EL MONÓLOGO / 149
Manolo ya se fue

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Por Pepe Moreno *

 

 

El pasado miércoles por la tarde/noche nos mandaron un mensaje a unos pocos que decía “Nos es muy doloroso comunicar que nuestro artista y humorista canario, Manolo Vieira, ha fallecido en la noche de hoy. En las próximas horas daremos detalles. Muchas gracias a todos por el cariño mostrado.” De esta forma nos entraba a todos un escalofrío en el cuerpo que nos dejaba paralizados, al tiempo que la zozobra nos ahogaba y la tristeza nos embargaba.

 

El dueño de todas las risas del mundo se iba con su espectáculo para otro sitio, el que mejor nos retrataba en sus cuentos decía poner espacio en sus apariciones, el que cada fin de año, desde 2001, ponía sus chistes y ocurrencias para que las noches viejas fueran lo más agradable posible y el que de toda la vida lo hemos visto alegando de cosas nuestras no estará en el último día de este 2023 del que todavía quedan muchas vivencias por realizar.

 

Se nos fue Manolo y nunca supimos qué le pasó. Estaba malito, pero estaba al pie del cañón haciendo su penúltima gira, dicen que “La última y nos vamos” y resultó que no había más. El martes nada hacía presagiar un desenlace tan fatal. El miércoles por la mañana llamamos a Santi Falcón, su mánager de toda la vida, amigo de todo el mundo y jefe de todo y nos dijo que estaba en las mejores manos, que no había de qué preocuparse, pero desgraciadamente no fue así. A media tarde recibíamos ese mensaje que nos dejaba traspuestos y con un inmenso disgusto. El “nota” que siempre no había hecho reír, nos ponía tristes y sumidos en una pena de difícil resolución.

 

Manolo Vieira puso el nombre de La Isleta en el mapa y lo llevó con orgullo. Nadie pensó, a partir de que se hizo famoso, que ese era un barrio marginal, más bien lo que teníamos en mente es que ahí nacían los personajes que él nos iba mostrando; Carmelito, Maruca, el fumao o cualquiera de los que hizo conocidos en sus cuentos. Se han empeñado en decir que Manolo era monologuista, pero ese fue un término posterior y lo que hacía era contarnos unos sucedidos con su peculiar forma de sentirlo y de relatarnos.

 

Ataviado con su sempiterna camisa blanca y su chaleco de traje, con un micrófono en sus manos y con una memoria prodigiosa para ir metiendo subhistorias en un relato principal que lo mismo era lo que sucedía en un Centro de Salud, antes llamados Ambulatorios, o en un viaje en coche al sur con toda la familia dentro del vehículo.

 

¿De qué nos reíamos? De nosotros mismos, de que lo que contaba Manolo sabíamos que había pasado en cualquiera de nuestras familias, de que las ensaladillas llevaban ese pimiento morrón, como adorno y colofón a la masa de papas, guisantes, zanahorias, pimiento, atún y mayonesa que conforma cualquier mezcla de este tipo. La ensaladilla y la playa se hicieron, desde el momento en el que Manolo lo popularizó, una forma única. Siempre había alguien que se acordaba de lo que decía el maestro para referirse a este binomio y sobre todo al papel que jugaba el pimiento morrón en esa combinación y que no era otro que el decorativo.

 

Nos hemos reído, aunque nos lo hayan contado miles de veces, con el que recogía manzanas en la curva del Tívoli, o con la señora que llevaba días sin ir por el ambulatorio “porque estaba mala” o que “el tres está dentro” sin que nadie lo haya preguntado. Nos decía, desde el escenario, que su apellido se escribía con B chica, que es como siempre hemos denominado a la uve en Canarias o nos explicaba porque el “coño canario es más dulce”, la palabra en sí, no se vayan a creer que se refería a otro contexto u órgano.

 

Como decía, lo del miércoles no lo esperaba nadie y por eso los que se concitaron en la sala 109 del tanatorio de San Miguel, en Las Palmas de Gran Canaria, hablaron de sus “salidas” de sus cuentos y de lo inolvidable que les hizo estos pasajes de la vida.

 

Manolo Vieira siempre estará en nuestra memoria y en nuestros corazones. Como escribe mi hermano Paco, gran amigo también de Manolo, era un retratista que sabía, en todo momento, reflejar lo que quería. Tenía el don de la palabra, no perdía nunca el hilo y sabía describir cada una de las situaciones que nos rodeaban.

 

Desde la típica pregunta cuando estamos en una cola para embarcar y alguien dice eso de: “¿vas para allá?” Pues claro, si me ves en la fila, con una maleta o bolso en la mano, esperando para entrar en la nave ¿qué creen? Y él contestaba con aquello de “no, voy a echar un techo” o aquello de “no, los acompaño un rato y luego ya me vuelvo” que todavía nos hace reír por la ocurrencia y por la salida.

 

Si tuviéramos que buscar un homólogo en ese tipo de humor el más parecido era el gran Gila, aunque este tenía unas dotes de lo absurdo que contrastaba con nuestro Manolo que era hiper realísta en sus “cuentos”. Porque si recordamos el peninsular que cuenta los bultos, que tiene siempre prisa o que parece que la isla, la que sea, le agobia, veremos un relato lleno de situaciones que todos hemos vivido y en las que nos hemos visto, pero nunca le hemos sacado el rendimiento necesario para plasmarlo en un monólogo como él lo hacía.

