EL MONÓLOGO Nº084
Demasiadas preguntas y…

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Demasiadas preguntas y pocas respuestas

 

 

Por Pepe Moreno *

 

Estaba pensando en escribir este Monólogo de cada semana y le daba vueltas al argumento a explicar en estas líneas. Por un lado, no quería que fuera otra vez sobre el coronavirus, a pesar del incremento que estamos sufriendo, a lo que se suma la presencia de la variante Delta Plus que ya se ha detectado en Tenerife y que, por lo visto está relacionado con un brote proveniente de una profesional sanitaria de esta isla, vinculada a un brote familiar con tres personas afectadas, sin que en este momento consten antecedentes de viajes recientes.

 

No quiero seguir en este asunto sobre el que se han dicho muchas cosas y que algunos quieren relacionar con la llegada de turismo y con la cantidad de casos importados. Aún no se tienen noticias de que los turistas nos traigan virus y no se conoce, al menos al escribir estas líneas, que ningún establecimiento turístico haya referenciado que algunos de sus alojados han dado positivo en esta enfermedad.

 

Recordemos que en los inicios de esta pandemia tuvimos un caso en La Gomera de unos extranjeros alojados en unos apartamentos y que la respuesta de entonces fue la del aislamiento y el seguimiento de sus contactos. Y mirando hacia atrás también nos viene a la memoria la del hotel de Adeje en el que se confinaron a todos sus huéspedes y se realizó un protocolo que fue pionero en este tipo de enfermedades contagiosas.

 

La memoria es floja y nos olvidamos de estos hechos que conforman ya nuestra historia más reciente, pero de la que parece que no aprendemos y en la que no aplicamos las enseñanzas que deberían desprenderse. Ni hemos cambiado el modelo turístico, ni nos importan los hechos pasados. Seguimos queriendo tener cientos de vuelos diarios y miles de turistas que contar. No importa en qué condiciones vienen, ni establecemos los controles necesarios para que la historia no se repita.

 

Insisto en que esto lo escribo cuando todavía no se han producido casos, al menos que conozcamos, que provengan de los que vienen a estas islas buscando otras sensaciones, pero no deja de sorprender que no hayamos aprendido nada de lo vivido. ¿Se acuerdan de que cuando estábamos en el cero turístico había voces que decían aquello de que nada volverá a ser igual? Pues hemos vuelto a las andadas.

 

No hay controles, ni el negocio turístico ha impuesto nuevas normas, y seguimos pensando en la arribada masiva de gentes del continente. Hemos quitado los controles en los aeropuertos, nos vienen gentes de países en los que la vacunación no llega a los límites de seguridad que nosotros mismos nos damos.

 

He hablado con algunos de los que saben de esto del turismo y se escandalizan de que todo sea igual, las medidas de seguridad de sus establecimientos son las que estipula la ley, pero saben que eso no es suficiente, sin embargo, no pasan de ahí. Las camareras de piso ahora trabajan más y tienen que limpiar más concienzudamente, pero los salarios siguen siendo los que tenían antes de la pandemia y de que se descubriera que la forma de preparar una habitación tiene que ser ahora diferente.

 

El Gobierno de Canarias dice que está pensando en establecer otra vez algunas de las normativas de hace unos meses como la de la exigencia de certificados de vacunados o de haber realizado una prueba antes de ser acogidos en un hotel o apartamento, ¿es eso suficiente? Lo único que ha cambiado es que ahora esos turistas viajan con una mascarilla y que el ocio nocturno no está tan proclive como hace 20 meses, pero poco más. No hay coches de alquiler, pero los visitantes siguen llegando y hoy se hacen más excursiones en grupos que antes. ¿Era eso lo que íbamos buscando?

 

Son demasiadas preguntas sin respuestas o que las que encontramos siempre están relacionadas con la economía y pocas con la salud. Ni hemos progresado en buscar alternativas, ni las urgencias son buenas para presentar un modelo alternativo. Sé que hablar de estas cosas en una tierra como la nuestra, que depende tanto del turismo tiene sus inconvenientes y que no todos están por esa labor, pero hemos tenido tiempo para buscar otra manera de seguir viviendo en nuestra tierra.

 

Tampoco quería hablar en este artículo de La Palma, de su erupción volcánica que está llevando la desolación a miles de habitantes de esa isla en la que hemos aprendido que las coladas de lava representan la destrucción, que se ha llevado por delante más de 2.500 edificaciones que eran el sueño de muchas personas que invirtieron en busca de un porvenir que ya hoy no existe. He oído hablar a muchos de los que perdieron el negocio, la casa o la finca que eran sus previsiones de futuro. Gentes del lugar que hoy están sin ilusiones y que maldicen los que otros van a admirar.

