La valentía en los políticos (II)
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Remigio Beneyto Berenguer *
El político no puede confundir la valentía con la actuación temeraria, imprudente e inconsciente, máxime cuando las consecuencias de sus decisiones van a extenderse a la ciudadanía en general.
Ser valiente en política es vivir y actuar con coherencia asumiendo las consecuencias. Es no dejarse llevar necesariamente por lo políticamente correcto, es ser capaz de enfrentarse a la inercia producida por el populismo o por la opinión pública mayoritaria. Es la valentía de atreverse a pensar, a tener opinión propia, a saber distinguir lo principal de lo accesorio, y a ser capaz de pasar a la acción.
La valentía no casa bien con la comodidad ni con el conformismo. El cómodo no puede ser valiente porque no ve necesario su actuar. Piensa que él no puede hacer nada. Ya vendrán otros a solucionar el problema. Tampoco puede ser valiente el conformista. No hay que complicarse la vida. Es un problema general. ¡Sé uno más y no te distingas! Todos hacen lo mismo.
El valiente se da cuenta de que él puede cambiar el mundo, que mejorarlo depende de él, que vale la pena empeñarse. El político valiente es aquel que nota cuando debe dimitir y dimite. Asume sus responsabilidades y obra en consecuencia.
San Juan Pablo II dijo: “Pero todo puede cambiar. Depende de cada uno de nosotros. Todos pueden desarrollar en sí mismos su potencial de fe, de rectitud, de respeto al prójimo, de dedicación al servicio de los otros. Depende también, evidentemente, de los responsables políticos, llamados a servir al bien común”.
Los políticos católicos han de ser valientes. No tener miedo a nada ni a nadie. Tenemos a Cristo Resucitado como estandarte. No es el discípulo más que el maestro. Por supuesto que, si somos sensatos, los insensatos nos atacarán, por supuesto que tendremos que pasar penalidades. Nos van a medir por nuestra hoja de servicios en bien de los demás.
Ya lo afirma San Pablo en su Segunda Carta a los Corintios; “Voy a decir una locura: yo mucho más que ellos. Más en trabajos, más en prisiones; en palizas, inmensamente más…en trabajos y fatigas, en noches sin dormir, en hambre y sed, en días sin comer, en frío y desnudez… ¿Quién desfallece que yo no desfallezca? ¿Quién se escandaliza que yo no me indigne? El cristiano ha de alegrarse de todo lo que sufre por Cristo (flaquezas, dificultades, insultos, persecuciones)”.
El político católico ha de ser valiente, mirar al horizonte y seguir adelante. Si Cristo, que va delante, ha vencido a la muerte, ¿por qué hemos de tener miedo? Si Cristo está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Nuestro mundo necesita la valentía de los políticos cristianos.
Pero algunos políticos católicos escandalizan al pueblo: bajo banderas de libertad, dignidad y amor actúan únicamente mirando sus intereses personales. Ellos infligen mucho daño, porque confunden al pueblo, quien, al verles actuar, se aleja de Cristo y de la Iglesia.
Muchos católicos forman el batallón silencioso de mediocres que miran y no actúan, que ven cómo se critica al débil o se machaca al valiente, y no hacen nada.
Los católicos debemos alejarnos de los fariseos (de los que piensan que al Cielo iremos los de siempre, de los que hacen grandes oraciones a la vista de todo el pueblo, pero oprimen al huérfano y a la viuda), y debemos alejarnos de los pusilánimes, de aquellos que no hacen nada por no molestar, por querer ser políticamente correctos, y de los tibios, que no son ni fríos ni calientes.
Los católicos hemos de luchar por nuestra libertad. Libertad entendida al tenor que Miguel de Cervantes puso en boca de Don Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encumbre.
Por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida”. Si los católicos, y entre ellos los políticos católicos, actuáramos así, nada se habría perdido, porque muchas veces, no lo olvidemos, sólo nos quitan aquello que previamente hemos abandonado.
Hay que ser valientes y denunciar las injusticias, defendiendo siempre al débil porque al poderoso ya hay quien le defiende. Hay que ser los héroes de cada día, allí donde estemos, en cada momento, ante quienes tengamos delante: la familia, los amigos, los compañeros. Nuestros amigos nos han de querer y nuestros adversarios nos han de respetar. Pero para los cristianos se nos exige más: “Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen y haced el bien a los que os odian”.
* Remigio BENEYTO BERENGUER
Profesor Catedrático de la Universidad CEU Cardenal Herrera.
Departamento de Ciencias Jurídicas
Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.
Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.
Islas Canarias, 9 de noviembre de 2022.
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