EL MONÓLOGO / 280
Salud de pago
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Por Pepe Moreno *
Mientras el continente se desdibuja con una serie de incendios forestales que no saben cómo atajar. España sucumbe ante unos pirómanos, de palabra y de hechos, que nunca pagarán todo el daño que han hecho. Nosotros estamos aquí, en las islas, viendo y consumiendo todo ese material informativo con el corazón encogido y viendo el espectáculo en nuestros televisores. Nos asusta que haya un fuego aquí.
Hemos oído, hasta la saciedad, esa frase de que los incendios de hoy, en verano, se apagan en invierno. Hemos oído a mucha gente eso de que ya no se puede ir al monte a sacar pinocha, que hoy hay que sacar un permiso, que antes no se tenían estos fuegos porque se lograba el material inflamable del campo y que ese material se retiraba para “cama” de los animales y otras cosas. Planteamientos que hacen algunos ecologistas y gentes que viven en el pasado, porque somos muchos más y porque los animales ya no duermen en esos materiales.
Los que no han visto esos incendios, gratis, son los ingresados en los hospitales de Canarias, porque a pesar del calor, han tenido que pagar una media de 20 euros a la semana por ver los canales generalistas en sus habitaciones. ¿Le parece caro?, ¿barato? Para que los lectores se hagan una idea, en las cárceles españolas no se paga, aunque solo la pueden ver a determinadas horas, y en los hospitales canarios sí.
¿Es lógico que, para ver la tele, si encima están en la cama de un hospital público, tengan que hacer ese desembolso? Parece que no, pero ninguno de los partidos políticos que operan en este archipiélago ha realizado una promesa electoral en este sentido.
Lo más que he encontrado es una declaración, de un alto cargo de la Consejería, que me explicaba que «se ofrece de manera gratuita a pacientes con COVID-19, de Cuidados Paliativos, Pediatría, zonas comunes y para las personas con pocos recursos económicos». Eso tras comprobar que han de acreditar su situación económica en la Unidad de Trabajo Social y se estudie el caso y para ello pueden pasar semanas o meses.
Un partido político en Andalucía, el PP, fue el que prometió que no se pagaría por ver la tele en sus centros sanitarios, pero hoy, tres años después, lo han logrado en contadas ocasiones. En las islas ninguno ha prometido, al menos que ya lo haya encontrado, nada parecido y menos aún que tengan wifi gratis.
Puede parecer una tontería, pero no lo es. Por ejemplo, ahora mismo solo la Comunidad Valenciana destina 1,2 millones de euros para que los pacientes puedan tener el servicio de televisión gratuito en los hospitales públicos, dentro del plan de humanización de las infraestructuras sanitarias. Y eso, en Canarias, desgraciadamente no pasa.
Enfermos que están ingresados en un centro hospitalario y que, por lo tanto, no pueden moverse a otro, ni tienen opciones de ver pasar las horas que tienen que estar en esa institución, distrayéndose de otro modo. Tienen que pagar para ver la televisión, con todo lo que eso conlleva: que tengan “disponible” en su tarjeta bancaria, que la tengan en el lugar, que puedan o sepan hacerlo… y un sinfín de cosas.
Esta misma semana hemos visto un brote de legionela que afectaba a pacientes de dos hospitales de Gran Canaria. O cómo se quejaban del calor y de las altas temperaturas. Nadie ha hecho nada para que la estancia sea mejorable. He oído, esta misma semana, a una mujer que se quejaba porque su madre, ingresada en el HUC, dependía de ella para poder ¡ver la tele!, ya que había que gestionarle el tique. Lo que nos lleva a que esa empresa se está lucrando de gente indefensa y que, además, tiene la desgracia de estar hospitalizada.
Bien es cierto que el servicio de televisión no es obligatorio en la cartera del sistema nacional de salud, pero también hemos de tener en cuenta que se ofrece como una mejora y añadida al servicio sanitario. Todo esto nos lleva a un modelo que se realiza en numerosos hospitales de España y de Canarias.
Podríamos aquí también aplicar la lógica porque su precio responde a una especie de equipamiento tecnológico de mayor calidad y mayores prestaciones digitales, pero hay algunos que no se renuevan desde hace años y en otros la concesión está caducada desde hace años.
He estado indagando y en el Hospital de La Candelaria la tarifa diaria es de 3’80 euros, hasta reducirse a 2’90 euros/día por semana de visión, 2’03 euros/día por dos semanas de visión, a 1’45 euros por tres semanas de visión y a 1’16 euros por cuatro semanas de visión.
Y lo mismo pasa con el aparcamiento, en el que se paga lo que quieren sus explotadores, y nunca mejor dicho. Hay quienes han estado cuatro horas, que es lo que dura una visita, y han pagado quince euros. Una cantidad que vista desde un día no es un gran desembolso, pero multiplicado por los días de estancia, dan mucho de sí. Hagan la cuenta de lo que supone para una economía familiar este tipo de gasto.
