No engañemos a nuestros jóvenes
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Remigio Beneyto Berenguer *
Imparto clases desde 1983 (en estudios no universitarios), y en la Universidad desde 1992. Creo que me he ganado una cierta autoridad para escribir esta reflexión, que surge de dos elementos: por una parte, la observación constante, la vivencia continuada con los alumnos, y, por otra, la estima que siento por ellos. El buen profesor, y me jacto de serlo, estima a sus alumnos, quiere su bien y desea que puedan sacar lo mejor de sí.
Pero sufro mucho porque es una juventud que ha abandonado desde los primeros años de la adolescencia la vocación por el conocimiento, por lo abstracto, por el razonamiento, y se ha lanzado a los brazos del pragmatismo, de lo puramente experimental y sensorial, incluso de lo empresarial.
La actual fuente de conocimiento de nuestros alumnos no parecen ser los libros, ni siquiera los medios de comunicación tradicionales (televisión, radio). La información de la que disponen les proviene únicamente de las redes sociales. Sus referentes son los influencers, los tiktokers, instagramers…
Para unos padres, esforzados por la educación de sus hijos, dedicándoles muchísimo tiempo, procurándoles una enseñanza en colegios de acuerdo a sus propias convicciones, debe ser frustrante ver que sus hijos prefieren estar viendo multitud de videos de TikTok varias horas al día antes que hablar con ellos, o que figuras como María Pombo, Marta Díaz, Georgina Rodríguez o Dulceida, tengan más predicamento para ellos que sus propios padres. ¿Qué le interesa a quién lo que María Pombo haya metido en su maleta para su viaje a Cantabria?
Pero ni siquiera ese es el auténtico problema. La cuestión es la poca determinación y la falta de autonomía de esos jóvenes que, sin darse cuenta o negando radical y furibundamente lo que estoy diciendo, dedican los mejores momentos de su juventud y de su libertad a seguir y veneran a estos supuestos líderes sociales, movidos únicamente por motivos económicos.
Estos, a la vez, son simples peones de engranajes empresariales mucho más poderosos económicamente. Si no ven más allá de sus narices o de su ombligo, serán mediocres. Es la globalización de la mediocridad. El pensamiento es: “Nada es mediocre si lo hacemos todos”. He de confesar que, tal como ya he dicho en otra ocasión, los mediocres nos invaden, incluso estamos gobernados por mediocres, y así va la cosa.
La Universidad debería ser el templo de la sabiduría. La sabiduría conlleva libertad. En algunos alumnos no noto esa libertad. Cuando veo a un alumno totalmente esclavizado de su móvil, estoy triste; cuando veo a un alumno entrar en el aula con los cascos puestos, como si fuera la hormiga atómica, totalmente ajeno a lo que allí pasa, y le insto a que se los quite, siento tristeza porque noto que él piensa que le estoy quitando libertad, cuando realmente se la estoy proporcionando.
Cuando me dicen que, en un aula universitaria, hay alumnos que están comiendo un bocadillo de chorizo, o una pizza repartida entre los alumnos delante del profesor, y esos profesores no dicen nada, sino que, si te descuidas, comparten el ágape con ellos, sufro porque ni los alumnos ni el profesor han entendido lo que es la Universidad.
Se les está engañando. Todo en la vida no es tan fácil. Me contaba un empresario que había contratado a un graduado en Empresariales en el mes de mayo, y, que cuando vio que sólo tendría una semana de vacaciones en agosto, había renunciado a su puesto de trabajo.
Me contaba un amigo que su hijo, ingeniero, no quería trabajar más de 6 horas al día y mediante el teletrabajo, si era posible. Recordaba mi amigo las 14 horas de trabajo de su padre o las sempiternas horas de trabajo doméstico de su madre. Reflexionaba diciendo: ¿qué está pasando?
Nuestros jóvenes, cuando acceden al mundo laboral, si no están preparados anímicamente, lo van a pasar mal, y se hunden. Son jóvenes con poca capacidad de esfuerzo, con poca tolerancia a la frustración, con un complejo de inferioridad que se trasluce en una defensa exacerbada de sus derechos y en un olvido flagrante de sus deberes.
Y cuando, ante su aparente chulería, les muestras su debilidad y sus flaquezas, entonces se desmontan, intentando conseguir benignidad frente a su vergüenza. Siento mucha tristeza, porque cada vez cuesta cada vez más ser distinto. Dicen que, si eres diferente, te quedas solo, y les puedo asegurar que no es verdad.
Hay otros que también son diferentes, distintos, y, al final, los distintos se unen. Muchas veces son los padres los principales responsables, porque quieren que sus hijos sean como todos, hagan lo que hacen todos, piensen como piensan todos, y no sean muy distintos.
Gracias a Dios, cada vez más, observo a jóvenes con esa rebeldía de ser distintos, de no estar tan sujetos a esos móviles, a esas modas, a esos falsos líderes que lo único que pretenden es sacar su dinero; jóvenes emprendedores, con ansías por aprender, por descubrir todas las potencialidades de las que han sido adornados; jóvenes que estudian siendo conscientes que el esfuerzo y la disciplina manifestada contribuirán al bien común de la sociedad; jóvenes solidarios, que se preocupan por hacer este mundo más humano.
Y esos jóvenes iluminan las aulas, nos hacen vibrar y recordar que sigue valiendo la pena estar ahí con ellos.
* Remigio BENEYTO BERENGUER
Profesor Catedrático de la Universidad CEU Cardenal Herrera.
Departamento de Ciencias Jurídicas
Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.
Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.
Islas Canarias, 26 de julio de 2023
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