EL MONÓLOGO / 155
La mala gente

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Por Pepe Moreno *

 

 

Hoy iba a escribir de otra cosa. Iba a hacerlo de la moción de censura fallida que presentó VOX y defendió un comunista como Ramón Tamames, que ni tuvo programa de gobierno ni nada. También había pensado en hacerlo del “Caso Mediador” que esta semana ha tenido varias variantes como la presencia en el Congreso de los Diputados del que le da nombre a esta investigación diciendo que iba a visitar a “antiguos compañeros de trabajo”, como si el hombre fuera un empleado del lugar.

 

Iba a escribir de las negociaciones sobre el espacio aéreo cercano a las islas y que ahora parecen estar en liza, bien sea por los comentarios de un grupo de la oposición o por su correa mediática. También lo podría hacer por un nuevo baremo y las condiciones de la jubilación que han pactado el Ministerio y los principales sindicatos. En fin, que había bastante materia para este monólogo semanal, pero al final he decidido hablar de las malas personas.

 

Porque esta semana he vuelto a descubrir que en este mundo nuestro en el que hay tantas especies y subproductos, hay mala gente. Individuos, o su equivalente en femenino, que sacan a pasear su manera de hacer daño en otros, sin percatarse de los perjuicios que ocasionan, que no tienen reparo a la hora de defenestrar a quien sea, aunque eso signifique hacerlo en terceros que nada tienen que ver con el asunto primigenio de sus intereses. Particulares que entienden eso de que “la mejor defensa en un ataque” y no miran para los lados a la hora de poner en práctica sus métodos.

 

¿Por qué escribo esto? Algunos ya saben a lo que me refiero. Unos pocos, todo sea dicho. Pero los más, la inmensa mayoría de los que leen este artículo se estarán preguntando ¿por qué Pepe escribe de forma tan críptica y sin especificar? ¿tendrá miedo? ¿tan respetable son esas personas que no son nombradas? La respuesta a la primera pregunta es que no quiero darle publicidad a nadie, por muy conocido que sea. A la segunda y a la tercera pregunta la respuesta es contundente: No. Ni tengo miedo, ni son respetables.

 

Esta misma semana me he dado cuenta de que no somos nadie, de que no sirve de nada ni la reputación ni la honestidad, ni la honorabilidad de personas que a lo largo de toda su vida se han caracterizado por su manera de ser y hacer las cosas. He sido testigo, directo, de que los intereses de algunos están por encima de todo eso que he nombrado antes y que me sirve casi de tarjeta de presentación para hacer lo que de siempre he considerado mi profesión y mi forma de hacer periodismo.

 

Me he caído del caballo (¿era San Pedro o San Pablo?) y me he dado cuenta de que hay gente mala en este mundo, dañina de corazón, de hacer las cosas a sabiendas de que están mal hechas, que no se corresponde con ningún estándar profesional y de que la cantidad de maldad que acumulan podría asimilarse al peso que tienen en la sociedad. O es mucho o no es nada. Y no vale que hagan una guerra para hacerse un hueco en medio de todo lo que pasa en esta sociedad, lo que vale es el resultado final y eso es lo que les mueve. Imponen su egoísmo a los demás y se sirven, en cualquier tiempo, de los engaños para que sigan adelante sus pretensiones y sus negocios.

 

Estoy dolido y se me nota, porque nunca imaginé que alguien pudiera utilizar mentiras para atacar a otro semejante, con el que incluso en el pasado compartió confidencias, comentarios y anhelos. Cuando en el pretérito vio la posibilidad de contar con su firma, con sus conocimientos o con sus contactos, no escatimó esfuerzos ni recursos para incorporarlo a su relación. Podría incluso hablar en primera persona, ustedes ya me entienden.

 

Estamos en una sociedad en la que algunos personajes afloran el matonismo que llevan a flor de piel y se hacen con el supuesto poder por el miedo que generan en el resto. Si son periodistas podríamos catalogarlos como “sobrecogedores” y no precisamente por lo que publican o cuentan en sus crónicas, sino por otras cosas. Personajes que han ido creciendo en función de lo que venden y no por lo que hacen. Se les tiene más en cuenta por temor, que por su libertad o su valentía. Son presos de sus acciones y deben tanto, que sus ataduras son evidentes.

 

A estas alturas del monólogo algunos me pedirán más datos y tienen razón en sus demandas, pero les puedo asegurar que lo largo de todas estas líneas tienen el nombre y el apellido del susodicho, incluso donde trabaja, pero insisto en que no quiero hacerle publicidad a nadie ni a nada, por eso he optado por hacerlo de este modo. Así los tengo entretenidos a ustedes y yo tengo que rebuscar la forma y la manera de describirlo dando vueltas al lenguaje para dejarles a ustedes descubrir a quien me refiero.

