¿Generación inteligente?

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Remigio Beneyto Berenguer *

 

 

Un joven me dijo un día: “Nosotros somos la generación inteligente, porque tenemos más información y más recursos que todos vosotros”. En aquel momento pensé: “La generación puede ser inteligente, pero tú, desde luego, no eres el mejor representante”. Pasado el tiempo, empiezo a pensar que ya no él sino incluso su generación está un poco lenta en los procesos mentales, o, como se dice en alguna acepción de “idiota” de la Real Academia Española: “corto de entendimiento” o “engreído sin fundamento para ello”. No leen nada, no escriben nada, no saben redactar, piensan poco, y lo que es peor, tampoco dominan las nuevas tecnologías.

 

“È l´invasione degli imbecilli” dijo Umberto Eco: aquellos que, escudados en el anonimato de las redes, y sin mirar a los ojos, hablan de todo con la misma petulancia que lo hacen sobre la materia de la que son expertos. Es la globalización de la mediocridad que se apodera de todas las esferas de nuestra vida con una rapidez agobiante. El tonto más tonto y el mediocre más mediocre se extienden, como si de una peste se tratara, opinando, afirmando, sentando cátedra sobre asuntos que desconocen, pavoneándose de su ignorancia.

 

Es cierto que tienen buenos referentes, porque las televisiones están llenas de “expertos petardos” que saben de todo, y si tú sabes un poco de algo, te das cuenta que ellos lo ignoran todo, pero hablan y hablan sin parar de todo y en todos los sitios, cobrando por supuesto. Y estas tonterías se expanden como una mancha de aceite contaminándolo todo.

 

Se puede perder la autenticidad, la capacidad de encontrarse, la valentía de razonar, de discutir, de dialogar, en beneficio del anonimato, de la cobardía, del fanatismo. Resulta todo muy superficial y poco profundo. En este mundo ya se despide a alguien de su trabajo por correo electrónico, sin mirarle a los ojos; en este mundo ya se declara el amor verdadero a la persona amada por WhatsApp; ya incluso se cesa a altos mandatarios poniéndolo en la cuenta de Twitter.  ¿Qué más puede pasar?

 

Ese joven de generación inteligente, que se creía un futuro Premio Nobel, pensaba que en los medios electrónicos (móvil, Tablet, robots) se encontraba la fuente de su saber y, por tanto, el artífice de su magno poder. Es cierto que tener información es fundamental, pero no puede olvidarse que la información es un instrumento, una herramienta para mejor pensar, decidir y resolver. La información hay que filtrarla, hay que procesarla e interiorizarla.

 

No nos ocurra como aquel niño que se atiborró de pasteles, y, al final, lo único que hizo fue vomitarlos, porque no podía digerirlos. Me da la sensación de que muchas veces no se sabe qué hacer con tanta información. Ese joven, desde luego, no supo aprovecharla, pues su inteligencia no progresó adecuadamente a pesar de tantos medios y recursos.

 

Existe la tentación de creer que, con los distintos robots, venidos del futuro para traernos la esperanza y la salvación, nuestro mundo irá mejor. Puede olvidarse, sobre todo en los necios, que las máquinas siempre estarán a nuestro servicio. Es más, en unos pocos años, se apreciará una necesaria vuelta a las humanidades.

 

Yo incluso lo anuncié en un foro hace aproximadamente tres años, porque, a pesar de que se pueda pensar que estas máquinas tienen inteligencia cognitiva, sin rival en madurez y capacidades, no tienen parangón con nosotros. Nosotros, las personas, somos los inteligentes; somos los que tenemos capacidad de llorar y de reír; somos los que tenemos capacidad de elevarnos sobre nuestra realidad y soñar, imaginar y crear; somos los que tenemos capacidad de decidir y resolver atendiendo al bien común y a la solidaridad.