O lo que puede significar dejar el vehículo tras el ingreso de un familiar en el servicio de Urgencias, con lo que conlleva de atendimiento en una comunidad como la nuestra, donde la estadía mínima es de seis horas. Eso llevó a que tengamos que desembolsar una cantidad de dinero que ni estaba en nuestro presupuesto, ni lo teníamos previsto. Pero claro, son las comunidades las que gestionan los hospitales, y los ayuntamientos, el suelo del parking, y a ellos les importa poco lo que los demás opinemos de este asunto.
Y la ola de calor en la que estamos inmersos. Dice la estadística que en lo que va de verano en Canarias se han producido 51 muertes atribuibles a las altas temperaturas, cifra que, solo en el mes de julio, ascendió a 15 fallecidos por altas temperaturas. Esto nos lleva a que sea nuestro principal enemigo si estamos confinados en una habitación hospitalaria. Si a esto le añadimos las averías en el aire acondicionado, o que no existe, como en el Hospital Universitario de Canarias (HUC), ya tenemos el coctel perfecto.
Dicen desde el Servicio Canario de Salud que es una prioridad esto de la mejora en las instalaciones climáticas y que cuentan con un presupuesto, que ronda los 14 millones de euros, para los 4 principales hospitales de referencia, en obras a realizar entre el 2025 y el año que viene, pero ya verán cómo nos volvemos a ocupar del asunto.
Lo único que han hecho es colocar válvulas de equilibrado hidráulico estático en las enfriadoras operativas y se han licitado ya mejoras de la gestión de 3 bombas para las subcentrales del Insular y del Materno Infantil, en Gran Canaria, y se espera que los próximos meses lo hagan en Tenerife.
Ahora mismo, lo único que existe es un plan de vigilancia de las variaciones en las condiciones climáticas en zonas críticas como quirófanos, UMI o neonatos. Pero claro, eso no alivia la situación actual. Una paciente le escribió una carta al gerente, explicándole que su familia tuvo que llevarle un ventilador para soportar el calor.
“El personal sanitario, con toda su buena voluntad, nos ofrecía vasos de agua fría porque las botellas no llegaban a enfriarse”, y añadía que “lo que le pido es que, cuando me toque volver a ingresar, y sé que será una de las últimas veces, pueda estar lo más cómoda posible. Que pueda despedirme de mi familia de la forma más humana posible, y que no tenga más miedo por el calor que por el propio adiós”. ¿Es esto justo? Que una persona tenga que dirigirse así a la gerencia de un hospital debería de remover la conciencia.
Yo sé que este no es un asunto solo de las infraestructuras canarias que se fabricaron hace mucho tiempo, casi cuarenta años, pero algo tienen que hacer y no solo se trata de esas plantas, sino que hoy se emplean otros materiales que repelen, en la medida que pueden, esas inclemencias del tiempo. Actualmente, estamos en una situación en la que en algunas habitaciones la temperatura alcanza los 30°. Y eso es insostenible. En Girona, en Lleida, en un centro de salud de Basauri, en la provincia Vizcaya, en Madrid y en algunos lugares más.
La conclusión a todo esto es que seguimos viviendo de parches, en la sanidad, en las infraestructuras, en la gestión forestal, en la política… Y mientras tanto, los ciudadanos pagamos —con dinero, con paciencia y, a veces, con la propia salud— la incapacidad de quienes deberían prever y actuar.
El calor, los incendios, las tarifas abusivas por la televisión en un hospital, o los aparcamientos desorbitados, son solo la punta de un iceberg que revela el abandono sistemático de lo esencial. Lo grave no es que se produzca un incendio o que se estropee un aire acondicionado: lo que debería importar es que se repita, verano tras verano, año tras año, con las mismas excusas y sin una solución real.
Lo que parece que aquí todo se apaga con paciencia: los incendios, con promesas de invierno; el calor en los hospitales, con un vaso de agua del pasillo; la indignación, con la idea de que “esto siempre ha sido así”. Y claro, llevamos monedas sueltas para sobrevivir a la sanidad “pública”
El bienestar de los pacientes o la dignidad de las familias nunca está en sus prioridades. Pero debería serlo. Porque no se trata de cifras, ni de estadísticas, ni de presupuestos millonarios que nunca vemos traducidos en hechos: se trata de personas que quieren despedirse con dignidad, pacientes que merecen un mínimo de confort en un momento de fragilidad extrema.
Si no somos capaces de exigir que eso cambie, entonces el fuego que nos quema por dentro —la desidia, la resignación, el conformismo— será siempre más devastador que el que arrasa los bosques.
Porque aquí la sanidad es pública… pero la paciencia y la cartera son privadas.
* José MORENO GARCÍA
Periodista.
Analista de la actualidad.
Islas Canarias, 23 de agosto de 2025.
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