 

Pero también me ha servido para encontrar a los me quieren, los que se solidarizan y los que me defienden y eso sí que ha sido muy valioso. Le doy las gracias a todos los que han hecho algo más que darme ánimos. He descubierto que hay mucha más gente valiosa que despreciable. Y esto último lo pongo en singular porque solo hay un nombre que ha tratado de vilipendiarme a lo largo de la semana. Otros han colaborado con él -y también ha servido para enterarme que no son sinceros- y que se prestan a cualquier causa con tal de que no se les descubran las miserias que portan y que son evidentes.

 

No tengo grandes posesiones ni he hecho fortuna en esta profesión porque casi siempre he vivido al día, sin pretender más que trabajar en pos de unos ideales que algunos les parecerán pobres. No importa. Siempre les dije a todos los que me rodean que la honorabilidad y la honestidad es la mejor herencia que uno puede dejar y que esa tiene que ser una norma fija en la vida. Decía un gran periodista que a esta profesión no viene uno para hacer amigos, y eso parece que algunos no lo entienden. De sobra saben los que me conocen lo poco dado que soy para decirle a alguien que lo está haciendo bien, porque parto de la base de que para eso le pagan. Bueno, pues hay quien no lo entiende.

 

Tengo normas, como todos. Por ejemplo, nunca llamo a un subordinado que ha presentado su parte de baja para preguntarle cómo está, no vaya a entender que lo hago para presionarle para su reincorporación. Y nada más lejos de la realidad, pero no lo hago para que no haya malentendidos. Tampoco suelo ir a los entierros en los que sólo conozco al muerto para evitar preguntar con quien compartía su vida o sus hermanos o sus hijos. Son cosas que me he marcado y que procuro cumplir, entre otras muchas.

 

Esta semana he visto como algunos han puesto en duda la profesionalidad y vinculan la presencia a lazos familiares o a misiones rayanas en el culichicheo más que al trabajo a desarrollar. Pobres de espíritu que no ven más allá de sus ojos y que desprecian el trabajo realizado a lo largo de los años. Insisto en lo de mala gente.

 

Pero no importa. No van a doblegar a nadie, porque, como he dicho en estas líneas, son más los que reconocen lo que se ha hecho que los que siguen a estos personajillos que sí que tienen que justificarse ante la audiencia en general, ante los tribunales y ante una sociedad a la que han tratado de engañar en todo. Personajes, por llamarlos así, que creen que son más que los demás, que se codean con los que mandan y se creen que ellos también lo hacen. Porque hablan de los poderosos creyendo que ellos también lo son. Dicen que los tiene comiendo de sus manos, que hacen lo que él quiere y sobre todo que los tiene dominados porque van a sus convocatorias.

 

Hoy no queda nada de lo que han querido decir. Entras en esos sitios y solo queda la reminiscencia de los que le hicieron el eco necesario y ha desaparecido todo lo relacionado con lo que he contado más arriba. Solo existen los mensajes que mandó en su momento. Es como si dijéramos que tiró la piedra y escondió la mano y eso sólo tiene un nombre rayano con la cobardía y con las malas artes, por eso se le conoce, por eso le tienen miedo, pero no es más que lo que están pensando.

 

Dice una frase lapidaria que “me dolió, pero aprendí algo nuevo; a no confiar demasiado, a no dar tanto cariño y a ser consciente de que siempre habrá una mentira” y eso ha sido lo que ha pasado. Maldigo lo que ha hecho, pero nada más. Los tribunales, los de la vida y los judiciales, pondrán a cada uno en su sitio, más pronto que tarde, aunque haya que esperar tiempo para verlo. Gracias a los que han tenido otra visión, a ellos la gratitud eterna. A la mala gente solo les digo que espero que no hayan llevado una doble vida, aparentando ser malvado y bueno todo el tiempo, porque eso sería hipocresía. Y la experiencia me ha llevado a descubrirla estos días en animales que caminan con sus extremidades inferiores.

 

En fin, no quiero aburrirles, pero he llegado a una conclusión; que hay personas que nos tienen como a Google: sólo nos buscan cuando necesitan algo, y me parece que ya sé de algunas de ellas.

 

 

* José MORENO GARCÍA

Periodista.

Analista de la actualidad.

 

Islas Canarias, 25 de marzo de 2023

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