EL MONÓLOGO / 100
Casi dos años después
AL FINAL DE ESTE ARTÍCULO, TRAS LA FIRMA, PUEDES DEJAR TU OPINIÓN Y RESPUESTA…
Por Pepe Moreno *
Hoy cumplimos un número redondo con los 100 monólogos y es una fecha en la que las dos partes, el que escribe y el que los lee, tienen algo que celebrar. Hemos llegado a este número gracias a la paciencia de todos los que cada semana se paran un momento para ver qué se dice en estas líneas e incluso comentan algunas aportaciones que yo, sinceramente, les agradezco, porque siempre son puntos de vista diferentes que enriquecen lo que aquí escribimos.
Han sido cien semanas en las que hemos abordado los temas de actualidad de cada momento y que nos han servido de reflexión sobre lo que estaba pasando. Comenzamos con aquel Reflexiones de un confinado, el 13 de abril de 2020, que nos sirvió de arranque. Después de eso, se analizó largamente lo que estaba pasando con la COVID-19 y las diferentes restricciones que se fueron imponiendo por parte de las autoridades para luchar contra esta enfermedad de la que hace unos dos años no sabíamos nada y que hemos tenido que ir improvisando para ver si podíamos ganar la batalla en la lucha contra ese virus, que está siendo dura.
Como decía, comenzamos precisamente en plena pandemia y en confinamiento. Los monólogos sirvieron en aquel momento como válvula de escape de pensamientos que estaban atrapados en el interior de cada uno y que nos sacaban del aislamiento social al que este contagio nos ha llevado, poniendo de moda una serie de palabras que hasta ese momento tenían otro significado. Nos ha servido para reflexionar sobre los nuevos modos de saludo, saber qué es la incidencia acumulada, la inmunidad de rebaño, la distancia social -que hasta ese momento era una frase casi excluyente y que ahora es a los metros que tenemos que ponernos para que los virus no lleguen- o los geles hidrológicos o las mascarillas que en la vida íbamos a ponernos cuando salimos a la calle.
Y todos estos argumentos han estado trufados de otros en los que hemos hablado de la vida que nos está pasando por los alrededores sin que nos demos cuenta de que consumimos tiempo y que ese tiempo no volverá y que, por tanto, no nos damos cuenta de que se nos va y que, a lo mejor, tampoco hacemos lo que nos proponemos. Hemos hablado de calles, de maneras de hacer la política, de las oportunidades que pasan, de la forma que algunos tienen de dar los mensajes o de la agricultura de nuestras islas o de cómo hemos ido cambiando para hacer cosas que siempre se han hecho de otra forma, pero que ahora, incluso, están mal hechas o no son políticamente correctas.
La manera de relacionarnos ha cambiado a lo largo de los tiempos obligados por las circunstancias. Recuerdo un monólogo que escribí en el que nos referíamos a que el tradicional apretón de manos lo habíamos cambiado por un codazo, con todo el significado que eso quiere llevar, y como eso muchas otras cosas, que ya no son como eran.
Hemos cambiado, a mejor, en las relaciones con los demás y, por ejemplo, hoy ya no contamos algunos chistes de antaño en los que se ridiculizaba al colectivo femenino, o al que tenía algún defecto, o a los que tenían un coeficiente intelectual diferente al del resto. Han tenido que decirnos que lo estábamos haciendo mal para darnos cuenta del daño que estábamos provocando en aquellos que se sentían heridos o reflejados en esas historias.
También he escrito en algunas ocasiones el papel que hoy tiene la prensa en una sociedad como la nuestra, en la que parece que las redes sociales desarrollan un protagonismo especial y en el que la credibilidad de los medios está infravalorada por varios sectores de una sociedad mucho más pendiente de lo que se dice en determinados lugares de la internet, que en lo que se publica en los sitios web de esas cabeceras mediáticas.
En un reciente debate se hablaba de la importancia de la credibilidad, un concepto que entra en juego a la hora de abordar las nuevas formas de comunicación, como las plataformas de ‘streaming’, que atraen el interés de los jóvenes, cada vez más alejados de los medios tradicionales como la radio o la televisión, y en las que cualquier persona tiene la capacidad de generar contenido de calidad o entretenimiento, que es la competencia actual de los que antes hacían la comunicación. Y es que durante mucho tiempo los contenidos informativos han estado sirviéndose gratis en la red y algunas personas sin conocimientos o con la mejor voluntad del mundo, han suplantado la acción de informar. Y todo el tinglado se ha venido abajo.
Antes existían periódicos de una gran tirada que con la venta de cada ejemplar en los quioscos pagaban la nómina de su personal, y con la inserción de publicidad generaban recursos con los que invertir en mejoras. Cuando comenzó la era tecnológica nadie reparó en las suscripciones ni se pensó que estaban matando las razones de supervivencia. Ese es el camino para recuperar el prestigio de las cabeceras serias, lo que pasa es que quizás ya es demasiado tarde para encontrar el número idóneo de fieles que se apunten, paguen y mantengan esas redacciones.
Hoy, la adaptación a las nuevas tecnologías por parte de los medios tradicionales supone un nuevo reto más allá de lo generacional, que abarca el ámbito económico y una competencia de contenidos en un mercado que cada vez es más amplio. Un ejemplo de esto es como tanto la radio, la televisión como los periódicos han tenido que apoyarse en la tecnología para realizar sus tareas desde casa. El teletrabajo para la radio y la prensa y las plataformas de videoconferencias para la televisión son fundamentales en la actualidad.
Hace unos años era impensable que entrara en un informativo de una televisión nacional alguien desde el salón de su casa, con su móvil o Tablet u ordenador, para dar su parecer sobre determinado hecho en concreto. Los servicios de producción de esos mismos programas enviaban una cámara con su redactor a su casa, si el invitado no podía desplazarse o se le tomaban sus declaraciones para luego editarlas antes de su emisión. Hoy todo eso se hace a golpe de invitación para conectar.
Una de las cuestiones que más preocupa en este momento es la distancia que hay entre el periodismo y las nuevas formas de crear contenido. Decía en una reciente entrevista el periodista Francisco Egea, recién nombrado director adjunto de El Español después de haber sido cesado como máximo responsable de El Periódico de España, que “en los últimos años, los periodistas, hemos dejado pasar mucho una cosa muy importante que es la información y hemos hecho creer que periodismo es opinión, que es valoración o incluso sectarismo y eso no es. Hay que valorar a los que hacen información”.
Qué razón tiene el colega. Hoy brillan más los comentarios de Vicente Vallés, los zascas de Carlos Herrera o las imprecaciones de los que hablan en la Tuerka, que el trabajo periodístico de investigación o de reportaje de los que se esfuerzan en presentarnos los hechos y que el lector extraiga sus conclusiones.
En fin, que estamos huérfanos de todo esto. Que aquello de que los hechos son sagrados y las opiniones libres parece que ha caído con el paso de los años y que hoy vale más el periodismo militante que el de contar las cosas, sin más.
Espero que estos cien monólogos escritos solo sean el comienzo de algo que nos lleve a todos a reflexionar y a analizar lo que está ocurriendo en nuestros alrededores. Nunca pretenderé que se crean a pie juntillas las cosas que les cuento. Es más, lo que espero es que sigamos debatiendo las diferentes aristas de cada vivencia, porque eso será un aliciente para una buena conversación.
* José MORENO GARCÍA
Periodista.
Analista de la actualidad.
Islas Canarias, 2 de marzo de 2022.
Deja una respuesta