Puestos en…
el lugar del otro.

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Roque Rodríguez De la Guardia *

 

En una obra de literatura, de nuestro literato José María Pemán, en “El Divino Impaciente” en que se cuenta a una amiga la vida de San Francisco Javier, hay un pequeño poema, en dicha obra, en que San Francisco Javier, dice: “Soy más amigo del viento, señora, que de la brisa… ¡hay que hacer el bien deprisa, que el mal no pierde momento!”.

 

Esa es la actitud de un consagrado, de un creyente, en general, pero también debe ser la de una persona, que, aunque no sea creyente, busca lo mejor para los demás.

 

En los quince años, que uno lleva como capellán de hospital (dos en el Hospital del Tórax y el resto en el Hospital Universitario de Canarias – HUC) he procurado, con errores y también con aciertos llevar ese Bien que es Dios a los demás, a veces a través del silencio, de la presencia, de la palabra, a los enfermos, familiares y trabajadores.

 

En honor a la verdad, también debo decir, que cuánto bien, fe, alegría… he recibido y sigo recibiendo de enfermos, familiares y trabajadores.

 

Un hospital o centro sanitario, en contra de lo que se pueda parecer, no es tristeza perpetua o no es la tristeza personificada; es verdad, que hay tristeza, pero no es menos cierto que en la vida de un hospital o centro sanitario, también hay alegría e incluso risas: Mejor dicho, hay mucha alegría y muchas risas. Cuántas sonrisas bien intencionadas, incluso con chistes por medio, he vivido y vivo con enfermos, familiares y trabajadores.

 

Un hospital o centro sanitario, no es sangre o cabezas o brazos rotos, es vida, porque en ellos se encuentran personas, con unas ganas de vivir impresionantes. El enfermo, familiar, trabajador, no quiere morirse, quiero vivir, seguir siendo vida y en abundancia, por una razón muy sencilla, porque son PERSONAS, independientemente de la situación en la que se encuentren.

 

Quiero contar una anécdota, que viví personalmente en el hospital el año 2005, durante la tormenta tropical Delta. Ese día y el siguiente estuve físicamente de guardia y, aquella noche, preferí no quedarme solo en la capilla, por el “miedo” a lo que estaba ocurriendo, y en la planta donde me “refugié”, con autorización de la responsable, le comenté que, en lo que pudiera echar una mano, podía hacerlo. Y de lo poco que podía hacer y dado que se sacaron camas para ponerlas en otros lugares, dado que el viento había destrozado algunas ventanas, pues eché una mano ayudando con otra trabajadora de la planta a mover las camas.

 

En ese trajín me di cuenta que había una muchacha con una alegría inusitada con los enfermos y con el personal. En un momento determinado le llamaron de la calle, por teléfono: Yo que estaba en ese momento al lado, me “tragué” toda la conversación de ella, pero no de la otra persona que le llamaba y que venía a ser su madre. Aquella trabajadora se “derrumbó” y le dijo casi llorando, “mamá, tengo miedo”. No sé lo que le dijo su madre, pero al terminar de hablar, volvió a su trabajo, con esa entereza y alegría que tenía antes, como si nada pasara.

 

Nunca me he olvidado de tal anécdota, y la he contado en otros sitios, y demuestra, en este como en otros casos, la alegría y el grado de esperanza que intenta el personal transmitir, no solamente a los enfermos, sino también a sus familiares, e incluso a sus propios compañeros de trabajo.

 

Hay una labor humana en los hospitales y centros sociosanitarios que no tiene precio. Animo a enfermos, a familiares y conocidos y sobre todo a los trabajadores que son el alma mater de la vida de las personas, como lo son también los enfermos y sus familiares y conocidos.

 

Desde mi fe en Dios y en las personas, les deseo lo mejor, que Dios, que María, nuestra Madre y todos los santos, les bendigan y protejan.

 

Roque RODRÍGUEZ DE LA GUARDIA

Sacerdote.

Párroco de San Pío X y San Juan de la Cruz (Ofra)

Capellán del Hospital Universitario de Canarias (H.U.C.)

 

Domingo, día 3 de mayo de 2020 (Día de la Cruz)

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