La templanza en los políticos (I)
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Remigio Beneyto Berenguer *
Los políticos deben centrar su atención en aquello que es importante para el pueblo, aunque sea incómodo para ellos. Las ansias por ganar nuevamente las elecciones y el ímpetu por salir vencedor en las encuestas les confunden, aturden sus mentes y nublan su visión desviando el foco de atención.
Platón, en el diálogo “Cármides” o de la Templanza, que acontece en la Palestra, donde se reunían los jóvenes atenienses, pone en labios de Cármides que la sensatez sería hacer las cosas ordenada y sosegadamente, con tranquilidad, en todas las esferas de la vida. Sin embargo, Sócrates entendería más bien que la sensatez sería vivir intensamente, preocuparse y ocuparse por lo bueno y generando beneficio en los demás.
La templanza es moderación y sobriedad, pero no aletargamiento ni indiferencia. Es implicación con sabiduría. Cuanto menos necesitéis, más libres seréis. Dominad vuestras pasiones, vuestro egoísmo. No seáis altaneros ni charlatanes. No seáis ridículos. Marco Aurelio en las “Meditaciones” Libro I dice: “1. De mi abuelo Vero: el buen carácter y la serenidad. 2. De la reputación y memoria legadas por mi progenitor: el carácter discreto y viril”.
Gobernar bien es difícil, muy difícil. Dirigir el rumbo de una comunidad política, al igual que el de una casa, cuando todo va bien es relativamente fácil. La calidad de un buen político se nota cuando hay tormenta, cuando las dificultades se hacen presentes, cuando parece que vamos a naufragar. Allí aparecen los políticos de altura. Pausados, comedidos, con la meta clara, pero abiertos al diálogo, a encontrar nuevos caminos, pero siempre con el objetivo definido.
Siempre que se avanza, hay conflicto, porque hay tensión. Hay tensión porque hay dinámica de fuerzas. Allí radica la excelencia del político sereno, cuando es capaz de ir convirtiendo la tensión en empuje común; cuando aúna las fuerzas divergentes en empeño convergente.
El político, que se siente herido en su orgullo, suele actuar desacertadamente, porque le hierve la sangre, porque desenfoca el principal objetivo, y se ve arrastrado a finalidades banales y superficiales. Los ciudadanos no entienden las “peleas de gallos” de sus líderes mientras sus problemas son distintos.
La templanza neutraliza el ansia por estar en muchos eventos. Quizás haya que organizar menos actividades, pero hacerlas bien, o mejor. El político suele tener una agenda repleta de infinidad de actividades. Son auténticas pasarelas por la superficie, pero carentes de arraigo.
Esa hiperinflación de actividades por una parte merma la capacidad de asombrar al público, se dice lo mismo en distintos sitios, lo que da una sensación de poca preparación, empatía y sensibilidad. Por otra parte, el político aporta poco, pues todo le viene preparado. Es imposible que él piense y redacte cinco o seis discursos cada día. Lee e interpreta lo que le sugieren u ordenan sus asesores. Pero no debemos olvidar que a los asesores el pueblo no les ha elegido.
El pueblo ha otorgado el poder a sus representantes directos, el poder legislativo, y éste ha elegido al poder ejecutivo, pero a los asesores del ejecutivo no les ha escogido el pueblo. Y finalmente esta hiperinflación produce un estrés y una presión por ganar, que van reñidos con la creación de espacios de diálogo y con la construcción serena de pactos en beneficio del bien común.
La templanza implica autodominio. Vivimos en una sociedad donde predomina la inmadurez. Es más importante lo emocional y lo sentimental que lo racional. Los instintos y los sentimientos ganan a las razones. Las emociones prevalecen sobre las palabras. Lo instantáneo, lo fugaz, el click arrasa frente a la espera, lo pausado, lo reflexivo.
De un político avispado se espera una respuesta ágil frente al adversario, un chascarrillo que desmonte o ridiculice al oponente. Al político que piensa, que reflexiona, que madura lo que va a decir, le atribuimos lentitud, poco desparpajo o incluso holgazanería. No hay altura en las discusiones políticas, porque no hay reflexión, no hay dominio de uno mismo ni de lo que nos rodea.
Incluso el político conoce que el pueblo se mueve por emociones, por sentimentalismos, por pánicos del WhatsApp o de las redes sociales, y allí es donde hay que controlar a las masas: con un tuit gracioso para los propios, irónico para los indiferentes e hiriente para los adversarios.
Norberto Bobbio, en el libro “Elogio della mitezza” destaca que la templanza es racionalidad, lucidez frente a la confusión, y que los afectos, las emociones, la ñoñería son malos consejeros porque las decisiones políticas afectan a millones de personas, que no pueden quedar a la suerte de tales o cuales satisfacciones pasajeras o vivencias personales.
* Remigio BENEYTO BERENGUER
Profesor de la Universidad CEU Cardenal Herrera.
Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.
Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.
Islas Canarias, 15 de octubre de 2022.
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