Canarias…
el día después

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Agustín Guimerá Ravina *

 

El diagnóstico sobre las consecuencias de esta pandemia es claro: nuestras islas afrontan este año una crisis económica de grandes proporciones, que se traducirá en más desempleo, retroceso económico e incremento de la desigualdad social. Pero mi experiencia de historiador me dice que superaremos nuevamente esta coyuntura, tan desgraciada para muchas personas.  Canarias posee unas ventajas comparativas en el contexto atlántico que vendrán en su ayuda, como en otras ocasiones.

 

Las islas, debido a su tamaño, relieve abrupto y fragilidad de sus recursos naturales, podrían haber tenido escasa importancia en el contexto marítimo mundial, como le sucedió a otros archipiélagos del planeta. Pero, ya desde su incorporación a la Corona de Castilla a fines del siglo XV, Canarias supo sacar partido a su situación estratégica atlántica en la era de la navegación a vela. Su proximidad a Europa, su clima subtropical, el influjo de los alisios y la denominada corriente de Canarias la convirtieron en una encrucijada oceánica, antemural de las Indias recién descubiertas y productora de artículos de lujo. La dura conquista de aquel territorio volcánico -terrazas, plantíos, sistemas de riego, técnicas agrícolas, red de ciudades, villas, pueblos y caminos, etc.- trajo consigo la recompensa de una alta productividad económica. Sus puertos ofrecían un abanico de servicios a muchas naves que transitaban las rutas atlánticas: aguada, avituallamiento, reparación naval, información… La disponibilidad de fletes en estas embarcaciones animó al isleño a producir también para los mercados exteriores.

 

Desde los inicios de la nueva sociedad, la expansión del cultivo azucarero y su envío al norte de Europa generaron riqueza, el establecimiento de artesanos y comerciantes de otros orígenes –portugueses, flamencos y genoveses, etc.- y la formación de ciudades y villas como Las Palmas, La Laguna, La Orotava o Santa Cruz de La Palma. El arte flamenco, que decora todavía iglesias, ermitas y casas solariegas, constituye un gran legado de aquel tiempo.

 

Luego viene la crisis del azúcar a mediados del siglo XVI, debido a la competencia del Caribe y Brasil, pero Canarias ya había preparado, sin pretenderlo, un relevo económico: el cultivo del viñedo y la exportación de sus malvasías y otros vinos al norte de Europa, las Américas, el Mediterráneo y el Golfo de Guinea. Este ciclo se prolongó hasta comienzos del siglo XVIII, en que las llamadas “Islas del Vino” –la mejor oferta vinícola atlántica en relación a su población- surtieron la mesa de mercaderes, nobles y reyes. El comercio legal –los famosos barcos de la permisión indiana- y el contrabando con América inundaron el archipiélago de plata e imaginería religiosa sevillana.

 

Al amparo de estos negocios y la unión de las coronas de España y Portugal (1580-1640) se establecieron nuevamente en Canarias comunidades extranjeras, destacando comerciantes y operarios portugueses, junto a un trasiego de agentes mercantiles ingleses.  Las citas del vino canario en las obras de Shakespeare o el famoso “derrame del vino” de Garachico en 1660 constituyen episodios que ilustran muy bien la importancia de estas transacciones. La riqueza de las Islas –un verdadero Hong Kong a pequeña escala- atrajo también a corsarios y escuadras enemigas de Su Majestad Católica: Van der Does, Blake, Jennings…Las numerosas fortificaciones, que todavía jalonan la costa isleña, empiezan a construirse en esos siglos de riqueza. Es la época en que se consolidan los títulos nobiliarios en Canarias.

 

Durante la Guerra de Sucesión Española (1701-1713), los clientes británicos se decantaron por los vinos de su aliada Portugal. Este factor fue uno de los desencadenantes de la crisis de los caldos canarios durante gran parte del siglo XVIII. La economía canaria se encerró un tanto en sí misma, por la pérdida de algunos mercados. Pero siempre hubo oportunidades de negocio internacional: envíos del denominado “falso Madeira” a Norteamérica y la India; exportaciones de vinos y sedas a la América española, cuando no el contrabando de textiles europeos a La Habana, La Guaira o Veracruz. Los irlandeses, entre otras “naciones” mercantiles, habían tomado el relevo de los comerciantes ingleses de antaño y formado una activa comunidad en el archipiélago. Es el siglo de la Ilustración, con la Tertulia de Nava, las sociedades económicas y las grandes figuras de la cultura isleña y su proyección exterior, como Viera y Clavijo, los hermanos Iriarte, los Bethencourt, los Nava, Lugo, Guerra, los Saviñón, Clavijo y Fajardo. Algunos de ellos destacarían en el mundo cortesano de Madrid, siendo portadores de un universo cosmopolita. Es un siglo que deja también un gran legado literario, artístico y musical.

 

Las guerras napoleónicas (1796-1815) tuvieron un doble reverso: crisis de algunos negocios y ataques enemigos a las islas, como el del contralmirante Horacio Nelson; pero, al mismo tiempo, potenciación de antiguos clientes -como los Estados Unidos, al amparo de su neutralidad-, la expansión del cultivo de la barrilla –una materia prima para la fabricación de jabón- y, durante la Guerra de la Independencia, el cargamento de vinos en los puertos canarios por buques aliados británicos. Los competidores andaluces, catalanes y portugueses estaban sufriendo las consecuencias de aquel conflicto bélico.

