La difícil memoria histórica
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Eligio Hernández Gutiérrez *
La Ley Memoria de Histórica de 2007, de Zapatero, no ha logrado la reconciliación, la concordia y la integración de los españoles que blasonaba, pero lo más grave es que Sánchez también ha dividido a los españoles con La Ley Memoria Democrática de 20/2022 de 19 de octubre, pactada con BILDU, que ha vuelto a reabrir la «doble herida», que ha caracterizado la turbulenta y dramática historia contemporánea de España, desgraciadamente, y originado, «La progresiva separación entre los españoles y la creciente división entre las regiones”, de la que ha hablado Laín Entralgo.
Dicha Ley no le dedica ni una sólo línea a la Reconciliación y a la Concordia, que se había logrado en Ley de Amnistía, defendida en el Congreso por el líder sindical comunista Marcelino Camacho, muchos años preso en las cárceles franquistas, que se refirió “a la necesidad de una reconciliación nacional entre los que nos habíamos estado «matando unos a otros», y dijo que los comunistas «hemos enterrado nuestros muertos y nuestros rencores”, cumpliendo así la Declaración del PCE sobre la reconciliación de los españoles y el cambio pacífico, aprobada en el verano de 1956 por el Comité Central del PC en Checoslovaquia.
La ley 46/1977, de 15 de octubre, de Amnistía, que puede considerarse el segundo “Abrazo de Vergara” de la historia de España, se aprobó por 296 votos favorables, 2 en contra y 18 abstenciones. La Ley 20/2022, de 19 de octubre, de Memoria Democrática, se ha aprobado por 173 votos a favor, 159 en contra y 14 abstenciones, en el Congreso, y por 128 votos a favor, 113 en contra, y 18 abstenciones, en el Senado.
Para que esta Ley lograra la Reconciliación y la Concordia tenía que haber sido objeto de un amplio consenso y ser aprobada, al menos, por los mismos votos que la Ley de Amnistía, lo que ha hecho imposible la Reconciliación y la Concordia, frustrándose así la que se logró durante Transición , pero los españoles siempre estropeamos lo que hemos hecho bien, como la Constitución de 1812, aprobada para dos mundos, y la de 1978, que supuso el armisticio final de una guerra civil, de una larga dictadura y de dos siglos de enfrentamiento.
La reconciliación y concordia de los españoles se hace cada vez más difícil porque tanto los políticos como los medios de comunicación y las redes sociales ofrecen una información enturbiada sobre la Republica y la guerra civil, presentándonos versiones contrapuestas, ideales o perversas, sobre dichos períodos de la historia de España, sin destacar lo positivo y negativo de ambos.
La voluntad democrática ha de estar fundada en un conocimiento suficiente del pasado y no en las falsas versiones del franquismo y ahora de la Ley 20/22 de Memoria Democrática, que presentan una irreal España en blanco y negro. No todo fue infernal ni todo angelical en la Segunda República y en los vencedores de la guerra Civil.
Nací en un pueblo que amó a la República y que por ella sufrió apaleamientos, cautiverio, exilio y fusilamientos simulados, pero los viejos republicanos que estuvieron en campos de concentración me enseñaron a leer a Galdós, paradigma del amor a España, por lo que, al iniciar mis estudios universitarios me propuse investigar los errores e indudables aciertos de la república en materia de educación y cultura, que no han sido superados (Aranguren)
Y también los errores y aciertos de los vencedores de la guerra fratricida, con el convencimiento de que no se puede amar a media España contra la otra media, para poder superar el epitafio de Larra: «Aquí yace media España, murió de la otra media”, frase que representa el cainismo español, la tendencia histórica de los españoles a escindirse en bandos irreconciliables, que también destacó Machado con la frase: «Españolito que vienes/al mundo te guarde Dios/ una de las dos Españas ha de helarte el corazón.»
Siempre he sabido que los conciliadores en España no tenemos futuro, pues ya en el siglo I antes de Cristo, el gran geógrafo Estrabón decía “que los españoles prefieren la guerra al descanso, de modo que, si les fala un enemigo extraño, lo buscan en casa”. Y es que la intransigencia ha sido la flor nefasta de la vida política y social española. Ya en tiempos se Riego, los liberales exclamaban: El libre pensamiento defiendo y proclamo en alta voz, pero muera el que no piense como pienso yo”, y Azaña, decepcionado y abatido al final de la guerra civil: “El enemigo de un español es siempre otro español”
Después de 50 años estudiando la II República y la guerra civil para reivindicar la figura histórica, injustamente tratada y vilipendiada, del estadista y científico Juan Negrín, maestro de grandes maestros, he llegado a la conclusión de que es inútil evitar las controversias y la polarización que generan los seis años de Republica y 3 de guerra civil.
