EL MONÓLOGO Nº017
El miedo y la seguridad…

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José Moreno García *

 

 

El miedo y la seguridad como excusa

 

 

Durante todo el confinamiento hemos salido a aplaudir a las siete de la tarde, hora canaria, a los profesionales de la medicina y la enfermería, a los que de esta forma queríamos homenajear por las vivencias que estaban teniendo en sus puestos de trabajo. Han desarrollado su labor en medio de una pandemia que ha hecho estragos entre la población en general y además con este colectivo.

 

No podemos olvidar que comenzaron a desarrollar su trabajo sin estar preparados y que más de un 20 por ciento de los enfermos y muertos de la COVID-19 Han sido trabajadores de una sanidad que no estaba preparada para este tipo de contagios. Dicho esto, en ese tipo de recordatorios no incluíamos a todos los que están en la sanidad, porque otros muchos viven y están viviendo de la labor esforzada de los que han estado en UCIs y en UVIs y en otros departamentos relacionados con el coronavirus.

 

Porque a la sombra de estos esforzados profesionales hemos visto como se ha descuidado la atención primaria, cómo las consultas médicas han sido sustituidas por telefónicas en las que ni el médico ni la enfermería querían exponerse a un posible contagio y así han dejado a la población sin la necesaria atención médica para un paciente que presenta un cuadro biliar, o una inflamación de garganta o un simple cuadro febril del que se desconoce la causa.

 

Hablo con conocimiento y experiencia de ver cómo durante una semana un paciente presenta fiebre alta, malestar general, dolor de cabeza y ojos pesados a causa de una infección de garganta y que el profesional de la medicina decide recetarle sin verle, recomendarle que no aparezca por el centro de salud y que tenga paciencia. O que un enfermo, orinando sangre sea atendido por una enfermera en la puerta de un centro de salud en la que le entrega los papeles para que lo vea su médico de cabecera que le enviará a un estudio más general, ¡¡a realizar dentro de un mes!! Cuando la urgencia y su mal es de ahora y quiere curarse lo antes posible.

 

En aras de una supuesta seguridad sanitaria, con unos postulados que hablan de contagios y de situaciones no recomendables, dejan al paciente con sus dolencias y se quedan tan tranquilos, sin hacer su trabajo y sin atender a la persona que demanda de sus conocimientos para mejorar su estado de salud.

 

El paciente de la inflación de amígdalas terminó en las urgencias de un hospital de tercer nivel, que no está para eso, y con una doctora que tras hacerle el competente reconocimiento le dijo que tenía una infección de garganta, le inyectó una dosis de paracetamol acorde con su estado y le dijo que lo que ella había hecho se lo tenían que haber realizado en su centro de salud una semana antes, que no entendía por qué habían dejado de hacerlo. Cuando el enfermo le relató a su médico de cabecera el diálogo de la profesional que le atendió en urgencias le contestó que ella no estaba dispuesta a realizar esos reconocimientos por el bien de su salud.

 

¿En qué quedamos? ¿esa es la actitud que cada día aplaudíamos? ¿esos son los profesionales que tanto reconocimiento reclaman?

 

Y en cuanto al otro, con sus problemas de orina, su sangre, su preocupación, sus molestias y sus dolores, hoy todavía los sufre porque nadie en la Atención Primaria hace caso a sus dolencias y no le queda otra que seguir adelante a pesar de todo, y esperar a que le llegue el turno de su estudio para ver cómo curarse.

 

Y es que no hay nada como apelar a la seguridad y al miedo de un posible contagio para que la excusa se convierta en mandato y de esta manera se pueda encubrir su forma de hacer las cosas, que no son las que demanda su profesión.

 

Yo sé que esto que cuento o la rabia que siento ante estos profesionales no las comparte mucha gente, me da igual. Creo firmemente que a causa de todo lo que nos han contado, algunos se han escudado para no hacer bien su trabajo y que encima nos recriminan las exigencias. Estoy con guardar al máximo las normas para evitar la expansión de la enfermedad, pero eso no puede ir en contra de un buen atendimiento o de una atención acorde con el problema de salud que presente cualquier ciudadano.

