El general Weyler,
un pequeño gran hombre

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Canarias en Positivo publica de nuevo, con permiso de su autor, el artículo escrito por Eligio Hernández en 1998, cuando conoció a Valeriano Weyler, bisnieto del general Weyler, Capitán General de Canarias que, en 1881,  fue el promotor de la edificación del Palacio de la Capitanía General de Canarias, que este año 2021 conmemora el 140 aniversario de su construcción e inauguración. Al final se incluye un artículo actual de Eligio Hernández, sobre la carta que el general Weyler escribió al Rey Alfonso XIII y a Indalecio Prieto.

 

 

Eligio Hernández Gutiérrez *

 

 

Al cumplirse el centenario de los tristes acontecimientos de 1898, ha llegado el momento de restablecer el juicio de la historia sobre el General Weyler, injustamente tratado y preterido por alguna crítica histórica a lo que no fue ajena la prensa amarilla norteamericana de la época. A Weyler hay que juzgarlo sólo como militar y, por lo tanto, no se le pueden imputar los errores cometidos por los dirigentes políticos de la Restauración.

 

Perteneció al Ejército desde 1853 hasta 1930 y jamás se sublevó contra los gobiernos legalmente constituidos, a pesar de haber sido cortejado y tentado por conservadores, liberales, republicanos y carlistas. Como oficial formado políticamente durante el sexenio revolucionario, se opuso a la sublevación de Martínez Campos marchando sobre Sagunto con su división para reducirlo; y cuando el gobierno le preguntó si mantenía su lealtad, respondió con un rotundo «¡por supuesto!», lo mismo que respondió cuando, medio siglo después, se opuso al golpe de Primo de Rivera, al que criticó, igual que al Rey, por haber faltado a sus deberes constitucionales. Siempre que se le intentaba seducir políticamente contestaba lo mismo:»¡Los militares, a los cuarteles!». Weyler fue, pues, ante todo, un militar de los pies a la cabeza, de ejemplar trayectoria liberal y democrática.

 

Como buen conocedor de la realidad de Cuba, era consciente de que su independencia era inevitable, por lo que, al igual que hiciera el general Polavieja al comienzo de la década de 1890, abogaba por una política reformista que permitiera conceder la autonomía a la isla sin perjuicio para los intereses y el prestigio de España. Creía que los cubanos tenían derecho a las reformas políticas prometidas en la Paz de Zanjón y que la proximidad de los mercados norteamericanos imponía la libertar para comerciar, mientras que los sucesivos gobiernos españoles habían estado atentos a los negocios en Cuba y jamás a las necesidades y derechos de los cubanos. Por eso, no deseaba ir a Cuba cuando el 18 de enero de 1986 Cánovas decide su nombramiento como capitán general de la isla. Sin embargo, era un soldado y, si le enviaban a una guerra, su deber era ganarla.

 

A principios de 1896, los patriotas cubanos tenían la guerra militarmente ganada. Desde que Weyler llegó, el escenario de la guerra cambió radicalmente y al comienzo de 1897, las fuerzas coloniales habían recuperado el control del centro y occidente de la isla. A Weyler se le ha censurado severamente la táctica contraguerrillera de la reconcentración forzosa de los guajiros. En toda guerra se cometen excesos y esta decisión puede tener aspectos reprobables. Pero no se puede emitir un juicio imparcial sobre este hecho si no se tiene en cuenta los cánones de aquella guerra: el desconocimiento del terreno, las epidemias, el clima caluroso y húmedo y la táctica de guerrillas viperina que practicaban los cubanos.

 

El joven Winston Churchill, que sirvió como voluntario bajo el mando del general Suárez Valdés, se quejaba de aquella extraña guerra, fantasmal, contra un enemigo invisible que «no daba la cara». Además, se enfrentaba con un enemigo potencial más peligroso que los mambises: la política que impulsaba el imperialismo estadounidense, cuya prensa le cubrió de insultos influyendo en la opinión internacional y en la misma prensa española. Los cubanos no tienen legitimidad moral para reprochar a Weyler la acción de la reconcentración ordenada en octubre de 1897, como lo ha hecho recientemente Raúl Castro, pues dicha táctica ya la habían practicado antes Antonio Maceo y su Ejercito de Invasión cuando devastaron Pinar del Rio, impidieron la vida en el campo, y gran parte de los campesinos tuvieron que refugiarse en los pueblos y ciudades donde estaban los españoles y la comida.

 

Más cínica e hipócrita fue la crítica que sufrió de los americanos y de su Gobierno, cuyo Subsecretario de Guerra cursaba, dos meses después, el 24 de diciembre de 1897,al teniente general del Ejército norteamericano N. S. Miles, jefe de las fuerzas destinadas a llevar a cabo por la vía de hecho la intervención en Cuba, la siguiente comunicación que se comenta por sí sola: «…Habrá que destruir cuanto alcancen nuestros cañones y extremar el bloqueo con el hierro y el fuego para que el hambre y la peste, su constante compañera, diezmen su población pacífica y mermen su ejército, que debe sufrir el peso de la guerra entre dos fuegos…».

 

El cese de Weyler por el Gobierno de Sagasta dio paso en abril de 1898 a la intervención americana y a la ocupación de Cuba que en cierto modo todavía permanece con el actual bloqueo propiciado por la Ley Helms Burton, muestra del error tanto de Máximo Gómez, cuando decía «que no veía peligro de que Estados Unidos destruyera la nación cubana», como de José Martí, cuando creía poder impedir la expansión territorial estadounidense en América Latina. Paradójicamente, fueron los propios norteamericanos los que más tarde aplicarían sin contemplaciones los métodos de lucha contraguerrillera de Weyler.

