EL MONÓLOGO Nº025
Esperando, ¿hasta cuando?
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Seguimos esperando…, ¿hasta cuándo?
José Moreno García *
Se nos acaba el mes de septiembre, el de los ERTES y el que debería ser el que precede a una recuperación turística que no llega. Estamos ya en otoño y nuestra economía sigue deteriorándose a pasos agigantados, las previsiones realizadas sobre la caída del PIB han resultado cortas y lo que se avecina se parece más a una recesión sin precedentes que a una crisis como las que ya hemos vivido a lo largo de los años. En realidad, lo que se intuye en la lontananza del porvenir no tiene nada que ver ni siquiera con lo que han vivido las generaciones supervivientes de los grandes conflictos bélicos.
Tras la Primera Guerra Mundial asistimos a un mundo nuevo en el que la industrialización dio paso a una nueva manera de vivir. A partir de ahí las máquinas sustituyeron a la fuerza de una masa de trabajadores y comenzaron a aparecer una serie de condiciones básicas en las relaciones laborales. Fuimos a la regulación de los tiempos de trabajo, a que las condiciones en las que fueran más “humanas” y comenzó a gestionarse aquello de “trabajar para vivir y no a vivir para trabajar”.
La industrialización hizo más favorable todo aquello y se comenzó a cambiar la fuerza bruta por los conocimientos en el manejo de la maquinaria. Y aquello se fue asentando hasta que llegó el segundo conflicto armado que movilizó a todo el mundo. El precio en víctimas fue muy superior porque las máquinas también se pusieron al servicio del conflicto. Pero sirvió para que la reflexión de que era mejor arreglar las cosas con el diálogo y la diplomacia que con la fuerza de las bombas y las balas.
El progreso y los avances médicos hicieron posible que viviéramos una mitad del siglo XX sin grandes guerras, amenazados por pequeños grupos y con continuas amenazas a la paz. Pero a grandes rasgos se logró mantenerla.
Pero nadie previó que se podría desencadenar un conflicto en el que nos tuviéramos que confinar para luchar contra un enemigo invisible. Un pequeño virus, de la familia de los coronavirus, ha provocado tal paréntesis en el mundo que en este momento todos, países ricos y pobres, del norte y del sur, grandes y pequeños, están sufriendo por una paralización a la que nadie vio venir.
En ese contexto, nadie viaja por miedo, por falta de seguridades y eso nos lleva a que las compañías aéreas tengan sus aviones aparcados en las plataformas aeroportuarias y que la previsión de la vuelta a la normalidad esté más condicionada que la hipoteca de un parado. Si no vienen los aviones con los turistas, ¿para qué abrimos los hoteles? Y si éstos no abren ¿qué futuro les espera a sus trabajadores? Un dilema de difícil solución.
En estos días en Canarias se están cerrando los pocos establecimientos hoteleros que se atrevieron a abrir tras el confinamiento. Los trabajadores de esos hoteles están volviendo a los expedientes de regulación temporal de empleo en el que ya estuvieron, lo que pasa es que entran en esa situación para unos pocos días, ¿y después qué? Esa es la gran incógnita. ¿qué pasará a partir del próximo miércoles día 30? ¿Cómo y cuánto cobrarán los que no pueden trabajar porque no hay clientes? ¿hay músculo entre nuestros empresarios para seguir aguantando este parón obligado?
Antes de esto hay que recordar que el sector turístico canario se ha partido la boca pidiendo test rápidos a los que venían a las islas, que se hicieran pruebas de entrada y salida a los turistas, que preserváramos nuestras barreras naturales, como territorios insulares que somos, que se hicieran los controles necesarios para conseguir ser un corredor seguro para los que quieran pasar aquí sus días de vacaciones. ¿Y qué se ha conseguido? Hasta ahora promesas de que se está en ello o de que es muy difícil poner de acuerdo a todos los países de los que recibimos visitantes o que en la reunión del ¡próximo día 28 de ministros europeos de turismo se pactará un protocolo que se enviará a la Comisión Europea para ver si se puede aplicar! Ahora, a buenas horas.
Pero es que según se publicaba estos días, la Comisión Europea ha afirmado que el Gobierno español no ha presentado planes específicos para el sector turístico cuando han pasado ya seis meses de pandemia, mientras que una decena de países ha solicitado y obtenido permiso en Bruselas para poner en marcha una serie de medidas destinadas al sector turístico y del transporte.