 

Nosotros, los hombres y las mujeres, somos los que tenemos dignidad y excelencia. Somos el milagro más grande de la naturaleza. No hay nadie como nosotros, ni lo ha habido ni lo habrá nunca. Somos únicos e irrepetibles. Y tener claro esta idea es ya ser inteligente, y nuestros antepasados lo eran; y el que no tiene ni móvil ni Tablet ni está en las redes, lo es, porque es único. No tiene rival, no tiene competencia.

 

Los niños más desahuciados, los jóvenes más desnortados, los adultos más desplazados, los ancianos más abandonados o incluso hasta yo, somos el milagro más grande de la naturaleza, cada uno de nosotros. Nuestras potencialidades y nuestras capacidades son infinitas. Hay un mundo inmenso dentro de nosotros.

 

El problema es que no nos damos cuenta o no nos lo creemos. Cuando uno es consciente de lo que vale, de su dignidad, y de los derechos inviolables que le son inherentes, tiene una fuerza y una autoestima que le hace ser siempre lo mejor que puede ser. En palabras de Concepción Arenal, “la dignidad es el respeto que una persona tiene de sí misma y quien la tiene no puede hacer nada que lo vuelva despreciable a sus propios ojos”.

 

¿Reniego de los medios y de los avances tecnológicos? En absoluto. Bienvenidos sean. Pero no son la panacea ni el remedio que soluciona todos los problemas y dificultades. La solución la tenemos nosotros. Todos conocimos la noticia de que los gurús de Silicon Valley envían a sus hijos a colegios donde los ordenadores, la wifi y los móviles brillan por su ausencia, y, en cambio, vuelven a una pedagogía basada en la experiencia real, en el papel y el lápiz, en el fomento de la creatividad, de la curiosidad, de las humanidades y las artes, de la lectura, del pensamiento abstracto. Por eso son inteligentes porque saben elegir lo mejor para sus hijos.

 

La catedrática de Español en la Universidad Sueca de Lund, especialista en la comparación entre los sistemas educativos de los cinco continentes, en una visita a la Universidad CEU Cardenal Herrera, resaltó la urgencia de recuperar la educación familiar,  la necesidad de volver a dar preponderancia a conocimientos nucleares como la lengua, las matemáticas, la historia, la filosofía, y de potenciar la adquisición de hábitos como la lectura, el razonamiento, la discusión, el saber decir y escribir, y, especialmente, el estudio. Hay que estudiar. La gente no estudia, y, como no estudia, no sabe. Dice banalidades, tonterías y algunos incluso no saben ni lo que dicen.

Menos mal que está es la generación inteligente.

 

Hubo un tiempo en que un colegio que se preciara debía utilizar los móviles en clase. Ahora casi toda Europa está prohibiendo el móvil y las tablets en las aulas. La falta de atención de los alumnos al profesor y a lo que se está viviendo en la clase, les hace no progresar adecuadamente ni en sus conocimientos, ni en sus habilidades y destrezas, ni en sus actitudes. Y mucho menos en sus emociones y afectos.

 

Una cuarta parte de los jóvenes españoles se sienten solos actualmente y el 69% se sienten ahora o se han sentido en algún momento de su vida. Es el precio de la “inteligencia” de ese joven, de la soledad de estar encerrado en el cuarto con sus 3.000 amigos virtuales, esperando unos cientos de likes que le consuelen, engañándole. Pero no debe preocuparse, porque ese “inteligente” siempre tendrá algún influencer, instagramer o tiktoker, que le comprenderá, apoyará y le dirigirá toda su vida.

 

Es lo que tiene ser la generación inteligente. Menos mal que en algunos colegios ya se vuelve a escribir a mano, en papel y con bolígrafo.

 

 

*  Remigio BENEYTO BERENGUER

Profesor Catedrático de la Universidad CEU Cardenal Herrera.

Departamento de Ciencias Jurídicas

Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.

Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

 

Islas Canarias, 8 de febrero de 2024

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