EL MONÓLOGO / 277
La mujer del muelle

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Por Pepe Moreno *

 

 

Me impactó, ¿qué quieren que les diga? Me sorprendió y al mismo tiempo abrió la espita de mi curiosidad al ver aquella imagen. Estoy refiriéndome a la fotografía de una mujer, sin las dos piernas, en el muelle de Arrecife de Lanzarote. Les cuento.

 

Llegó en una patera que había salido de Agadir el domingo 27 de julio y que fue rescatada por la Salvamar Al Nahir, que en ese servicio recuperó a otras 39 personas más: 31 hombres, 25 de ellos magrebíes y seis subsaharianos, y nueve mujeres, ocho de ellas magrebíes. Seis de los integrantes de la patera son menores: cuatro chicos y dos chicas.

 

Entre los supervivientes viajaba una mujer sin piernas, un grado de discapacidad que nunca habían visto los rescatadores y que no sabe uno cómo había arriesgado su vida en la denominada Ruta Canaria. La mujer aparece en una foto tomada por la Agencia EFE en el puerto de Arrecife, cubierta con un abrigo negro acolchado, que era el que usaba para protegerse del frío en el mar. No importaba que en el muelle de la isla de Los Volcanes cayese el sol a plomo, porque ella sonreía a los dos voluntarios de la Cruz Roja que ese momento le ofrecían ayuda y le tendían la característica manta roja de la entidad.

 

Hasta ahora habían llegado casos de personas ciegas, con discapacidades varias, algún hombre con una pierna amputada e incluso una persona que viajaba en silla de ruedas dentro de la patera con la que llegó a Gran Canaria. Pero nunca una escena como la del martes en Lanzarote.

 

Me he preguntado cómo fue el embarque de esa mujer en el puerto de salida, cómo hizo el trayecto hasta el punto de salida de la embarcación y cómo ha realizado el camino. Una mujer que presentaba el corte de sus piernas más arriba de las rodillas. ¿Cuándo fue eso?, ¿por qué le amputaron las dos extremidades inferiores por el mismo punto?, ¿qué hay detrás de una historia que emociona al ver su reacción en un muelle?

 

Hoy sé algunas cosas más. Se llama Gilzam, es marroquí y en la travesía desde Agadir duró casi tres días, unas 70 horas, según dicen en el Canarias 7. De momento nada se sabe cómo hizo esta mujer ese recorrido de 460 kilómetros que separan Casablanca, donde vivía con su madre. Tampoco se ha contado dónde dejó la silla de ruedas con la que se movía en su país y que lo hacía bastante bien.

 

Lo que les ha dicho a varias personas con las que ha hablado durante estos días es que sobrevivía en su ciudad natal gracias a la solidaridad de sus vecinos y que decidió embarcarse en la patera, junto a una prima que la acompaña en todo momento, con la idea fija de ayudar desde España a su madre.

 

Venía, como ya se ha dicho, con una prima, que fue la que se ocupó de ella y que le sirve de apoyo, aunque todo el mundo ha relatado que se desenvuelve perfectamente y que se trata de una persona muy autónoma. La tuvo que ayudar un voluntario de Cruz Roja a bajar de la embarcación de salvamento, mientras que otro la esperaba en el muelle de con una silla de ruedas. Estaba muy contenta, señala a EFE una persona que la atendió y añade que “en la patera, todos estaban pendientes de ella”.

 

Hay una controversia sobre la falta de extremidades inferiores porque Enrique Espinosa, gerente del Consorcio de Seguridad y Emergencias en Lanzarote relata que es un defecto de nacimiento y en otras informaciones se dice que las perdió en un accidente de tráfico en una guagua, con solo cuatro años. Dice Espinosa, en sus declaraciones a Lancelot Televisión, que la mujer “se ha arriesgado mucho, sin tener las piernas y hacer este viaje.

 

Era una lancha neumática, que tiene muchas más dificultades, lo que le hace ser más vulnerable. Ha llegado y menos mal que lo ha hecho. Estaba en buen estado de salud. Nos hemos quedado impactados, porque claro, con esa deficiencia que tiene, esa minusvalía para hacer ese trayecto, estoy convencido de que todo un reto impresionante que ha conseguido”.

 

Ella sonreía al ver a los voluntarios de la Cruz Roja que le ofrecían esa manta y que rompe muchos esquemas. Hasta ahora nos contaban que solo los más preparados pueden hacer el trayecto, que no existe solidaridad entre los que viajan en ese tipo de embarcaciones, que arrojan por la borda a los cadáveres o que no tienen cabida los que están muy mal.

 

La mujer, seguramente, y esto son conjeturas de persona picada por la averiguación, subió a la patera agarrada a su prima o a alguien y la dejó en el sitio que ocupaba durante toda la travesía, pero lo que me sorprendía es que hubiera podido hacer todo el tramo y que lo hiciera sin contratiempo.

 

Hasta ahora nos decían los malos que son los patrones de esas barcas, que no atienden a razones y que es una “mercancía” que, si no llega, ellos ya han cobrado y, por tanto, no tienen responsabilidades.

 

Avisé a algunos medios de comunicación para que siguieran esta noticia y miré al día siguiente, pero nada. Solo la agencia EFE ha ampliado la información. Han dicho que tres de las 40 personas que llegaron en la patera tuvieron que ser trasladadas al Hospital José Molina Orosa para recibir atención médica, pero Gilzan no. La Cruz Roja le proporcionó una silla y se la trasladó al centro de acogida que gestiona en Lanzarote la ONG Accem, que prevé trasladarla en los siguientes días a otro lugar.

