¡Qué malo es hacerse viejo!
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Remigio Beneyto Berenguer *
Estoy hecho un carcamal. Me costó entender que vivimos en una época donde nada es lo que parece: era el mundo de lo light. Pude soportarlo casi todo. Lo que no he podido es el café descafeinado. Soy muy cafetero, me encanta el café expreso, el italiano, y prefiero no tomar café a tomarlo aguado, descafeinado, lo que viene siendo el café americano. Todo es “sin”: cerveza sin alcohol; Coca-Cola sin cafeína, zero, light; pan sin harina, sin sal, sin gluten. No obstante, he podido superarlo y me he reinventado.
Después me costó entender los símbolos de género utilizados en los cuartos de aseo. He de confesar que más de una vez casi no pude atender mis necesidades fisiológicas por tener que descifrar cuál era el masculino y cuál el femenino; y en alguna ocasión me he confundido con la consiguiente petición de perdón. La variedad y riqueza de símbolos es espectacular: zapato y tacón, bigote y trenzas, tornillo y arandela, plátano e higo, pantalón y falda, pajarita debajo de la cabeza y pajarita encima de la cabeza, Adán y Eva, Men y Women. Me ahorro citar aquellos que son groseros o de mal gusto, pero seguro que todos los hemos podido ver. Pero hay algunos que son indescifrables. Yo he podido averiguarlos sólo cuando he visto salir de ellos a un hombre o a una mujer. En caso contrario, estás en un sin vivir por decidirte en cuál de ellos entrar.
Después, en los hoteles, la aventura empieza al entrar en la habitación. Encontrar la luz apropiada o la subida o bajada de la persiana, entre más de quince botones, es tarea ardua, pero no hay nada peor que lavarte bien lavado en un lavabo innovador, más propio de un museo que de aquello a lo que está destinado. Hay lavabos que parecen fluir, y te asustas porque vas como loco a recoger un agua que no se cae; hay lavabos que hipnotizan, porque el agua tiene su propio recorrido; hay lavabos que tiene un acuario debajo: ¡Qué falta de intimidad para los peces y para uno mismo! hay lavabos que son un simple cubo de cristal o una taza de café un poco grande. En cualquier caso, es un tormento realizar la limpieza diaria sin provocar una auténtica inundación en el cuarto de aseo. No obstante, acepto gustosamente la innovación en el diseño. Parece ser que se trata de una nueva forma de entender la experiencia en el baño, consecuencia de los cambios en nuestra vida, y de valorar sensaciones únicas de limpieza gracias a lavabos e inodoros inteligentes.
Siento que voy superando pruebas y afirmo solemnemente que me voy acoplando a todas ellas. Pero últimamente me estoy encontrando con algunas experiencias que me cuestan un poco más. Una de ellas consiste en las mesas redondas de jornadas y congresos. Ya me costó aceptar la mesa redonda que era cuadrada o alargada, porque si se llama mesa redonda es porque lo es, sobre todo si no hay público expectante, sino que el objetivo es abordar un tema, analizando y confrontando diversas opiniones. Entiendo lo de la mesa redonda con mesa alargada cuando hay público, porque sería de mala educación que algunos de los participantes dieran la espalda al público. Pero lo que no entiendo bajo ningún concepto es lo de la mesa redonda sin mesa. En una jornada o congreso se anuncia: “Mesa redonda:…”, y te encuentras a tres o cuatro ponentes, sentados cada uno de ellos en sus respectivos sillones. Y no hay mesa alguna ni tarima tampoco. La dificultad es pasmosa, si te encuentras en el público, y eres de poca estatura, tienes a alguien de altura delante y la mesa inexistente está al mismo nivel que el público. La visión, al igual que la mesa, desaparece. Todo lo más puedes encontrar los sillones perfectamente alineados.
Parece ser que la innovación consiste en manifestar una especie de acercamiento al público, al auditorio, como si la mesa física fuera una barrera entre los ponentes y el público. Lo entiendo de verdad, pero la visión puede ser terrible cuando has de intervenir con pasión y con fuerza sobre un tema candente, y te has de incorporar un poco tras haber estado repantigado y hundido en ese sillón. El sufrimiento se palpa cuando uno está un poco viejo o entrado en carnes, o si no te han avisado y el vestido no es el apropiado para ese tipo de asientos. Lo mejor que te puede pasar es que te permitan hablar desde un atril, diligentemente colocado para la ocasión, pero entonces la virtualidad de la mesa redonda sin mesa se desvirtúa, porque el que habla desde el atril sí se encuentra en una posición superior respecto al público.
El agobio se acrecienta cuando se trata de una mesa redonda en la que debes aportar datos. Normalmente en un congreso el rigor científico es lo que debe presidir cualquier mesa, y en los tiempos actuales en los que la memoria está denostada o poco valorada, es casi necesario tener papeles o Tablet o móvil o algún aparato que te permita contrastar la información que se debe compartir. He visto realizar auténticas piruetas en esos sillones a ponentes con sus papeles o con sus aparatos tecnológicos, sobre todo cuando han de incorporarse de su cómodo sillón; pero he sufrido también las consecuencias de un diminuto atril, en el que o no cabía la Tablet, o los papeles podían salir volando por la sala, con el consiguiente desacato al auditorio. Es más, lo he visto en algún eminente y viejo profesor, al que se le cayeron las cuartillas y toda la primera fila se tuvo que aplicar en encontrarlas y ordenarlas.
Todo esto encuentra su solución cuando eres contertulio en una mesa redonda, sin mesa, donde hablas de lugares comunes, manifiestas únicamente tu opinión y poco más, sin ser consciente de que tu opinión es válida para ti, pero sin mucho valor para los demás, que quieren aprender con tu conocimiento y sabiduría. Como he dicho, me siento un poco desajustado en los tiempos actuales. Soy más de mesas con mesa, aunque algunos asientos parezcan más propios de un equilibrista que de un profesor.
* Remigio BENEYTO BERENGUER
Profesor de la Universidad CEU Cardenal Herrera.
Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.
Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.
Islas Canarias, 8 de abril de 2022.
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