La autoridad en la política (I)
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Remigio Beneyto Berenguer *
La autoridad se ejerce legítimamente si está al servicio al bien común. Decía James C. Hunter en “La Paradoja” que el liderazgo es “el arte de influir sobre la gente para que trabaje con entusiasmo en la consecución de objetivos en pro del bien común”. El bien común nacional o internacional requiere de una organización. La autoridad tiene legitimidad en tanto en cuanto persigue la promoción de la dignidad humana, con los derechos y deberes que le son inherentes y la paz y la convivencia social, en definitiva, el bien común.
El bien común estará por encima de los intereses particulares de quienes ostentan esa autoridad que proviene del pueblo. Si alguien no se siente capaz de colocar ese interés general por encima del particular, automáticamente debe dimitir. Que la autoridad pública tenga tentaciones es usual, pero que se deje vencer por ellas perdiendo su dignidad no es permisible.
La autoridad está al servicio de los ciudadanos. Ellos le han elegido y le pagan su sueldo por medio de los impuestos. A ellos ha de rendir cuentas la autoridad. La transparencia es fundamental en el ejercicio de la autoridad. Para poder ejercer con rectitud la autoridad deben existir controles de su actividad. Cuántos más controles haya, mejor, porque de este modo se gestiona el bien común teniendo presente quién le ha y le está otorgando legitimidad necesaria para desempeñar su función.
Se discute mucho sobre sí es lo mismo la autoridad que el poder, sobre sí son sinónimos o no. Lo cierto es que, si partimos de que son distintos, lo que podría llamarse “autoridad” sin fuerza coactiva, sirve de poco. Sería algo así como la capacidad de influir en las decisiones de los demás, pero no puede olvidarse que solo el poder político, a quien se le ha otorgado por el pueblo la coercibilidad, es quien puede dirigir la sociedad hacia la consecución del bien común.
También se dice que la potestad impone y que la autoridad convence, que tal o cual personaje no tienen poder, pero tienen autoridad, y que ese otro tiene mucho poder, pero nadie le respeta. Todas estas observaciones pueden ser acertadas, pero lo cierto es que al final quien tiene la autoridad política es a quien se le ha confiado la tarea de dirigir la sociedad, vigilando la actuación de los ciudadanos y de los grupos intermedios, promoviendo y manteniendo el ejercicio de los derechos y deberes de los ciudadanos, y restableciéndolos en caso de transgresión de los mismos.
Marco Aurelio en el Libro VI de las “Meditaciones” dice: “30. ¡Cuidado! No te conviertas en un César, no te tiñas siquiera, porque suele ocurrir. Mantente, por tanto, sencillo, bueno, puro, respetable, sin arrogancia, amigo de lo justo, piadoso, benévolo, afable, firme en el cumplimiento del deber. Lucha por conservarte tal cual la filosofía ha querido hacerte. Respeta a los dioses, ayuda a salvar a los hombres. Breve es la vida. El único fruto de la vida terrena es una piadosa disposición y actos útiles a la comunidad”
* Remigio BENEYTO BERENGUER
Profesor Catedrático de la Universidad CEU Cardenal Herrera.
Departamento de Ciencias Jurídicas
Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.
Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.
Islas Canarias,11 de marzo de 2023
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