Empotrados en el
conflicto permanente
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Óscar Izquierdo *
Estamos asistiendo a un espectáculo deleznable por parte de una mayoría de la clase política española, donde el frentismo es su bandera. Se fomenta conscientemente el enfrentamiento, buscando posibles réditos electorales, cada cual más provocador y en muchos casos hasta chulesco.
Es la exaltación de la rivalidad fanatizada. En todos los ámbitos y por todos los medios, hay una continua hostilidad, que sobresale en las redes sociales. No hay manera de encontrar puntos de encuentro, más bien, se aprecia el distanciamiento y si puede ser, sazonado con algo de acritud, que así parece ser que tiene más valor. Podríamos hablar de la sociedad de la discordia, porque ese combate dialéctico se está trasladando a la sociedad y al comportamiento ciudadano, llevando a la división en bandos irreconciliables, pero, sobre todo, en partes con sordera crónica, ya que no se escucha al que piensa diferente, simplemente se le ataca, menosprecia o se le desprestigia.
Ya el refranero español señala que es más costosa la discordia que la concordia. Hay dirigentes políticos que están haciendo dejadez de un aspecto fundamental que debería primar en su actuación pública y que es la ejemplaridad. Con sus formas, maneras o discursos, han convertido las distintas instituciones en verdaderos patios de colegio, donde el que más chilla, parece ser que tiene la razón. Es una situación de todo punto insostenible, porque genera crispación generalizada. No hay sosiego que sea capaz de enderezar los entuertos creados, por los que después son incapaces de reconducirlos. Cuando termina una intervención de un responsable público, hay un sentimiento de pobreza intelectual o mejor dicho de victoria de la mediocridad, que desmorona cualquier atisbo de optimismo.
Hemos pasado de una etapa histórica ejemplar e internacionalmente reconocida, alabada e imitada, como fue la Transición y la Constitución de 1978, a un periodo caracterizado por la desavenencia institucional, donde no triunfa el que más vale o tenga la mejor preparación, sino el burócrata del partido político que sea, especialista en medrar a base de sometimiento a la mayor gloria del líder o lideresa de turno. No son los méritos personales lo que se valora, al contrario, se aprecia con más gusto la chabacanería y la fidelidad ciega a las directrices emanadas por las elites dirigentes. Eso lleva a una incapacidad manifiesta de gestión de la gobernanza pública, creando más problemas de los que se intentan solucionar, los cuales se agrandan por la torpeza en su diligencia.
De aquellos polvos vienen estos lodos y ciertamente es un lodazal la arena política, llena del barro de los insultos proferidos por casi todos, en cualquier circunstancia, venga a cuento o no sea procedente, da lo mismo, lo que dice la táctica partidaria e ideológica, es que hay que mantener alta las divergencias, para crear un ambiente de temor universal, para de esa manera gobernar o hacer oposición, a la fuerza y amedrentando por doquier. Después se hinchan manifestando su disposición al dialogo, cuando a la vez, insultan gratuitamente, o agreden verbal e intencionadamente al que proponen un acuerdo. Es la paradoja del que tiende la mano para cortársela al que la recibe.
No merecemos unos dirigentes y una oposición de esta ínfima calidad política. Los ciudadanos de este país hemos dado muestras de tener mayor seriedad, madurez y responsabilidad. La sociedad civil tiene que asumir el estatus que le corresponde en una democracia avanzada, liderando la toma de decisiones y reconvirtiendo a la élite política, en lo que tiene que ser verdaderamente, servidores públicos que trabajen para los demás y no para su beneficio personal. Faltando la elegancia que se les supone, la chulería sobra.
* Óscar IZQUIERDO
Politólogo.
Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración (UCM)
Santa Cruz de Tenerife, 11 de junio de 2020.
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