EL MONÓLOGO Nº028
La medicina y los ciudadanos
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La medicina y los ciudadanos en este tiempo de pandemia
José Moreno García *
Estamos en un tiempo en el que la pandemia lo domina todo y en ocasiones está sirviendo de excusa para que los atendimientos más normales se conviertan en actuaciones casi extraordinarias. Entrar en un Centro de Salud se ha vuelto una hazaña y son muy pocos los que logran acceder a un servicio presencial. Es como si entraras en una cámara acorazada en la que se guardan objetos de alto valor o de rara procedencia. Para llegar a la consulta en cuestión hay que tener cita previa, estar inscrito en una lista, figurar en un directorio, que la dolencia sea merecedora de una consulta presencial, que eso casi nunca está disponible, y llegar a la hora prefijada.
No hay quien te atienda ya presencialmente, porque dicen que los profesionales de la medicina, en todas sus facetas, ya están al borde de la extenuación y que además necesitan de más profesionales. Hemos pasado de lo de antes de esta pandemia, que parcelaban las consultas en menos de diez minutos por paciente, a que nadie esté para otra cosa que para lo relacionado con la COVID-19. Así aumentan los casos como el de Lidia González, una joven de 22 años que falleció tras dos meses de espera para recibir tratamiento, al haber sido operada de un repentino tumor cerebral, debido a que en el tiempo de confinamiento no se realizaron seguimientos a los enfermos.
Hemos estado unos meses en los que los quirófanos solo se han utilizado en casos graves y en el que los cribados y la prevención se han reducido al mínimo. Todo ello tendrá como consecuencia una serie de efectos colaterales indirectos, como es la mortalidad asociada al retraso en los diagnósticos, en los que se incluye el cáncer. He oído a profesionales de la medicina decir que las muertes debido al retraso en el diagnóstico y tratamiento de pacientes oncológicos ocasionarán más pérdidas de años de vida que el propio virus. Por ejemplo, en el Reino Unido se estima que alrededor de 2.500 personas por semana no están siendo diagnosticadas por falta de derivación de los especialistas y otros 400 no están siendo diagnosticados a través de cribado poblacional.
En España los casos pueden ser aún más numerosos y en Canarias ya ni les cuento. Decía el otro día el consejero de Sanidad de Canarias que las listas de espera en las islas habían descendido, un dato cierto, pero con muchas matizaciones: por un lado, hay menos gente que está siendo diagnosticada, y por otro, muchos pacientes han pasado de la lista de espera de menos de seis meses a la de más de ese tiempo, y además las pruebas están casi suspendidas. Han parado todos los programas de prevención en los procesos oncológicos digestivos, que son claves para prevenir y mejorar los datos de supervivencia. Se han demorado los procesos endoscópicos en el área de los aparatos digestivos, lo que produce una mortalidad de una de cada tres personas relacionadas con este tipo de patologías.
Según algunos profesionales, desde el inicio del estado de alarma, la tendencia ha sido operar los menos casos posibles. Esto significa que toda la patología no emergente ha sido demorada. Por patología no emergente se entiende aquella que no comprometa la vida de manera inminente y/o sobre la que existe otra alternativa probada a la cirugía. A esto hay que añadir que se ha producido una reducción significativa del número de pacientes que acuden a urgencias con patologías quirúrgicas por temor al contagio (apendicitis, colecistitis, diverticulitis…)
Ya les conté la pasada semana el caso de un familiar cercano y hoy entro en detalles. En pleno confinamiento tuvo un episodio de inflamación de amígdalas. Lo pasó mal, su médico de cabecera solo le atendió por teléfono, con los riesgos que eso conlleva, sin toma de temperatura, sin verle la cara ni, por supuesto, la garganta, pero le recetó hasta en tres ocasiones diferentes medicamentos que no mejoraron el estado del enfermo. Una noche, con una fiebre considerable y malestar en todo el cuerpo, decide ir a las urgencias de su hospital de referencia y allí sí que le hacen un examen pormenorizado. Le dicen que así tendría que haberle atendido su médico y le ponen un tratamiento en función del cuadro que presenta. En un par de días estaba casi totalmente recuperado.