La reconciliación entre los españoles, que apague los últimos rescoldos de la guerra civil, para que sea definitiva y auténtica, tiene que basarse, como en la transición, en el consenso mayoritario de las fuerzas políticas. Lo malo de una guerra civil, como dijo Charles de Gaulle, es que la paz no empieza cuando termina la guerra.
Toda guerra civil es injusta, ya que para que sea justa, deberá de demostrarse no sólo la gravedad de la violación que la ocasionó, sino que es el único medio para lograr reparación. Además, la doctrina clásica cristiana sobre la guerra (Suárez), establece la necesidad de que exista proporcionalidad entre la gravedad de la causa y los males que se van a acarrear con la guerra.
Desgraciadamente se puede cumplir el vaticinio del presidente Negrín, una vez acabada la guerra: “La guerra ha terminado ahora, pero la paz no ha venido… Si en España se sigue, como se está haciendo ahora, con la política de los primeros meses de la guerra, se irá al hundimiento de España, porque el germen de rencores y de odios que dejará tras de sí, será de tal naturaleza, que su huella no desaparecerá” (Juan Negrín, abril de 1939)
Tanto los vencedores como los vencidos de la contienda fratricida han logrado imponer como dogma histórico la opinión de que la causa de la guerra civil fue una conjura revolucionaria comunista, adornada de pintorescos elementos judeo-masónicos. Conjuración absolutamente fantástica, cuya existencia nadie ha probado nunca, ha escrito Alejandro Nieto. Ya Azaña, en su famoso discurso de 18 de julio de 1938 en el Ayuntamiento de Valencia, habló de los motivos erróneos de la rebelión: “En la base del ataque armado contra la República había, entre otros, unos errores que conviene señalar. Había, en primer término, un error de información, abultado y explotado por la propaganda: el error comunista”. Todos sabemos el origen de aquella patraña.
Es un artículo de exportación de Alemania e Italia, que sirva para encubrir empresas muchos más serias. ¡Una insurrección comunista el año 36! ¡Cuando el Partido Comunista era el más moderno y el menos numeroso de todos los partidos proletarios, cuando en las elecciones de febrero los comunistas habían obtenido, incluso dentro de la coalición, diecisiete actas, que representa menos del cuatro por ciento de todos los sufragios emitidos en aquella ocasión en España!
¿Quién iba a hacer esa revolución? ¿Quién la iba a sostener? ¿Con qué fuerzas, suponiendo, que ya es suponer, que alguien hubiera pensado en semejante cosa? La lógica hubiera prescrito que ante una amenaza de este tipo o de otro semejante contra el Estado republicano y contra el Estado español, que no era comunista, ni estaba en vías de serlo, de alto abajo, ni en los costados, todas esas fuerzas política y sociales amedrentadas por esa supuesta amenaza, se hubieran agrupado en torno del Estado para defenderlo, hubieran hecho el cuadro en torno suyo, porque al fin y al cabo era un Estado burgués; pero, lejos de eso, lo cual prueba la falsedad de la tesis, en lugar de defenderlo lo asaltaron.
La supuesta conjura comunista no sólo fue propagada y extendida por los vencedores para justificar la guerra civil, sino que coadyuvaron a ello los anarcosindicalistas (CNT y FAI), que apoyaron militarmente el golpe de estado de Casado contra el gobierno Negrín luchando contra los comunistas, y algunos lideres del PSOE como Araquistaín, y Julián Besteiro que el 6 de maro de 1939 por los micrófono de Unión Radio dijo: «Estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique».
Tras formarse el Consejo Nacional de Defensa, Besteiro fue el único de sus miembros que permaneció en Madrid al llegar las tropas del general Franco. Le encontraron en los sótanos del Ministerio de Hacienda, en una cama, anciano, enfermo y demacrado. Besteiro tenía la esperanza de que Franco sería clemente con él, pero a pesar de que el dirigente socialista no se había visto implicado en ninguna clase de crimen y había abogado incansablemente por alcanzar un acuerdo de paz con el bando nacional, fue sometido a un consejo de guerra en el cual el fiscal, a pesar de reconocerle como un «hombre honesto e inocente de cualquier delito de sangre», pidió para él la pena de muerte.
