Y después de los aplausos…
¿qué?
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Miguel Ángel Díez Alcalde *
Son las siete de la tarde y, como cada día desde que un nuevo virus nos confinó en casa, escucho los aplausos a los sanitarios. Suena el “Resistiré”, y me siento bastante raro… Después de 35 años de profesión, todavía me sorprendo, y eso es muy bueno.
Soy anestesista –bueno, ahora somos anestesiólogos– y trabajo, desde hace dieciocho años, en el Hospital Insular en Las Palmas de Gran Canaria. Nosotros, los facultativos, junto con toda la sociedad, sabemos bien lo que estamos viviendo: no hay test, las mascarillas quirúrgicas están racionadas, y las de protección “de verdad” nos tiene que durar 10 días.
También estamos al día de las altas y, por desgracia, de los muchos que mueren en soledad. Pero, más allá del tratamiento directo de los infectados por el coronavirus, las operaciones de toda índole continúan y somos conscientes de los riesgos que asumimos: no sabemos si nuestros pacientes son positivos o no, pero hay que curarles.
Pero mi reflexión y mis sentimientos no van por ahí, porque –a fin de cuentas y aunque sanitario vocacional– oficialmente no soy personal de primera línea. Lo que de verdad me preocupa es el día después de esta crisis, cuando intentemos retomar la cotidianeidad sanitaria. Entonces, volverán a ser importantes las listas de esperas, la masificación de Urgencias, el desbordamiento de Atención Primaria; y quizás no hayamos sido capaces de plantearnos el futuro de nuestra Sanidad. No sería justo que los aplausos de esta pandemia se vuelvan reproches hacia aquellos que ahora están en primera línea.
Tenemos un sistema sanitario que, estructuralmente y en una sola palabra, es difícil. Somos ocho Islas con intereses a veces contrapuestos y, con mucha demagogia, se acusa a gobiernos autonómicos previos y actuales de desviar excesivos recursos a la Sanidad Privada. Sin embargo, pocos ponen la necesidad de una relación estrecha con esta Sanidad en el otro lado de la balanza. Por poner ejemplo, mucha actividad quirúrgica en los hospitales públicos sería inviable, si las clínicas privadas no hubieran concertado absorber el reboso de pacientes mayores con patologías médicas: las camas de Medicina Interna concertadas con estas clínicas son casi el doble de las que disponen los hospitales públicos, según el informe del año 2018 del Sistema de Información de Atención Especializada (SIAE) que elabora la Dirección General de Programas Asistenciales del Servicio Canario de la Salud, dependiente de la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias.
Si todos esos pacientes ingresaran en la red sanitaria pública la colapsarían; y en la situación habitual –antes de la pandemia– ya se suspendían programas de tarde por falta de camas.
Tampoco debemos olvidar las intervenciones quirúrgicas que se realizan en los centros concertados. Gracias a esta aportación, el tiempo en lista de espera de los pacientes se reduce, sobre todo en los servicios de Traumatología y Oftalmología. Los quirófanos de la Sanidad Pública no pueden dar más; y abrirlos por la tarde significaría duplicar personal y tener una disponibilidad de camas que ahora es irreal. Nuestra población es cada vez mayor y necesita más cuidados, y no quieren oír reproches entre políticos si no ven o no pueden caminar.
Y si hay abusos, que seguramente los hay, tenemos herramientas para corregirlos y sancionarlos por vía legal, que la sanción moral ya la impone la sociedad. Ojalá todos –desde el primer gestor o responsable político al último currito del escalafón– seamos capaces de sentarnos y pensar en las responsabilidades sanitarias que tenemos con nuestra comunidad, con nuestra gente.
Nuestro sistema sanitario, aún con sus defectos, tiene las prestaciones más completas del mundo. Hay que defender y defiendo una medicina pública que, sin duda, debemos mejorar. No sé si lo mejor es el copago, la limitación de prestaciones o la subida de impuestos; y aunque estas medidas puedan solventar el problema económico, no es menos importante la capacidad de gestionar y potenciar lo que tenemos, ilusionando tanto al profesional como al paciente.
Si algo nos deja claro el (perdónenme la expresión) “puñetero” Covid-19 es que la salud es fundamental, y el sistema que construimos entre todos debe garantizarla. Sin embargo, si la atención en momentos agudos es trascendental, también lo es la prevención, la actuación con enfermos crónicos, los cuidados de mayores o los planes de emergencia.
Todas estas ideas se agolpan en mi cabeza, cuando escucho los aplausos agradecidos de nuestros compatriotas. Reconocen así la enorme vocación de los profesionales sanitarios, y la entrega de sus familias que los apoyan y se sobresaltan ante sus toses y estornudos. Lamentablemente, estas familias también tienen que soportar a los desalmados que ponen carteles para que abandonen sus domicilios. Pero en toda crisis debemos buscar la oportunidad. De todo el sistema sanitario depende que esta pandemia sea un punto de inflexión para asentar una nueva estrategia de salud para todos: nuestras gentes tienen que ver que los sanitarios damos el callo, pero también deben sentir que la salud pública lo da todo por ellos.
No pretendo sentar ningún dogma, ni impartir cátedra. En estos momentos tan duros para todos, solo pretendo contar lo que siento.
* Miguel Ángel DÍEZ ALCALDE
Médico. Especialista en Anestesiología.
Miembro del Servicio de Anestesiología del Hospital Insular de Las Palmas de G.C.
Licenciado en Ciencias de la Información (Periodismo) por la ULL.
La Palmas de Gran Canaria, 19 de abril de 2020
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