EL MONÓLOGO Nº075
Veinte años después

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Por Pepe Moreno *

 

Hoy es 11 de septiembre y se cumplen 20 años de aquel fatídico día en el que dos aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas de Nueva York. Ese ataque produjo una gran conmoción en todo el mundo, al tiempo que marcó, para siempre, una fecha nefasta que puso de manifiesto que el terrorismo podía ser aún más contundente de lo que sabíamos. Fue el inicio de un ataque mundial y una sensación de pérdidas que nunca estarán justificadas. Murieron personas de más de 70 nacionalidades y fueron unas horas que jamás podremos olvidar. Hoy recordamos qué estábamos haciendo en aquellas horas frenéticas y cómo vivimos un día que quedó marcado en todos nosotros.

 

Era martes y estaba en la redacción del periódico El Día, aunque ya estaba inmerso en la preparación de lo que luego sería Radio El Día. Estaba más metido en las labores de gestación de un nuevo medio que en la información diaria. Recuerdo que fuimos a almorzar y que cuando estábamos en ello, con el entonces subdirector del periódico, Ricardo Acirón, vimos en directo, a través, creo que de Antena3, el impacto de la segunda aeronave en la otra torre gemela. ¿Era real lo que estábamos viendo? ¿Era una repetición de lo que habíamos visto antes? Nos quedamos atónitos.

 

Nunca se habían convertido los aviones en misiles con los que atacar y sembrar la muerte y la destrucción. Allí se quedó la comida. Volvimos a la redacción y nos dispusimos a reordenar todo el periódico para dar la mejor información que podíamos obtener. Nos pillaba muy lejos, pero había que conseguir los mejores testimonios e imágenes. No había redes sociales, ni canales de información más que los que nos suministraban las agencias contratadas. Los periodistas de la redacción hacían lo que podían con los teletipos, los maquetistas cambiaban páginas, los redactores jefes reordenaban el paginario y el frenesí de estar viviendo unos momentos históricos no impedían que cada uno cumpliera con su deber.

 

 

Fueron horas incluso para discutir si había que poner un corondel o no entre las fotografías de primera página que indicaban que un avión se estrelló contra la primera torre y el otro contra la segunda. Entendíamos algunos, que, si no las separábamos con ese recurso gráfico, se podría decir que manipulábamos las imágenes. No hubo consenso y donde manda patrón no disponen los demás. La portada del miércoles 12 de septiembre saldría como si el plano de ambas construcciones fuera unitario. Aquella noche, por si no tenía bastante con lo vivido, se unía el desasosiego de no ser fiel a la realidad.

 

Pero ¿qué queda veinte años después del atentado más sangriento de la historia? Allí se perdieron tres mil vidas que fueron destrozadas por una locura asesina. Y allí oímos la mítica frase de “never forget”, o lo que es lo mismos “nunca olvidar”. Una décima parte de las víctimas eran bomberos. Han llegado a decir que toda una generación de estos profesionales pereció entre los escombros, subiendo las escaleras del Word Trade Center.

 

Eran conscientes de dónde se metían, pero no se detuvieron. Sabían que solo su valor, su sacrificio, podía salvar a los atrapados en los rascacielos destrozados por los aviones. Si la ya trágica cifra de muertos no adquirió una dimensión aún más catastrófica, fue gracias a ellos, a esos bomberos y otros profesionales que encarnaron el poder del bien frente al mal desatado.

 

Hoy han pasado 20 años de todo aquello. De un presidente, George Bush, que prometió no descansar hasta acabar con el mal que lo había producido y por eso tuvo lugar la invasión, poco después, de un Afganistán en el que se escondía el famoso Bin Laden, ideólogo de ese terrorismo. Allí estaban los talibanes, los mismos que hoy vuelven a tomar el poder en ese país, haciendo de todo esto una especie de “deja vu” con el que nos retrotraemos en el tiempo. Y esto produce una serie de pensamientos oscuros sobre lo que puede volver a pasar.