 

Contaba chistes, pero en el escenario. Odiaba hacerlo en pequeñas reuniones o en el contacto personal porque ahí estaba fijándose en lo que hacían y decían los demás. Te contaba un chiste en escena que se hacía eterno por las hipérboles narrativas que empleaba y dentro de cada historia te contaba otras que nada parecían tener en común, pero que luego la tenían. Y volvía a coger el hilo y te preguntabas interiormente cómo lo hacía y no se le olvidaban y te volvías a reír con las cosas de Manolo.

 

Fue líder cada fin de año de los 23 que estuvo acompañándonos y mantuvo la llama viva a través de generaciones que vieron, gozaron y se rieron con las cosas que hacía este humorista que lo considerábamos como nuestro sin que le preguntáramos por su partida de nacimiento. Era un canario de las ocho islas y nunca nadie le echó en cara de dónde procedía. Fue, y lo es, el mejor producto canario en todos los sentidos y pervivirá en la mente de todos los que un día le conocimos.

 

A lo largo de todos esos años lo hemos visto envejecer, e incluso en algún momento hemos llegado a decir que los años pasan por todos. Pero no importaba, al rato de estar viendo un especial de él nos olvidamos de lo estético y hemos estado solo en el contenido de las historias y en la forma de contarlas. Y nos hemos vuelto a reír.

 

He visto estos días a mucha gente hablarme de Manolo Vieira y de sus vivencias con él. He visto como muchos han colocado en sus perfiles de las redes sociales fotos en las que aparecen con él. Yo también las tengo, pero me las guardo, porque quiero quedarme con el Manolo vitalista que conocí a lo largo de los años.

 

Y lo conocí hace tanto tiempo que por los años 80 una de las formas de saltarme la cola o no pagar en Bocaccio Boite, una mítica discoteca ubicada en el número 16 de la calle Marqués de la Ensenada a espaldas del Centro Colón, era “he quedado ahí dentro con Manolo Vieira” y el portero te franqueaba la entrada.

 

Allí se podía comer, recuerdo que daban unas medias noches estupendas y que no ponían bebidas de garrafón, con lo cual siempre era una garantía. En aquellos sillones hablamos de muchas cosas, situaciones y vivencias que estoy seguro que le sirvieron para componer algunas de sus historias.

 

Manolo contaba como nadie, en pequeño comité, cómo entraban los canarios, de cualquier isla, a la sala Florida en la que actuaba y sin cortarse un pelo le decían “Manolo ya estamos aquí” y le cortaban la historia que estaba contando. Más de una vez contestó con un “bastante que me alegro, siéntense por ahí y échense algo” con lo que provocaba las risas generales por su salida y su manera de encarar una situación que podría ser difícil. Pero él lograba retomar el hilo y seguir la historia en medio de gente que, literalmente, se meaba de risa con las cosas del maestro.

 

Recogió la idiosincrasia de los personajes que salían en sus sketches, una situación que podríamos traducir como “escena”, “número”, “pieza” o “cuadro cómico”, generalmente humorística, que dura entre uno y cinco minutos aproximadamente y que él, con la simple ayuda de un micrófono, le sacaba todo el provecho del mundo. Así fue como conocimos a todos sus personajes y los hicimos como propios, poniéndole cada uno la fisonomía que quería. A Carmelito lo idealizábamos como barrigón, poco afeitado, e incluso alguno se lo imaginó poco limpio, y con una mente simple, pero con un discurrir rápido que le daba siempre las ocurrencias propias para arrancar unas carcajadas cuando se resolvía la situación.

 

En fin, que no quiero seguir con cosas que todo el mundo sabe de un personaje que ha marcado una pauta en todo nuestro acervo, que tenía una forma peculiar de contarlo y que era nuestro moderno Pepe Monagas, del que decía tener mucho que ver, sobre todo en la manera de relatar y en el lenguaje a emplear.

 

No había una cabra que decía “gurbuay” cuando se despedía, pero había un reloj que tenía días, no se desenganchaban los caballos de una guagua, pero nos contaba el sinvivir de alguien que nunca ha trabajado ante su primer día de curro. Popularizó ese ¡chacho, chacho, chacho! que todos hemos dicho alguna vez para referirnos a una situación de difícil explicación.

 

He visto estos días a muchos que lloraban al hombre que tanto nos hizo reír y he visto como en su sepelio nos contábamos cada una de las historias que no sabíamos de memoria. Pero se fue. Y no sé si estamos preparados para esa ausencia. ¿Quién ocupará su lugar en el próximo fin de año? ¿Hay velada previa a las campanadas sin Manolo Vieira? Va a ser difícil que nos hagamos a la idea, siempre lo echaremos de menos.

 

Y además de todo esto estoy muy triste. Primero porque se ha ido un amigo, después porque eso me hurta la posibilidad de seguir contando con él en los momentos en los que los dos nos necesitamos. También lo estoy porque he visto a mucha gente que conozco y quiero llorar de impotencia, por la muerte de alguien a quien siempre hemos querido. Y porque no encontramos respuesta a la pregunta de “¿yo a ti que te ha hecho? ¿qué te ha hecho?”

 

Lo importante será que se preserve su legado. Decía el otro día el humorista Aarón Gómez que Vieira “inició un sendero inédito en Canarias dentro del humor que durará para siempre y ahora nosotros nos encargaremos de que su memoria nunca muera”. Pues que sea así y que todos esos que lo han tenido como referente comiencen a plasmar aquello que tenía el gran maestro. ¡Y el que lo quiera coger, que lo coja!

 

 

* José MORENO GARCÍA

Periodista.

Analista de la actualidad.

 

Islas Canarias, 11 de febrero de 2023

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