENO GARCÍA

Periodista.

Analista de la actualidad.

 

 

Islas Canarias, 21 de diciembre de 2024

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