En su comunicado, la vicepresidenta de la Comisión Europea responsable de Competencia, Margrethe Vestager dice que «las autoridades españolas no se han puesto en contacto con la Comisión para solicitar un régimen específico de ayudas al sector turístico».
Con estos mimbres tenemos que hacer las sillas y parece que no están en las mejores condiciones. Es decir, no tenemos nada en este momento. Ni hay turistas, porque no hay aviones y no hay aviones porque no hay quien viaje, una dicotomía en la que podríamos enredarnos durante horas y no encontrar el punto y final. Si no hay turistas tampoco se alquilan coches, los restaurantes no tienen clientes, -por eso, más del 70 por ciento de los enclavados en las zonas turísticas están cerrados – y acarrea que los agricultores o ganaderos tengan menos sitios en los que colocar sus productos y que la producción local se resienta porque no es lo mismo cocinar para dos millones de personas que somos que para los más de doce millones que nos visitan. Lo que se nos viene encima es muy preocupante, pero el ritmo de los que tienen que tomar decisiones no va al mismo paso que el de los miles de familias que esta misma semana van a ver modificadas sus condiciones salariales y sociales.
Por eso muchas veces llegamos a la conclusión de que los que están en esos centros de poder no van a la par que las urgencias que se le presentan a los ciudadanos a los que administran. El bienestar social se indica observando los factores que participan en la calidad de vida de las personas en una sociedad y que hacen que su existencia posea todos aquellos elementos que dan lugar a la satisfacción humana o social. Esta definición les podría servir a esos dirigentes para preguntarse si están cumpliendo con los parámetros necesarios. En la respuesta podrían encontrar muchos argumentos y seguramente hallarán los caminos necesarios para ahorrarle las angustias propias de las incertidumbres de tanta gente que ahora desconocen su futuro más inmediato.
Excluyo en estos párrafos a los que sé que trabajan, los que elaboran escenarios a superar, pero no se me caen de la mente los que se entretienen en políticas caseras, en discusiones bizantinas o en elucubrar sobre réditos políticos y digo esto porque entiendo que hay gobernantes preocupados que en su día a día están inmersos en la forma de acelerar los procedimientos que traigan seguridad a los que no pueden hacer más que esperar para ver cómo se solventan sus problemas.
En el Gobierno de Canarias, comenzando por su presidente y siguiendo por los que ocupan responsabilidades de inversión y creación de puestos de trabajo o en la salud pública e incluso de educación sé que trabajan para asegurar parte de todo esto, lo que son sus competencias, pero en los departamentos superiores no tienen esa celeridad, quizás porque tienen muchos calderos al fuego o porque la importancia de lo que pasa en estas islas no sea tan relevante como lo que pasa en otras latitudes en las que las ansias independentistas o de reclamaciones de más cotas de poder se imponen. Somos un archipiélago a demasiados kilómetros de la meseta en la que se gobierna.
En los medios nacionales tienen más espacios los conflictos políticos, los rifirrafes personales, las trifulcas entre personas de partidos, pero no hablan de los miles de puestos de trabajo que ahora mismo, a falta de pocas horas, no saben cómo van a percibir sus emolumentos a partir del miércoles o si solo podrán contar con la mitad de lo que cobraban o si estarán consumiendo tiempo de paro, sin estar parados – despedidos- periodos en los que si sus casos pasan a ser ERES ya los tendrán gastado y por tanto estarán cubiertos menos tiempo.
El tiempo es fundamental, pero parece que para unos son más que para otros. Mientras, seguiremos esperando con la angustia pegada a la garganta. ¿Reaccionarán?
El balance es negativo. No sabemos cuándo se impondrán los test, cómo y cuándo serán prorrogados los ERTES, qué ayudas recibirán empresarios y autónomos para mantener sus negocios abiertos, cómo vendrán los turistas, qué pasará con el sector primario, la agricultura, cómo ayudarán a las empresas de transporte, quien reparará la merma de ingresos en el sector público y en el privado, como nos recuperaremos… La larga lista se haría interminable, pero seguimos esperando las decisiones y las respuestas.
* José MORENO GARCÍA
Periodista.
Analista de la actualidad.
La Laguna (Tenerife), 26 de septiembre de 2020.
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