El tribunal le condenó a cadena perpetua. Algunos generales firmaron una petición a Franco para que le liberase, debido al mal estado de salud de Besteiro, pero no accedió a ello. Fue, sin duda, una condena tremendamente injusta, más motivada por un ansia de venganza de Franco que por un verdadero sentido de Justicia. Besteiro falleció en la prisión de Carmona (Sevilla) el 27 de septiembre de 1940, a causa de una septicemia provocada, en buena medida, por las malas condiciones de ese centro de reclusión.
La supuesta conjura comunista que difundieron y siguen difundiendo los vencedores, fue también propagada y extendida por el PSOE, hasta el punto de que consideró a Negrín un esbirro de Stalin, lo que he comprobado personalmente por el testimonio de algunos líderes históricos socialistas, que conocí y traté, que denostaban a Negrín por haber confiado su política de defensa a los comunistas, sin analizar el contexto de la guerra civil en el que se produjo. Negrín nunca fue comunista ni de lejos.
Formado políticamente en la socialdemocracia alemana, militó siempre en el sector centrista socialista liberal del PSOE que lideró Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos. Ante la oposición de los anarquistas que apoyaron militarmente el golpe de Estado de Casado, el abandono de buena parte de los republicanos y del PSOE, no tenía otra opción para defender su política de resistencia, que pudo tener éxito al invadir Alemania militarmente a Bohemia y Moravia en marzo de 1939, que apoyarse en los comunistas que tenían una evidente capacidad organizativa y estaban militarmente mejor preparados y disciplinados para lograr un equilibrio militar con el ejército vencedor.
Un estudio historiográfico, específico, de calidad académica y con la necesaria base empírica (Ángel Viñas, Hernández Sánchez) ha demostrado que, en marzo de 1939, el partido comunista era un gigante varado y a punto de desintegrase por la acción combinada de fuerzas externas y de una acelerada descomposición interior. El informe secreto que el partido comunista elevó a Stalin el verano de 1939, que tengo archivado, que había permanecido desconocido, destruye completamente el mito de la influencia comunista sobre el Gobierno de la República en Guerra.
El mito de que fueron los comunistas los que eligieron a Negrín, jefe del Gobierno, en marzo de 1937, es un camelo, que desmintió Azaña en sus Diarios: “Aquel mismo día, y al siguiente [7 y 8 de mayo de 1937], me visitaron representaciones de los partidos del Frente Popular (…). Los comunistas estaban decididos a darle la batalla a Largo [Caballero] en el primer Consejo que se celebrase. No estaban conformes con la política de Guerra ni con la política de Orden Público. No querían que Largo continuase con la Presidencia y con la cartera de Guerra. No podían soportar más tiempo que Largo hiciera y deshiciera a su antojo sin dar cuenta al Gobierno. Me decidí a encargar del Gobierno a [Juan] Negrín. El público esperaría que fuese Prieto. Pero estaba mejor Prieto al frente de los ministerios militares reunidos, para los que, fuera de él, no había candidato posible. Y en la presidencia, los altibajos de humor de Prieto, sus «repentes», podían ser un inconveniente. Me parecía más útil, teniendo Prieto una función que llenar, importantísima, adecuada a su talento y a su personalidad política, aprovechar en la presidencia la tranquila energía de Negrín”.
En una resolución adoptada en su 37 Congreso Federal de julio de 2008, a petición de la Fundación Juan Negrín, y a iniciativa determinante de Alfonso Guerra,-que en sus Memorias le ha dedicado un capítulo a Negrín con el sugestivo título de “esbirro de Stalin a estadista y patriota,- se adoptó una resolución que reincorporó a la militancia socialista a Juan Negrín, y tres docenas de viejos socialistas (entre los cuales el presidente y secretario del partido, ministros y diputados, cargos sindicales y orgánicos) que habían sido expulsados del PSOE mediante una nota publicada en El Socialista el 23 de abril de 1946, poco antes de la celebración de un congreso en el exilio.
Ángel Viñas ha demostrado que la trama civil monárquico-fascista venía preparando y organizando, desde el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, el golpe de Estado y la insurrección militar del 18 de julio de 1936, que, con ayuda de la Alemania nazi y de la Italia fascista, acabó con la República y dio lugar a una larga dictatura; y desvela en su libro “El gran error de la República”, que el pronunciamiento de julio de 1936 y la guerra civil no fueron inevitables ya que los Gobierno de Azaña y Casares Quiroga pudieron prevenir el golpe pero desoyeron el ruido de sables contra la democracia.