 

A partir de ese día todo cambió en el mundo. Antes, viajar en avión era mucho más fácil.  No se necesitaba identificación para pasar por seguridad en los aeropuertos, nadie se quitaba los zapatos, tampoco se separaban los objetos electrónicos y se podían llevar líquidos en el equipaje de mano. La seguridad en las terminales aéreas estaba a cargo de contratistas privados con poco entrenamiento reclutado por las aerolíneas. No todo el equipaje de carga era revisado y las personas apenas pasaban por detectores de metales. Las familias acompañaban a los viajeros hasta la puerta de embarque y una vez en el avión, entrar a la cabina era común para que los niños y las familias se tomaran fotos con el piloto y la tripulación. Todo esto cambió tras el 11-S y los pilotos tuvieron que encerrarse detrás de puertas blindadas con armas de fuego para defenderse de potenciales secuestradores de aviones como los que llevaron a cabo los ataques más letales en Estados Unidos.

 

Cuando el 14 de septiembre se volvió a reabrir el espacio aéreo americano se distribuyeron hombres de la guardia nacional en los aeropuertos y los viajeros tuvieron que esperar en largas filas, mientras se adoptaban las nuevas medidas y sistemas de seguridad. En diciembre de 2001, apenas unos meses después del 11-S, el inglés Richard Reid, conocido como el “Shoe bomber”, escondió explosivos en sus zapatos y trató de detonarlos en la cabina del avión de American Airlines que viajaba de París a Miami. El accidente fue evitado por una auxiliar de vuelo y eventualmente llevó a que millones de viajeros en el mundo tuvieran que quitarse los zapatos y pasarlos por el escáner antes de montarse al avión.

 

En el 2006, después de que la Policía británica descubriera un plan para detonar líquidos explosivos y tratar de derrumbar al menos siete aviones que viajaban de Inglaterra a Canadá y Estados Unidos, oficiales de la TSA prohibieron a los pasajeros llevar líquidos, geles y aerosoles en el equipaje de mano. Meses después relajarían la medida a envases menores a 100 mililitros transportados en bolsas plásticas transparentes.

 

Tres años después, el 25 de diciembre de 2009, Umar Farouk Abdulmutallab, un nigeriano entrenado en Yemen por Al-Qaeda, trató de esconder explosivos en su ropa interior en un vuelo de Ámsterdam a Detroit. En 2012 fue sentenciado a cadena perpetua en Estados Unidos y hoy se le conoce como “el bombardero de los calzoncillos”. A partir del 2017 y tras los atentados frustrados desde Australia y Yemen usando objetos electrónicos y cartuchos de impresoras como explosivos, la TSA obligó a todas las personas a pasar por rayos X los objetos electrónicos más grandes que un teléfono móvil.

 

Y podríamos seguir contando cosas de un mundo que ha cambiado radicalmente. Ha habido guerras e intervenciones militares. El mundo se ha enfrentado a una pandemia que ha traído más muertes que todas las guerras precedentes y en el que Estados Unidos ha dado tantos tumbos que ya no es el gendarme del mundo como todo hacía presagiar. Hemos asistido al nacimiento de las redes sociales y al populismo como fórmula política de no pensar en lo que se dice. Ya no hay ningún país heredero de un orden internacional que parecía indestructible, ahora el mundo es testigo de una decadencia que nadie previó. Los valores que han guiado la política occidental durante décadas todavía son válidos para una mayoría, pero ya no parecen el camino inevitable.

 

Ninguno de los analistas refutados podría haber previsto la crisis del 2008, la elección de Donald Trump o la pandemia. Ahora todo parece estar pendiente de lo que dicen unos y otros. La reciente retirada americana de Afganistán es una prueba de que la colaboración internacional es fundamental para salvaguardar vidas y conceptos. El mundo hoy es más inseguro, ¿nació todo eso hace hoy 20 años?

 

* José MORENO GARCÍA

Periodista.

Analista de la actualidad.

 

La Laguna (Tenerife), 11 de septiembre de 2021.

 

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