 

Lo que sí vi en las redes sociales es que la noticia tenía su repercusión. Uno, el primero que puso la reseña, se preguntaba: “¿de qué va a trabajar aquí esa señora?”. No quería ofender a nadie y las respuestas eran de lo más variopinto. Desde quien le decía que “de lo que sea que no tenga que usar las piernas, ¿por qué no va a poder trabajar en nada?”

 

O los que les decían que no fuera “un energúmeno sin corazón alguno”, o los que le contestaban que viviría de una paga, que en poco tiempo tendría una silla de ruedas con motor, “tipo Echenique” y el primero contestaba que “no quiero que ni un solo céntimo de mis impuestos vaya en ayudas para esa mujer”.

 

La polémica estaba servida, unos a favor de la travesía de esta mujer, que pudo sufrir lo indecible, y otros en contra. No se podían de acuerdo. Estuve siguiendo la publicación durante un rato. Me di cuenta lo malo que es una red social para mantener un debate como este. Algunos hablaban de consumir pagas y de eso tiene mucha culpa algún partido político, cuyos postulados han calado entre una parte de la población, y otros de que se puede trabajar faltando las dos piernas, pero no una parte del cerebro.

 

Me quedo con el que apuntó que aquí le darán los cuidados que en su país no encontrará o con la que dijo que “en su tierra de origen ya la considerarán poco por ser mujer, imagínate si además no tiene piernas”. Esa mujer pasó un calvario para llegar hasta la patera y si vino será por algo, otra cosa es que haya que hacer regulaciones con la inmigración y que ahora mismo nadie se las está planteando porque están mejor en el cortoplacismo electoral.

 

Desde luego, porque como dijo otro usuario, “es un ser humano. En estas circunstancias sí que conviene subsidiar, formar e intentar meterla en una bolsa de trabajo específica, (que esa es otra, si la hubiera…). De dónde viene, quizás le hubiera esperado un futuro sin esperanza”.

 

Yo personalmente me alegro de que esta mujer, con su minusvalía, haya podido llegar y que además se esté recuperando de los días que pasó, sin moverse en la lancha para nada, ni siquiera para hacer sus necesidades, con todo lo que conlleva eso para la dignidad humana, en una embarcación neumática y tan frágil como esa.

 

Tenemos las dos versiones y cada una tiene su lectura. Hoy me quedo con la mejor adaptación que hay de lo que es un sentimiento humano y no con el que solo se queda con la parte económica de este asunto. Prefiero que la ayuden cuanto puedan, antes que las mordidas o los vínculos sentimentales, se lleven una parte importante de los recursos monetarios. Dicho en otras palabras, que no quiero que se lo lleve crudo ninguna trama o banda de comisionistas o que le paguen un sueldo a una “miss”, que no va nunca a su puesto de trabajo y que le otorguen esos dineros a esta mujer.

 

He puesto aquí las dos versiones que hay, por si alguno de los lectores quiere cotejar. Hemos llegado a un punto donde empatizar parece un acto subversivo. Y, sin embargo, ella —una mujer sin piernas, sin derechos aún reconocidos aquí, sin idioma común con la mayoría— logró lo que muchos no pueden: despertar compasión, admiración, y también el odio que generan los que desbaratan nuestros esquemas.

 

Me la imagino apoyada en los brazos de su prima, en el suelo de la patera, en medio del vaivén, del frío, de la sal en la cara, de los rezos al viento y que merece la pena si conseguía llegar.

 

Su historia desmonta las narrativas oficiales, las del “efecto llamada”, las de las avalanchas. No hay oleada posible cuando se habla de decisiones personales tan valientes. Esto no es una estadística, es la historia de una mujer sin piernas que cruzó el mar porque entendió que su vida —aun con todas las dificultades— tenía derecho a buscar otro rumbo.

 

El problema no es que haya una mujer sin piernas buscando refugio, sino que haya personas con todas sus facultades intactas diciendo que no merece ayuda. Se ha repetido tanto eso de “las pagas” que ya nadie se detiene a pensar en qué significa vivir con una discapacidad, sin recursos, sin red familiar, sin país.

 

Y mientras tanto, algunos políticos alimentan ese discurso como quien echa gasolina a un incendio. Usan casos como este no para impulsar políticas inclusivas, sino para justificar sus prejuicios. La realidad es más compleja, más humana, más incómoda que sus consignas. Al verla, uno siente que algo se rompe por dentro. No por lástima, sino por admiración, ¿quiénes somos nosotros para decidir quién merece intentarlo?

 

Esa imagen de la mujer sentada en su silla, bajo el sol de Arrecife, dice más de nuestra época que muchos editoriales. Ella ha hecho lo que muchos no se atreven: desafiar el miedo, el mar y la indiferencia. Y aunque no sepamos qué le espera, ya ha logrado algo que parece imposible hoy en día: ponernos frente al espejo.

 

Porque no es una avalancha, ni una amenaza. Es una vida. Y aquí, en esta tierra de lava y acogida, deberíamos saberlo mejor que nadie: hay travesías que solo se hacen con alma.

 

 

* José MORENO GARCÍA

Periodista.

Analista de la actualidad.

 

Islas Canarias, 2 de agosto de 2025.

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