Cuando le contó a su médico de cabecera lo sucedido este le contestó que él “no quería contagiarse”, pero olvidaba que su profesión tiene esos riesgos. Le ha vuelto a pasar y ahora ha encontrado otro médico que lo ha reconocido y al que le ha preocupado tantas crisis seguidas y que le ha solicitado un estudio completo para ver qué pasa. El estudio incluye un análisis, una ecografía y la visita al otorrino, para que valore. En la ventanilla correspondiente le han dado las citas. Cuando leyó el papel no salía de su asombro. Los demás tampoco.
El análisis de sangre tiene fecha para el 23 de diciembre de este 2020, la ecografía se la harán el 21 de junio de 2021 y con esos dos informes lo verá el especialista, el otorrinolaringólogo ¡el 13 de mayo de 2022! ¿Qué le parece, don Blas? ¿Cómo para estar orgulloso de la sanidad que usted dirige?
Y por lo que cuentan lo de las consultas médicas por teléfono han venido para quedarse, a pesar de que dicen que atender a un enfermo de esta forma no es sensato, ya que un diagnóstico puede depender de muchos factores que el médico necesita ver y podría dar lugar a negligencias médicas, pero hay gente para todo e incluso defensores de esta práctica por aquello de que evita exponerse a contagios.
El jueves fui a vacunarme contra la gripe, como hago desde hace unos cuantos años. Mi cita la había gestionado a través de mi médico de cabecera. Cuando llegué dos enfermeras, con listas en ristre, me preguntaron qué me traía al lugar, cómo me llamaba, cómo había tramitado la prueba y si había obtenido respuesta. Lo dicho, peor que entrar en una cámara de seguridad. A todo le respondí como pude.
Mi nombre no aparecía en la lista y me acordé de aquella canción del Canto del Loco, Zapatillas se titulaba, y decía algo así como “Estoy muy harto de que me digan: si no estás en lista no puedes pasar. Solo entran cuatro, tenemos zona supermegaguay y nunca la verás. Abarrotado, hay aforo limitado y ahora toca esperar…” Pero aparecí en el listado y me pasaron a una sala de espera. Salió otra enfermera que nuevamente me preguntó por mi nombre, y tampoco me encontró, a lo que le respondí “¿usted cree que, si no estuviera en la lista, me habrían dejado llegar hasta aquí?”
Debió sorprenderse y miró mejor y me encontró. Pasé a la sala donde ponían la vacuna y mientras una enfermera la exhibía, otra compañera detrás de un ordenador me volvía a preguntar el nombre y tras oírlo tampoco me encontraba. Amplié sus datos con mi número de DNI y entonces volví a aparecer en el listado. Con esa confirmación la profesional que me iba a pinchar tenía el camino expedito para su cometido y así lo hizo, con gran profesionalidad, pero sufrí más con todo el asunto burocrático que con la inyección en sí.
Con todo esto les quiero decir que los ciudadanos solo estamos para que nos pidan responsabilidad, para que no incrementemos los datos de los contagios, para que no nos reunamos más de 10 personas, para que no trasnochemos y a las doce de la noche nos recojamos, para que vayamos a todos sitios con mascarillas, para que nos lavemos las manos tantas veces como parpadeemos, para que nos estemos empobreciendo cada día, para que lo del Estado del Bienestar sea una entelequia del pasado, para que las citas previas o las colas las veamos como una normalidad y que nos traten como si los que saben de todo esto sean los demás.
Nos asustan con el número de contagiados y nos dicen poco después que ya podemos recibir a los turistas de fuera porque estamos por debajo de los márgenes establecidos. Y es que como siempre se ha dicho, ¡no somos nada! Y ahora menos aún. Somos simples estadísticas de contagios.
* José MORENO GARCÍA
Periodista.
Analista de la actualidad.
La Laguna (Tenerife), 17 de octubre de 2020.
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