 

Cabe recordar aquí, en referencia y hablando de Horacio Nelson, que el futuro vencedor de Trafalgar, al mando de una división de cuatro navíos y tres fragatas, intentó ocupar el puerto de Santa Cruz de Tenerife en 1797, una típica actuación corsaria de la época. Pero los errores cometidos por este ilustre marino y sus oficiales les condujeron a la derrota, perdiendo Nelson su brazo derecho en el intento.

 

La llegada de la paz (a finales de 1815) arrastró a Canarias a otra crisis muy severa, con la pérdida definitiva de los mercados para sus vinos, por la competencia de otras áreas productoras. Era el fin de un ciclo económico de siglos. Las islas tuvieron que reinventarse y sus élites abogaron ahora por los Puertos Francos, como un régimen mercantil que atrajera capitales e inversores extranjeros. Las franquicias se obtuvieron en 1852, abriéndose un horizonte de nuevas oportunidades, aunque tardarán en materializarse.

 

A mediados del siglo XIX, un río de oro volvió a fluir en el archipiélago, con la expansión del cultivo de la cochinilla. Pero la invención de las anilinas artificiales arruinó el negocio y la crisis se abatió nuevamente sobre estas “peñas”, como decía Viera y Clavijo. La barrilla había decaído también por la invención de la sosa artificial.

 

Las élites canarias debatieron nuevamente sobre el camino a seguir: ¿un modelo cubano, basado en el azúcar o el tabaco?… Pero esta apuesta parecía no tener futuro. Empiezan a invertir en el banco pesquero Canario-Sahariano, que será una fuente de ingresos durante más de un siglo. De pronto, el maná, en forma de carbón y hierro, cayó del cielo. A partir de 1880, la expansión de la navegación a vapor y el surgimiento de los nuevos imperios coloniales revalorizaron de nuevo estas pequeñas islas atlánticas, que se convirtieron en importantes bases de carboneo para los buques de todas las naciones, que hacen las rutas de África occidental, El Cabo de Buena Esperanza, Sudamérica y Nueva Zelanda. Las ciudades portuarias de Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife conocieron un desarrollo espectacular en sus instalaciones marítimas, su arquitectura y morfología urbanas, su población.

 

Es la “época de los ingleses”, que invirtieron en la navegación, la consignación naviera, el comercio, la banca, el incipiente turismo de élite, el cultivo del plátano, el tomate y la papa para los mercados norteuropeos.  La influencia social y cultural del “míster”, en combinación con las élites isleñas, es grande. Todavía hoy, la huella de sus capillas y cementerios protestantes, antiguos clubes deportivos y literarios, topónimos y formas del habla siguen presentes en nuestra vida cotidiana. Las comunidades alemana y francesa, que experimentaron también un crecimiento importante, colaboraron en esta nueva etapa de auge económico.

 

Este período tan singular en el devenir de Canarias terminó en los años treinta del siglo XX. Ya la Primera Guerra Mundial había golpeado a las islas y su necesaria proyección internacional, con la interrupción del tráfico marítimo y de pasajeros, la exportación de sus frutos y la venida de turistas. La crisis de 1929 y, sobre todo, la Segunda Guerra Mundial, trajeron de nuevo el decaimiento de los negocios.  Pero hacia 1960 comenzaría un nuevo ciclo económico, que perdura hasta hoy: el turismo de masas, que comparte sus ganancias con la construcción, los servicios portuarios y la exportación de ciertos productos agrarios, como el plátano, el tomate y las flores. El crecimiento de la economía, la población y la urbanización de Canarias se ha acelerado, pese a las distintas crisis internacionales que le han azotado en estos sesenta años.

 

Esta alternancia de ciclos económicos expansivos y crisis subsiguientes ha sido una constante en la historia canaria, ya desde el siglo XVI. La pérdida del tráfico marítimo y la consecuente exportación de sus frutos podía significar una catástrofe. El precio que se pagaba era muy alto: paro, miseria, emigración, conflictos sociales…

 

Pero Canarias no podía crecer sin abrirse al mundo, sin relacionarse con aquellos mercados lejanos, apoyándose en las ventajas comparativas de su situación atlántica. Pese a tantos reveses, la economía canaria ha sabido especializarse en determinadas producciones y servicios a lo largo de su historia, ha demostrado una cierta flexibilidad en su especialización, al amparo de circunstancias favorables. El balance de estos cinco siglos es positivo.

 

El día después de la crisis sanitaria los poderes públicos deberán aplicar fórmulas para reflotar la economía. Los expertos tienen la palabra.  Imagino que, entre otras medidas, habrá que salvaguardar a las empresas y trabajadores, que han sido duramente golpeados por ella, relanzar una actividad turística en términos de seguridad y calidad, potenciar una economía que garantice al mismo tiempo la biodiversidad única de las islas, ocuparse de un mundo agrario no sólo destinado a los cultivos exportadores sino también al consumo interno, cuidar un paisaje singular en donde podamos vernos reflejados como comunidad, seguir generando un espacio social de convivencia. Saldremos de ésta.

 

* Agustín GUIMERÁ RAVINA

Historiador.

Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

Miembro de la Asociación de Scouts Veteranos de Tenerife

 

Islas Canarias,  5 de mayo de 2020.

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