 

Habrá que extremar las precauciones, quien nos atiende deberá estar provisto de todos los medios que le protejan, pero los enfermos deben ser atendidos y no aplazados en sus males. Todos los meses pagamos nuestra parte alícuota de la Seguridad Social, los profesionales cobran puntualmente por los servicios que realizan, entonces ¿por qué toda la Atención Primaria en los Centros de Salud se ha dirigido hacia lo telemático? ¿por qué te tienen que atender en el exterior y derivarte hacia otros departamentos?

 

Hoy en día te hacen un análisis de sangre, si es que te dan día y hora, y los resultados te los comenta el profesional de la medicina por teléfono en una consulta tan medida que cuando te has dado cuenta ya te ha colgado y se ha quedado satisfecho con lo que te dice, pero ni hay un momento para la personalización o para la humanización con el afectado.

 

“Es por tu bien” o aquello otro de “es por tu seguridad, que hay mucho contagio y el virus acecha en muchos sitios y más en un CAE”, son expresiones que se han ido abriendo paso en nuestros subconscientes y que las aceptamos por un bien común de escaso parabién. Los profesionales no eran eso. Eran gentes dispuestas a entregarlo todo por su profesión o por su vocación. Hoy son burócratas que se han replegado a sus puestos de trabajo y que observan desde esa atalaya como los demás nos las tenemos que componer para aliviar nuestros estados de salud.

 

El enfermo que les relataba antes con la inflamación de amígdalas mejoró notablemente con el paracetamol inyectado, y en cuanto quedó bien se olvidó de sus penurias, de las noches en las que tenía que cambiar las sábanas de su cama hasta en dos ocasiones por el sudor que le provocaba la fiebre, borró de su mente las maldiciones ante la falta de diagnóstico y la carencia de profesionalidad de quien tenía que haber antepuesto su juramento a su seguridad personal. Se curó y se olvidó.

 

En cuanto al que orinaba sangre, sigue así. Se ha resignado a que tiene una piedra en sus riñones que tendrá que ir diluyendo con agua y otros remedios caseros y naturales, ayudado de la medicación que le mandaron en el aparcamiento del CAE al que fue, porque ni siquiera lo dejaron entrar al edificio. Dice que para qué va a ir a un servicio de urgencias si le van a decir lo mismo o simplemente no le van a hacer nada. Y esa es la sanidad que tenemos.

 

Blas Trujillo, tercer responsable de este departamento en cuatro meses, dice que tendrá que contratar unos 2.500 profesionales para estar preparados ante un posible rebrote de la enfermedad, pero ¿qué pasa con los demás enfermos, señor consejero? ¿qué pasará con los que tienen azúcar y necesitan de un seguimiento periódico? ¿qué hacemos con los que presenten una infección y tengan fiebre?

 

Y es que una cosa es reconocer la buena labor de los que tienen una responsabilidad concreta en la lucha contra la pandemia y otra que todo el mundo sanitario se suba a un carro que ya tenía muchas carencias en el pasado.

 

Por tanto, hoy escribo este monólogo como una queja y una denuncia. Me comentaba el otro día una conocida que se dedica a la explotación de Viviendas Vacacionales que tras mostrarle a una pareja el lugar que habían escogido para pasar unos días le solicitaron un descuento “porque somos sanitarios”. ¿No me digan que no es para decirles algunas cosas? Y es que hay mucho caradura por ahí que escondidos tras una bata blanca y amparados por la buena acción de los que de verdad han luchado contra esta pandemia y han demostrado realmente lo que son: gente con valor y con sacrificio.

 

* José MORENO GARCÍA

Periodista.

Analista de la actualidad.

 

 

La Laguna (Tenerife), 1 de agosto de 2020.

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