EL MONÓLOGO Nº055
Un mundo distópico

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Pepe Moreno *

 

 

Se estará preguntando el lector a cuenta de qué este título de hoy. Y es que las distopías a menudo se caracterizan por la deshumanización, la crean​ los gobiernos tiránicos, los desastres ambientales​ u otras características asociadas con un declive en la sociedad. Las sociedades distópicas aparecen en muchas obras de ficción y representaciones artísticas, particularmente en historias ambientadas en el futuro. Algunos de los ejemplos más famosos son “1984” de George Orwell, “Un mundo feliz” de Aldous Huxley y “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury.

 

Las sociedades distópicas aparecen en muchos subgéneros de ficción y a menudo se utilizan para llamar la atención sobre la sociedad, el medio ambiente, la política y la economía, religión, psicología, ética, ciencia o tecnología. Algunos autores usan este término para referirse a sociedades existentes, muchas de las cuales son o han sido estados totalitarios o sociedades en un estado avanzado de colapso. Es posible que algo de esto nos esté sucediendo. Veamos.

 

Las restricciones, como consecuencia de los niveles de contagios, parece que se han instalado entre nosotros y que van a estar vigentes durante un tiempo, sin que nada ni nadie los deroguen o quiten. Nos estamos acostumbrando a que los agentes de policía nos pregunten el motivo de nuestro viaje, a donde vamos, o a cuenta de qué hacemos los desplazamientos. No nos importa que después de contestar a las preguntas policiales luego nos pidan nuestro DNI, como si nuestras palabras no tuvieran ningún valor y tuvieran que comprobar lo que ya le hemos declarado.

 

Todo eso se lo podían haber ahorrado si directamente nos hubieran solicitado la identificación y ya está. Hay quién lo justifica todo en función de la seguridad, pero olvidan el régimen de libertades que todos nos hemos dado al votar la Constitución, y que llevaría a una movilidad y a un derecho de reunión que con el estado de alarma tiene más inconvenientes que uno de VOX comprando una pulserita a un inmigrante.

 

Vamos retrocediendo en los derechos ciudadanos y a nadie le importa este hecho. No puedes salir a correr antes de las seis de mañana porque puedes ser multado, no te recibe el médico en su consulta porque es mejor que te atienda por teléfono, tu nombre figura en una lista de espera y a nadie le preocupa la evolución de la enfermedad, simplemente se excusan en que el número de contagios es más importante que el bienestar de los enfermos y que la atención es más temática que presencial. Estamos en una nueva era en la que todo lo que empieza por tele es más preciso que el trato personal y estamos dejando que lo de la humanidad se convierta en una entelequia que pertenece al pasado y no a un presente.

 

Asistía la pasada semana a una información sobre la agresión a una profesional de la medicina por parte de una paciente. Había llegado a un servicio de odontología una persona con un fuerte dolor de muelas, sin cita previa, y entiendo que, en su desesperación, la paciente, pedía un remedio rápido que le aliviara su padecimiento. La profesional, amparada en una normativa que poco habla del trato y mucho de las normas a cumplir, le indicó que tenía que acudir a su médico de cabecera y que este le remitiera a un especialista.

 

El protocolo, entendido desde un punto de vista teórico, estaba bien, pero hay que ponerse en la piel de la persona que sufre el dolor, que pedía ser aliviada y que cesara su tormento. La agresión es de todo punto de vista rechazable, no puede ser, la profesional de la medicina no puede ser injuriada ni atacada por cumplir las normas, pero la paciente tampoco puede ser despachada con una simple explicación de las normas a cumplir.

 

La carencia de un remedio enerva a cualquiera que esté padeciendo. Y se produjo una agresión que es rechazable, pero ¿es esta la respuesta de alguien comprometido con aliviar los males de los demás la que esperamos? Juzguen ustedes y pongan la respuesta adecuada. Y como esto podríamos poner muchos más ejemplos de una sociedad en la que las excusas oficiales nos sirven para no esgrimir las soluciones que nos demandan nuestros semejantes.

 

Con todo esto quiero escribir hoy de la calidad de algunos servicios, de las respuestas de los que están al frente de esos servicios y de que la ciudadanía de hoy se enfrenta a una serie de trabas que hasta hace poco se solventaban con la profesionalidad y competencia de los que están ahí para solucionar esos episodios. Los aplausos de ayer parece que han dado alas a un colectivo que ha escogido una profesión comprometida y que hoy parecen más proclives a que no se les complique el turno que a remediar los síntomas que padecen los que se presentan buscando soluciones a sus males.

 

En un reciente estudio -tiene fecha del 1 de marzo de este año- Amnistía Internacional decía que el sistema de Atención Primaria en España ha sufrido dos pandemias: la de la COVID-19, y la de la gestión sanitaria, que ha adolecido de una falta de planificación e inversión suficiente para afrontar la primera, situando este servicio entre el abandono y el desmantelamiento, y que las Comunidades Autónomas deben, de manera urgente, incrementar las plantillas de la atención primaria con el fin de alcanzar ratios de profesionales de otros países de la Unión Europea, para hacer frente al aumento del volumen de trabajo y a la campaña de vacunación.

