EL MONÓLOGO Nº062
Con el corazón encogido
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Por Pepe Moreno *
A veces es difícil escribir un artículo en el que expresar todo el sentimiento sobre algo ocurrido, y hacerlo sin que el corazón traicione a la mente, que por lo general es más fría y sin pasiones. Y lo sucedido en los últimos días con las niñas Anna y Olivia nos puede llevar a que las pasiones sean más duras y las palabras se queden cortas a la hora de expresar las razones del rechazo. Nada justifica la muerte de semejantes, pero menos aun cuando hablamos de menores, de hijas o de personas que son claramente vulnerables a manos de los que teóricamente deberían protegerles.
Ha sido una semana dura que comenzó con halos de esperanzas en huidas y en destinos caribeños y ha terminado con la dura realidad de que la maldad no tiene límites y que algunos cometen delitos rechazables y que nunca pueden tener justificación. Días en los que hemos pasado de conjeturas de singladuras en busca de territorios lejanos, a la dura realidad de un fondo marino profundo, insondable y lleno de una oscuridad rayana en la negrura más ciega.
Porque de eso se ha tratado, de matar la inocencia, de que puede ser más terrible de lo que podemos imaginar y de que la vida no vale nada para aquellos que quieren hacer el mal por encima de cualquier otra opción e incluso de rehuir la lucha. Matar por un sentimiento de posesión y que otros sufran por esas muertes. De que la guadaña siegue la posibilidad del reencuentro y de que el daño a la mente ajena vaya unido a unos hechos que rechazamos por un final abominable.
Comenzamos el lunes con la esperanza de que el hallazgo, en aguas cercanas a Santa Cruz de Tenerife, de una botella de buceo y de un edredón nórdico fueran las pistas falsas de un hundimiento que tenían por objeto distraer la atención de un operativo formado para encontrar vestigios de un padre que había secuestrado a sus dos hijas. Seguimos con un martes parco en novedades que hacía albergar esperanzas de rumbos con horizontes lejanos y de huidas allende los mares.
A todo eso ayudaban las imágenes que proporcionaba la propia madre y a textos en los que se apelaba a la entrega y a la posibilidad de reencuentros. El miércoles escuchábamos, por primera vez, la voz de la madre que decía que todo era fruto del teatro y de una puesta en escena, albergando esperanzas de reencuentros y de buenas acciones, apelando a la necesidad de que las pequeñas disfrutaran de los suyos y que a nadie se le puede separar de los que los aman.
Y en esas estábamos cuando el jueves nos dimos de bruces con la realidad, al descubrir en las profundidades del mar unas bolsas en cuyo interior se encontraba toda la maldad a la que antes me refería.
Una operación policial sin precedentes, la utilización de unos recursos nunca antes puestos a disposición de la resolución de un caso de violencia de género, la tenacidad de unos profesionales policiales que han ido uniendo cabos y la pericia de la unión de todo ello, nos reveló lo que había sucedido 45 días antes, y ha dado como resultado que hoy todos tengamos un nudo en la garganta que nos hace muy difícil respirar.
Han sido 45 días en los que hemos rechazado que dos niñas, de seis y un año de edad, pudieran sufrir algún tipo de daño del que figuraba en su libro de familia como su padre. Nos hemos creído, porque albergábamos esperanzas, que navegaban en veleros de ensueño, que balbuceaban “papá, tiburón”, que llegaban a tierras extrañas con plantaciones dotadas de todo tipo de comodidades, que iniciaban un tiempo nuevo en otro lugar exento de tratados de extradición, o que… sabe Dios que otras cosas deparaban un futuro incierto, pero con vida con las que rellenar las hojas del tiempo.
No había nada de eso. Desde el primer momento, en aquel 27 de abril nefasto, todo se había detenido y la venganza tomó cuerpo en una mente que no sabía distinguir la desesperanza de la maldad y que diseñó una forma de desquite que cercenaba vidas que comenzaban. Y a todos nos rompió el alma y nos creó unas ganas de llorar que no tienen consuelo. El diccionario es sabio en palabras que describen las sensaciones, pero en este caso no tiene definiciones para definir lo ocurrido.
Hablan de violencia vicaria, pero ¿cómo es posible que un padre decida acabar con la vida de sus hijos para vengarse del repudio de su exmujer? No cabe en cabeza humana, ni se puede explicar con argumentos convincentes, ni encontramos las palabras necesarias para relatar esta barbarie.
Ante los hechos vividos en estos días solo caben maldiciones y rechazos y sobran las explicaciones porque nada puede justificar acabar con la vida de semejantes y menos aún, cuando son de la misma sangre. Dos niñas a las que todos hemos visto cómo se querían, los besos que se repartían, como llenaban sus vidas de inocencia, como el juego y las risas ocupaban su tiempo y que carecían de preocupaciones, perdían la vida a manos de su padre que las lastraba en las profundidades del océano para que nadie supiera de ellas ni de su destino. Pero no ha sido posible y la pericia de unos investigadores unidos a las nuevas tecnologías han hecho posible que nos encontremos con una dura realidad que a todos nos ha dolido por su perversidad.
El autor de tan deleznables hechos nunca pensó que viniera un barco oceanográfico a buscar en simas marinas, que la geolocalización sería clave en desentrañar un plan pensado para no tener resolución y que los nuevos ingenios robotizados irían más allá de los límites marinos conocidos. Con eso no contaba y eso mismo es lo que ha sacado a la luz sus aviesos planes para acabar con vidas, en lo mortal y en lo mental.
Nunca habíamos asistido a una situación en la que un buque científico se ponía al servicio de una operación policial. En ningún momento de la historia se había realizado algo similar y, lo que en un primer momento se usaba para descartar, se convirtió en el epílogo de una historia violenta que ha acabado con la vida de dos pequeñas y con la de un ser para el que la posesión era sinónimo de propiedad en el sentido más dañino del término.
Hoy nos toca llorar, pero deberíamos reflexionar sobre cómo algunas mentes llegan a tener este tipo de pensamientos y si esta sociedad nuestra tiene alguna responsabilidad. No es posible que estemos alumbrando estos comportamientos y no nos lleguen avisos de lo que preparan. Deberíamos tener los ojos más abiertos para que la sorpresa no dé paso a las lágrimas y la congoja y estar más alertas para detectar el desprecio a la vida. Porque de la previsión pueden venir los remedios.
Ha sido una semana dura y me parece que lo que viene en los próximos días no será mejor, porque aún nos quedan muchas cosas por saber en este lamentable caso en el que una madre seguirá preguntándose los porqués.
¿Habrá un antes y un después de este caso? A todos nos corresponde buscar una respuesta.
* José MORENO GARCÍA
Periodista.
Analista de la actualidad.
La Laguna (Tenerife), 12 de junio de 2021.
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