El acomplejado y el inmaduro

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Remigio Beneyto Berenguer *

 

 

Un buen amigo mío, que ocupa un cargo importante, me dijo una vez que pedía que quien le sustituyera fuera igual o más inteligente que él, porque se daría cuenta que todo no se puede hacer bien. Se puede intentar, se debe procurar, pero no siempre todo sale bien. El inteligente que le sustituyera disculparía los pequeños errores, normalmente de forma, y siempre hablaría bien de su antecesor. Sabría que también él, algún día, abandonaría el cargo.

 

Ahora bien, si su sucesor es persona acomplejada, de pocas luces e inmaduro, estaba perdido. Se dedicaría a escudriñar todo, en búsqueda de todo aquello que pudiera presentar como demérito de la gestión anterior. Se presentaría como el “salvapatrias” cuando en realidad es persona que busca beneficios políticos y personales autoproclamándose defensora de una institución ante posibles peligros, que solo existen en su cabeza.

 

Es un incordio ser acomplejado, porque, al haber vivido situaciones que pudieron dejarte una huella negativa en tu vida, no eres feliz, deformas la realidad, reaccionas como si el mundo entero estuviera contra ti, te inventas o creas enemigos imaginarios, y reaccionas frente a todo como si fueras Robin Hood, Indiana Jones o Supermán. Te crees un héroe cuando en realidad eres un pobre infeliz que no te aceptas a ti mismo. Piensas que vas vestido con las mejores galas cuando en realidad estás desnudo.

 

El acomplejado necesita la guerra continuamente, porque su medicina es estar constantemente en tensión, librar continuas batallas frente a los males imaginarios que están en su cabeza, y así piensa que va logrando su autorrealización. Bajo la apariencia de buena persona, de una desbordante amabilidad, es un populista y lejos de fomentar la participación, suele ser un déspota, impone su voluntad por encima de todo y todos y a pesar de todas las circunstancias, en un primer momento consigue lo que quiere.  Es cierto que lo logra porque los demás aman la institución, suelen ser personas fieles y maduras y hacen muestra de una paciencia sin igual.

 

Al acomplejado le gusta la adulación, precisamente para compensar su falta de autoestima. Suele rodearse de gente débil, sin demasiados principios, que aceptan ser humillados por él a costa de conseguir una inexistente seguridad, aun sabiendo que cuando las cosas vayan mal, les abandonará o les culpará de sus fracasos. El acomplejado necesita estar siempre en el candelero, ser protagonista, ser “la reina del baile” y “el chico o la chica de la película”.

 

Los acomplejados no saben formar parte de un equipo, porque el equipo son ellos.  Sólo admiten el equipo cuando ellos mandan sobre el equipo. Cuando, con una falta de empatía escandalosa, vituperan a uno de los suyos, lo justifican argumentando que lo hacen por el bien de la sociedad. Son capaces de estar todos los días y a toda hora con alguien, y al minuto, despreciarlo sin ningún tipo de rubor.

 

Todos tenemos algún complejo y no por ello dejamos de ser útiles al bien común y a la sociedad. Todos podemos superar nuestros miedos y nuestros complejos. El auténtico problema es cuando nuestros complejos nos han ido forjando una personalidad inmadura. El inmaduro confunde lo real con su mundo fantástico, no acepta la realidad. No dialoga. Grita, lanza exabruptos, que confunden a quien le escucha.

 

Desprecia a sus colaboradores. A los más fieles les ignora y constantemente se va rodeando de equipos más débiles e insignificantes. El inmaduro no maneja bien sus pensamientos y emociones. Suelen ser personas manipuladoras, que consiguen que algunos hagan lo que ellos necesitan. No pueden soportar a los críticos, a los que les contestan o replican sus paranoias o neurosis. Tienen miedo a mostrarse como son, y por eso se esconden detrás de organizaciones e instituciones.

 

El inmaduro y el acomplejado piensan que todo lo que han hecho los demás está mal, que vienen a salvar el mundo. Ciertamente producen un revuelo allí donde entran. Provocan revolución, no evolución. Cuando han echado a los “malos”, cuando son capaces de decir que vuelve la luz por estar ellos, entonces se desvanecen, porque no tienen fundamento ni sustancia. Piensan que lo saben todo, se creen autosuficientes y tienen siempre razón. La razón es su propia opinión o interés, que no tienen inconveniente ni reparo en cambiar cuando haga falta o les convenga. Suelen ser ignorantes, pero soberbios porque conocen su ignorancia y la esconden, pensando que nadie lo ve. Son tormentas de verano, pero, como las tormentas hacen mucho daño y ningún beneficio.

 

Solo la promoción y defensa del bien común puede mostrar la desnudez de los acomplejados e inmaduros. El bien común no significa atender únicamente a la forma, sino al fondo. Por el bien común la gente trabaja con entusiasmo, en paz y tranquilidad, sin sentir miedo ni agobio, sin sentir que está perdiendo su libertad y su dignidad.

 

 

*  Remigio BENEYTO BERENGUER

Profesor de la Universidad CEU Cardenal Herrera.

Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.

Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

 

 

Islas Canarias, 23 de mayo de 2022.

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