 

Pero es que además, esta organización añadía que “se lamenta que esta «gestión deficiente» haya tenido y tenga todavía «graves consecuencias» sobre el acceso al derecho a la salud en España durante la pandemia, especialmente para las personas más vulnerables, que padecen enfermedades crónicas o que requieren una mayor dependencia del sistema sanitario (aquellas con cáncer, enfermedades cardiovasculares o diabetes, entre otras), las personas mayores, las que padecen enfermedades de salud mental, o inmigrantes”. Y añade que son también las mujeres, que representan la mayoría de las cuidadoras de las personas enfermas, las que han sufrido de manera desproporcionada el impacto de una atención primaria desbordada y han hecho frente a una sobrecarga de trabajo y cuidados.

 

Los datos son tozudos e indican que al 69% de las personas entrevistadas le cancelaron diversas consultas programadas de manera previa a la crisis por COVID-19, entre las que se encontraban las consultas hospitalarias (46,3%), las del hospital de día (3,4%) y la de atención primaria (19,3%). Solo el 25,3% de las personas a las que se les cancelaron las consultas, tuvieron acceso a los centros de atención primaria una vez finalizado el confinamiento.

 

Se han desoído las recomendaciones de la OMS y de otros mecanismos internacionales que instaban a reforzar algunos servicios desde el inicio de la pandemia para poder garantizar el derecho a la salud de todas las personas, de manera especial las que se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad. De hecho, España está por debajo de la mayoría de los países de nuestro entorno en una ratio de personal médico.

 

Insisto en que la actuación de la paciente es reprobable y que no tiene justificación, y que debe caer todo el peso de la ley sobre esa persona. No tiene ninguna justificación, pero también hay que tener en cuenta el contexto de lo que pasó. Un dolor de muelas te hace irascible y te lleva a un estado en el que quizás actúas de forma totalmente irreflexiva, pero ¿recibió alguna respuesta a su mal? ¿es imprescindible atenerse a la normativa y no darle remedio a lo que le aqueja?

 

Se presentó en un servicio médico sin cita previa porque el dolor de muelas era inaguantable solicitando algo que le calmara ¿es buena respuesta remitir a la consulta de su médico de cabecera y que este derivara a un especialista con el tiempo que eso conlleva cuando el dolor estaba tan presente? ¿en qué punto se queda la comprensión y la humanidad?

 

Todos estamos viviendo un mundo de incertidumbre en el que el futuro es algo que no está en nuestras manos. Mucha suspensión de empleo temporal, mucho paro, el hambre va en aumento y la pobreza es algo que habita entre nosotros y en ese marco parece que los servicios que pagamos con nuestros impuestos están menos al alcance de los ciudadanos corrientes.

 

Cada día cierran más cosas que antes eran cotidianas. A nuestros mayores les obligan a realizar trámites bancarios telemáticos cuando estaban acostumbrados a las columnas del “debe” y el “haber”. Iban a las entidades bancarias con sus libretas para que le asentaran el pago de la pensión y a sacar 20 euros para cada nieto y a depositar otra parte para ayudar a los suyos en el pago de hipotecas o de alquiler. Pero hoy eso cada vez se lo ponen más difícil con la supresión de oficinas.

 

No puedes ir a ninguna oficina pública porque los que allí atienden lo hacen desde sus casas con eso que se denomina teletrabajo y los que lo ejercen dicen que es más seguro porque hay menos contacto personal. Es posible que así sea, pero estamos perdiendo todo lo relacionado con el trato personal y con la relación con los semejantes. Las relaciones públicas se ejercen amparados tras los ordenadores y con aplicaciones frías que han sustituido el roce por la técnica. ¿Es este el mundo que viene y el que queremos?

 

Nos hemos convertidos en unos huraños ante nuestros semejantes y estamos aplicando una forma de ser que siempre hemos repudiado. Creo que nos están cambiando y que ahora los familiares son convivientes antes que parte de nuestro entorno. Nos limitan el número de comensales y cuando nos saltamos la norma nos crean el síndrome del incumplidor, señalándonos como los culpables en caso de un contagio o aislándonos por ser contactos directos.

 

No importa que estemos sanos, que nuestros análisis sean negativos o que estemos inmunizados, lo que vale es que no hemos cumplido con las recomendaciones de unas autoridades que no saben cómo luchar contra este virus un año después de haber aparecido.

 

No llegan las vacunas, las que lo hacen se distribuyen de forma y manera que la discusión sobre su efectividad sobrepasa a sus resultados y hoy sabemos más de los efectos secundarios que de las ventajas que conllevan. Y todos hablamos de ello, exactamente igual que antes discutíamos sobre el peligro de chupar las cabezas de las gambas en una cena de navidad.

 

Estamos creando un mundo raro, tan anormal que nadie lo entiende y en el que cualquiera es bueno para convertirse en juez de parte. Por tanto, cada día se hará más irracional y eso nos alejará, sin darnos cuenta, del mundo que conocimos. Y lo peor es que todos habremos contribuido a ello.

 

 

* José MORENO GARCÍA

Periodista.

Analista de la actualidad.

 

La Laguna (Tenerife), 24 de abril de 2021.

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