El 10 de mayo de 1936 se nombró en el Palacio de Cristal del Retiro, presidente de la República a Azaña, que le ofreció a Indalecio Prieto, líder de la facción socialdemócrata del PSOE, “socialista a fuer de liberal”, como se autodenominó, que formara gobierno. Gil Robles le llamó, como me dijo en una conversación que tuve con él, que tengo grabada, para decirle que si formaba Gobierno, como le había ofrecido el presidente Azaña, le apoyaría en el Parlamento con los votos de la CEDA, lo que pudo evitar la guerra civil.
En una reunión del grupo parlamentario socialista, Prieto pidió el apoyo para formar Gobierno, pero se lo denegó Largo Caballero, siempre partidario de la revolución y no de la colaboración con los republicanos, líder de la mayoritaria fracción revolucionaria dentro del partido, grave error que no sólo se lo reprochó Juan Negrín sino hasta Santiago Carrillo en sus Memorias, lo que precipitó la guerra civil, entre otras conocidas causas nacionales e internacionales principales, hasta el punto de que Salvador de Madariaga ha escrito que “la circunstancia que hizo inevitable la guerra civil en España fue la guerra civil dentro del partido socialista” (España, pag.380).
El PSOE de Sánchez está reiterando el mismo error al amenazar con una “fachosfera” inexistente para justificar su alianza con independentistas y populistas a cualquier precio.
La revolución de Asturias en la noche del 4 al 5 de octubre de 1934 desencadenada por la izquierda comunista y por el PSOE, dominado por Largo Caballero, secretario general de la U.G.T., que desempeñaba en el momento de la revolución el cargo de presidente del PSOE, fue también un error del PSOE, como reconoció Indalecio Prieto en las palabras que le honran, pronunciadas en el Círculo Cultural Pablo Iglesias, de México, el 1º de mayo de 1942: «Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera, de mi participación en aquel movimiento revolucionario”.
Cabe concluir de los hechos anteriores que tanto los vencedores como vencidos fueron corresponsables de la guerra civil, por lo que solo mediante el acuerdo y consenso entre ellos se puede evitar la actual polarización política y lograr la reconciliación y la concordia, lo que exige derogar la sectaria Ley 20/22, 19 de octubre, de Memoria Democrática y consensuar otra mayoritariamente, como la ley 46/1977, de 15 de octubre, de Amnistía.
El profesor Alejandro Nieto, en su reciente libro “Entre la Segunda y la Tercera República”, ha dicho, en mi opinión, con acierto, que esta Ley de Memoria Democrática, es un modelo del sectarismo político,- de Rodríguez Zapatero y Sánchez, añado yo,- y de incorrecciones técnicas que bastan para justificar su olvido, al ocultar tachas democráticas de la República y mantener la división de los españoles en demócratas y antidemócratas construyendo un pasado que no se corresponde con la realidad histórica.
El pasado día de los Difuntos, estuve en mi pueblo natal de El Pinar, isla de El Hierro, el más alejado del corazón de España, histórico de izquierdas, que sufrió durante la guerra civil cautiverio, muertes, exilio, apaleamientos y fusilamientos simulados. Visité el cementerio donde el Ayuntamiento, el último constituido en España, de mayoría absoluta socialista, en el pasillo de entrada, erigió un monolito con la inscripción por orden alfabético de los herreños que murieron en los dos bandos de la guerra fratricida. Me emocionó. Espero que el PSOE y el gobierno de coalición que formó, y las fuerzas políticas de la oposición sigan este ejemplo para pactar una nueva Ley de Memoria Democrática que reconcilie a todos los españoles.
* Eligio HERNÁNDEZ GUTIÉRREZ
Presidente de la Sociedad Civil de Canarias.
Abogado en ejercicio y Magistrado jubilado.
Embajador de la Marca Ejército.
Ex fiscal general del Estado y ex miembro del Consejo de Estado.
Ex diputado en el Parlamento de Canarias.
Ex Gobernador Civil de S/C de Tenerife y Delegado del Gobierno en Canarias.
Ex miembro del Tribunal Superior de Justicia de Canarias.
Académico de la Academia Canaria de la Lengua.
Licenciado en Derecho por la Universidad de La Laguna (ULL)
Diplomado en Derechos Humanos por la Universidad de Estrasburgo.
Vicepresidente de la Fundación Juan Negrín.
Militante socialista.
Cristiano militante.
Santa Cruz de Tenerife, 1 de noviembre de 2024.
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