 

Hoy el debate es cuándo comienza la reconstrucción, cómo lo harán, que se prohíbe o cómo afrontar lo que debe continuar. Allí sí que hay urgencias, pero lo que pasa es que la erupción no ha terminado, que el río de destrucción de materia incandescente sigue afluyendo desde un cono que parece tomarse su tiempo en seguir encontrando magma que derramar y que viene desde las entrañas de una tierra que hasta el 19 de septiembre parecía ser la más noble del mundo.

 

Palmeros y extranjeros fabricaron en un sitio que hoy está coronado por una inmensa mole de malpaís que dibuja una enorme cicatriz negra de más de un kilómetro de anchura y que ha ido uniendo los diferentes recorridos en un afán de aglutinar su terrorífico trazado. Las discusiones se centran en cuándo dejarán de hacinarse en un piso de un familiar o conocido, cuándo comenzarán a ingresar más que promesas o dónde se instalarán para lo que les quede de vida.

 

Y es que han pasado 55 días en los que la destrucción es la nota dominante. Eso y el rosario de visitas de altos cargos que se desplazaron a La Palma para escucharlos y decirles eso de “nadie se quedará atrás”, pero que cuando se van se dan cuenta de que la burocracia frena las iniciativas y que la lava sigue devastando.

Nos anuncian la entrega de viviendas para los más necesitados, para aquellos que no tienen otro lugar en el que habitar, pero eso lleva su tiempo. Nadie está preparado para una cosa así, en eso podemos estar de acuerdo, pero lo que no ayuda es la incertidumbre ni la desesperanza.

 

Sé que algunas instituciones están comprometidas en dar respuestas ágiles, pero no es suficiente. La crisis eruptiva de La Palma ha sacado a la luz algunas cosas que ponen en entredicho lo que se ha estado haciendo. No es posible que, en una isla de más de 83.000 habitantes, según el censo del 2020, no haya ni una sola residencia pública de mayores. En esas cosas se notan las previsiones y el avance de una sociedad moderna. Y si no hay geriátricos habrá que pensar en hacerlos y en dotar de personal y de fondos ese tipo de establecimientos y hasta ahora no se ha oído ni una sola voz en ese sentido.

 

Pero es que, además, la lava del volcán de La Palma, que continúa fluyendo, ha aumentado la altura hasta amplitudes descomunales en comparación con otras erupciones vistas tanto en Canarias como en otros puntos de la geografía mundial. En algunos lugares alcanza hasta los 40 metros de altura, formando una pequeña cordillera negra que atraviesa kilómetros de terreno desde la montaña hasta el litoral al sur del Valle de Aridane. En la costa la colada levanta hasta 20 metros. Desde luego ese será un paisaje nuevo y no cartografiado, porque debajo de esa masa están las casas, los talleres, los negocios, las fincas, las plataneras, los viñedos o las miles de construcciones que han sido sepultadas.

 

Ahora, sus propietarios los mueven una enorme cantidad de papeles en carpetas debajo del brazo, día a día, para ver cuándo, cómo y cuánto les compensarán por ello. La desesperación de los que buscan las respuestas aumenta, aunque sepamos que todo esto no ha terminado. Unos solicitan prisa en las soluciones y otros se aprovechan de la situación. Incluso me han contado que hasta hubo “tráfico” de colchones en los primeros días. O que, el pabellón de Los Llanos, habilitado para recoger las donaciones textiles o de calzado, rebosa de material que no pueden repartir o de prendas que más de uno envió limpiando sus armarios. Sé que hubo mucha voluntad en los que colaboraron, pero no toda la ayuda ha estado en la misma línea.

 

En fin, que yo hoy quería escribir de otras cosas. De cómo ha subido todo más de un cuatro por ciento, el IPC que se llama, y de esa escalada de precios que nos está empobreciendo a todos porque los sueldos siguen estancados o bajando. De cómo este año las comidas de Navidad serán más austeras porque no habrá para todo y de la manera de endeudarse que algunos tendrán con tal de que no falte de nada en sus mesas. O escribir de una Ley de Cambio Climático que vendrá y que de momento ha puesto a los combustibles por las nubes con precios que nunca habíamos visto.

 

 

De todas formas, unas cosas están relacionadas con otras. El precio que estamos pagando por la inactividad del confinamiento nos empobrece y nos escandaliza, pero nos conformamos diciendo que hay otros que están peor y se nos aparece el volcán y lo que ha arrasado hasta ahora.

 

Siempre habrá quien lo está pasando peor, pero eso no puede ser la excusa que nos aplaque. Hay gentes que esperan actuaciones más urgentes, por lo que habrá que pasar de la palabra a los hechos, sin dilaciones y sin que la burocracia cercene el futuro, con el tiento necesario para que los aprovechados no hagan de la suyas, pero que los damnificados comiencen a planificar el futuro más inmediato. Todo lo demás, como el cielo, puede esperar.

 

 

* José MORENO GARCÍA

Periodista.

Analista de la actualidad.

 

Islas Canarias, 13 de noviembre de 2021.

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