EL MONÓLOGO Nº086
Dejamos que nos engañen

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Por Pepe Moreno *

 

 

Otro fin de semana de dudas sobre lo que escribir en este Monólogo para no repetirme y para ver si logro, de una vez por todas, que las líneas vayan en un sentido positivo, que es el objetivo final de esta plataforma. Y nunca, o casi nunca, lo logro. Y tampoco quiero repetirme en cuanto a los temas a abordar en esta columna semanal. No quería escribir, una vez más, ni del volcán de La Palma ni de los contagios de la Covid-19.

 

En el primero de los asuntos había materia porque hay gentes desesperadas después de casi 70 días de actividad y de unas coladas de magma que siguen haciendo mucho daño al terreno, a los habitantes de la isla y a la sociedad palmera en su conjunto. Y en el referido al coronavirus también hay materia después del aumento considerable de casos, lo que se nos avecina en el calendario y las previsiones que están haciendo los que saben de esto.

 

Por tanto, lo evidente era encontrar un asunto que sirva para hacer algunas reflexiones y que al mismo tiempo tengan el interés suficiente para que los que habitualmente leen estas líneas se entretengan y les sirva para reflexionar. Por eso voy a escribir hoy de ese mundo que nos separa entre los políticas y una sociedad civil que cada día está más separada de unos representantes que llegaron a las instituciones y poco a poco han ido cambiando, e incluso en algunos casos dándose de baja en el partido que cubrió su campaña y que hoy están como prófugos de organización, pero administrando fondos y cobrando cada mes una nómina en la que no van a producirse ni retrasos de pagos, ni ERTES ni ninguno de los males laborales con los que nos podemos encontrar cualquiera de los ciudadanos -que bien me viene la palabra- que conformamos la sociedad civil.

 

Porque nuestra clase política se sube a unas tribunas de oradores en las que pronuncian sus discursos de cara a una galería que no siempre les sigue y en la que ponen sus dosis de demagogia con tal de desprestigiar a los contrarios o para ensalzar sus ocurrencias. No les importa si todo eso nos llega a la calle, si prende entre la ciudadanía, si están hablando de lo que realmente importa o si por el contrario lo hacen de lo que a ellos les interesa.

 

Esta misma semana he visto en diferentes escenarios a políticos que hablan de lo suyo, no les importa si hay más urgencias en la sociedad en la que se mueven y les importa bien poco si sus palabras afectan a una persona o a un colectivo concreto, tirando por tierra sus trayectorias, solo miran hacia sí mismos. En el oficio del periodismo la honestidad no les importa y van a lo suyo. En el mundo en el que estamos, rodeados de redes sociales que cuentan la verdad a su modo y manera, es muy fácil caer en una realidad que nada tiene que ver con lo que de verdad sucede y de ahí que hayamos aceptado eso de la posverdad, que según nuestra academia de la lengua significa la distorsión deliberada de una realidad, la que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Una definición que nos viene al pelo porque los demagogos son maestros en este campo Lo que en realidad es una mentira, con todas sus letras.

 

Cuando se trabaja en comunicación corporativa o empresarial, hay que tener en cuenta que no todo vale. No vale mentir, falsear, exagerar o hablar más de la cuenta. Los mensajes que una compañía emita deben estar alineados y deben ser no sólo creíbles, sino además auténticos. Pero eso a determinados personajes públicos no les importa y son capaces de lanzar sus mensajes llenos de falsedades, trufados de medias verdades, y a los que ayudan los mensajes que se difunden por las redes sociales y plataformas como WhatsApp, que son las que han demolido el monopolio que tenían los medios de comunicación sobre la definición de la agenda informativa y por eso algunos señalan que lo que es noticia hoy no depende solo de periodistas”.

 

Esto, unido al fenómeno de las “fake news”, es decir, las noticias falsas, así como la búsqueda de los clics en los que buscan ávidamente enterarse de esas mismas noticias, pero desde otros puntos de vista, que muchas veces está viciado, y el rating, es decir, cuánta gente ha visto esa noticia, hace que el debate esté a veces más enfocado en rumores o temas de “ruido” en las redes, que en información seria.

 

En estos procesos, la credibilidad de los medios se ve afectada, los públicos están consumiendo la información cada vez más a partir de la dinámica que se impone en las redes y en los movimientos de fuentes, en los que se aprecia un mayor nivel de confusión y con menores elementos de verificación. Aquí es donde reside el gran desafío para la prensa hoy en día: poder trascender estas tendencias y ofrecer información fiable.

 

Y de todo eso se aprovechan esos cargos públicos a la hora de “atacar” a los profesionales o medios que no comparten sus postulados y no dudan a la hora de desacreditarlos o de acusarlos, sin comprobar la veracidad de las informaciones porque sus intereses son otros. No les importa la trascendencia que tienen sus mensajes, o si hablan de personas que no pueden hablar desde las poltronas que ellos tienen. Lo único que les importa es acabar con la crítica y para ello no hay nada que se les oponga en sus intereses. Vilipendian al que quieren y se escudan en que una tribuna de oradores institucional les protege.

 

Con esta premisa dicen estar en el ejercicio de su derecho de expresión y por tanto los que discrepen de esto, demuestren lo contrario o expresen ideas contrarias lo hacen en beneficio propio y no de la verdad. No reconocen nunca que podrían estar equivocados ni indagan en otras versiones o en comprobar que la verdad es totalmente contraria a sus postulados. Ellos van a lo suyo, a tratar de callar a los contrarios, aunque para ello tengan que usar datos no contrastados o estén carentes de veracidad. Repiten su mensaje en medios de comunicación y en todos los foros que sean necesarios con tal de que una mentira contada muchas veces se convierta en una verdad, y eso nunca se da, pero sí que van socavando la honestidad de las personas aludidas.

 

Desgraciadamente en los discursos políticos esta forma de hablar se está imponiendo y las redes sociales, llenas de seguidores y de gentes que no piensa ni contrasta, sino que “reenvía” para darle una mayor difusión a una historia, se han convertido en una manera nueva de hacer eso que se ha denominado “periodismo ciudadano”. Qué mal nos va a todo con esta forma de enterarnos de lo que pasa en nuestro alrededor. Y es que hoy la disyuntiva parece que se resume entre informar o servir de eco para un mensaje pensado para viralizarse, para ser consumido por cuanta más gente mejor.

 

Y digo todo esto porque parece que para algunas de nuestras señorías no vale para nada ni lo valoran. El respeto es algo que no entienden nada más que en una dirección, la suya, y no en un recorrido de ida y vuelta. Y digo señorías como tratamiento a todos los que ocupan un cargo institucional en el que pueden hablar y debatir con sus iguales, pero ¿qué ocurre si hablan de personas que no pueden subir a esos estrados y por tanto rebatirles sus argumentos? Nada, que tiran por tierra todo eso expuesto anteriormente y siguen a lo suyo.

 

Esa es la política a la que nos referimos hoy. A los que hablan con muy pocos argumentos, con su buchaca llena, ganando mucho más que cuando se buscaban su sustento en otros puestos de trabajo y haciendo de su acta su modo de vida en vez de estar al servicio de la sociedad que los eligió.

 

 

* José MORENO GARCÍA

Periodista.

Analista de la actualidad.

 

La Laguna, 27 de noviembre de 2021.

 

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