 

Conviene recordar a las jóvenes generaciones de canarios  que en febrero de 1878 Weyler fue nombrado a los cuarenta años capitán general de Canarias, donde realizó una labor sin precedentes: En el ámbito militar impulsó la mejora de las fortificaciones, el rancho de los soldados, la instrucción y el estado de los cuarteles, y la construcción del edificio de la Capitanía General en Tenerife; amplió el fuerte de Almeyda, levantó el hospital militar, promovió la construcción del Gobierno Militar de las Palmas, reformó el cuartel de San Francisco, logró algunas piezas modernas de artillería, y  sustituyó lo inútiles fusiles de las milicias provinciales.

 

En el ámbito político, impulsó la ampliación de los puertos de Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas, activó diversas obras públicas, ayudó a los ayuntamientos en el trazado y apertura de nuevas calles y avenidas, creó un cuerpo de bomberos y ayudó al establecimiento de varias líneas interinsulares. Ilustrado y reformador, los canarios encontraron en el un valedor ante Madrid, de quien reclamaba constantemente mejoras que paliaran nuestro secular abandono, labor que continuó cuando en 1885 fue elegido senador por Tenerife.

 

Fiel a su genio y figura, subió al Teide caminando con su Estado Mayor y séquito detrás, al igual que hizo cuando visitó el Hierro, marchando a pie desde el puerto de La Estaca a Valverde, regresando al mar de las calmas en el sur donde embarcó de nuevo. Se le nombró hijo adoptivo de Santa Cruz, que dio su nombre a una plaza, y por iniciativa de los ayuntamientos, Marqués de Tenerife.

 

En una carta de adhesión que envió al acto de homenaje que el 9 de diciembre de 1900 los canarios residentes en Madrid tributaron a Galdós, decía: «Todo lo que sea canario fija mi atención, pues como hijo adoptivo, no cedo mis derechos de cariño a los hijos naturales». No fue, pues, acertada la opinión que le mereció Weyler a nuestro admirado Nicolás Estévanez, ni justo el trato que éste le dispensó como Ministro de la Guerra en el efímero Gobierno de Pi y Margall. Creo sinceramente que el general se ha hecho acreedor del respeto y el agradecimiento de todos los canarios.

 

De Weyler se ha escrito el merecido juicio histórico siguiente: «Astuto, inteligente, culto, incansable, y sin piedad en el combate. Un eficiente profesional de la guerra en una España caótica; un general de la Roma republicana en un país de generales golpistas. Un estratega en un ejercito huérfano de ellos, que descubrió los principios contraguerrilleros que se aplicarían en todo el mundo durante el siglo siguiente. Indiscutible protagonista, en suma, de la historia militar española durante más de medio siglo».

 

Eligio Hernández Gutiérrez

Diputado Regional del PSC-PSOE.

Santa Cruz de Tenerife.

Año 1998

 

 

Carta del general Weyler a Alfonso XIII y a Indalecio Prieto

 

 

Nos referimos a la apelación de Primo de Rivera a los altos mandos castrenses para recabar de ellos su propia continuidad en el poder, ignorando el papel arbitral de la Corona. Es significativo que fuera un «príncipe de la milicia», pervivencia de la generación que había vivido la Restauración canovista, quien protestase ante el monarca por esta extralimitación imperdonable.  Valeriano Weyler, capitán general del Ejército, enemigo acérrimo de la Dictadura desde su mismo nacimiento, dirigió a don Alfonso la siguiente apelación:

 

«Entiendo, Señor, que someter al refrendo de la opinión militar, a través de sus altos jefes, la actuación personal del jefe de la Dictadura, es lesiva, en primer término, para la nación y para la Corona, porque la una y la otra son, constitucional y conjuntamente, los únicos cosoberanos y los únicos aptos, por tanto, para enjuiciar y resolver en semejante trance, quedando ambos, en virtud de la arbitraria transferencia de funciones que el indicado refrendo implica, en situación de evidente secuestro. Es lesivo, además, para las instituciones armadas, a las que se marca así con el estigma de usurpadores de los dos altos poderes cosoberanos, que con ello resultan usurpados. Y es, en fin, fatalmente peligroso para el propio Ejército por la gravísima responsabilidad histórica que se le induce a contraer en el porvenir» (28).

 

A raíz de la caída de la Dictadura, Weyler escribió a Indalecio Prieto una carta, a propósito del artículo de éste «Morir a tiempo», en que se expresaba en términos durísimos acerca de la aventura dictatorial.

 

«Hay que volver por los fueros de la disciplina, aunque sea a cintarazos —decía, entre otras cosas—. Es necesario, se hace cada vez más necesario, volver por la hegemonía del poder civil, vejado y maltrecho por los profesionales de la violencia. Y es por eso por lo que siempre creí en la eficacia de medidas de rigor, metiendo después a palos a los militares en el cuartel…» «Hay que reaccionar contra todos esos falsos salvadores metiéndolos de cabeza en el cuartel para que allí sirvan al país en la medida señalada por las leyes…»

 

 

* Eligio HERNÁNDEZ GUTIÉRREZ

Presidente de la Sociedad Civil de Canarias.

Abogado en ejercicio y Magistrado jubilado.

Ex Fiscal General del Estado y ex miembro del Consejo de Estado

Ex diputado en el Parlamento de Canarias.

Ex Gobernador Civil de S/C de Tenerife y Delegado del Gobierno en Canarias.

Ex miembro del Tribunal Superior de Justicia de Canarias.

Académico de la Academia Canaria de la Lengua.

Licenciado en Derecho por la Universidad de La Laguna (ULL)

Diplomado en Derechos Humanos por la Universidad de Estrasburgo.

Militante socialista.

 

 

Santa Cruz de Tenerife, 22 de septiembre de 2021.

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