Inquietud en la educación (I)

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Remigio Beneyto Berenguer *

 

 

Comentan que Santo Tomás de Villanueva a un sacerdote que no quería cambiar de una vida disoluta, le llamó y le dijo: “Yo soy el que tengo la culpa de que usted no quiera enmendarse. Porque no he hecho penitencias por su conversión, por eso no ha cambiado”. Y, quitándose la camisa, empezó a darse latigazos hasta derramar sangre. El sacerdote se arrodilló llorando, le pidió perdón y mejoró totalmente su conducta.

 

Estoy muy preocupado. Nuestros adolescentes y jóvenes son buena gente, pero les veo desnortados, sin rumbo, sin dirección. Van de aquí para allá sin referentes, y, si los tienes, son “influencers”, “youtubers”, “instagramers” o “tiktokers” (que no sé qué es peor).

 

Lo cierto es que una mayoría preocupante de nuestros adolescentes y jóvenes tienen problemas de salud mental (depresión, ansiedad, u otros desórdenes mayores). Y ellos son el futuro, luego la cosa pinta mal.

 

Desde hace mucho tiempo mantengo que la culpa la tenemos los padres. Ya sé que dirán ustedes que los padres y madres tienen la culpa de todo, pero, en este caso, creo que sí la tenemos. ¿Por qué no lo probamos? Les apunto algunas sugerencias, arriesgadas, pero a empezar cuando son niños pequeños, porque cuando son mayores, ya poco se puede hacer.

 

Veamos: “Irnos a dormir los padres y madres pronto cuando nuestros hijos no saben distinguir la noche del día y tienen los tiempos cambiados como si de bebés se tratara; no salir los padres y madres a cenar con los amigos cuando sus hijos no reparan en consumir y consumir, aunque sus padres no puedan llegar a fin de mes; quedarse limpiando la casa o comprando enseñando a los hijos que la casa no se limpia sola y que vivir en familia significa trabajar todos por el bien de todos.

 

Estoy convencido que solo el ejemplo puede cambiar la educación. Nuestros hijos necesitan referentes, modelos de hombre y mujer, personas de una sola pieza, auténticos. En cambio, muchas veces los padres y madres somos de grito fácil y desmedido, al tiempo que de protección extrema y propia de “mamá gallina” y “padre ausente y rey mago”.

 

Muchos padres y madres se preocupan de que sus hijos estén en “perfecto estado de revista”: inmaculados en la ropa, con las mejores marcas y los últimos modelos. Parecen críos de pasarela. Pero esa preciosidad de niño de póster es un maleducado que no respeta a nadie, un pequeño tirano con sus padres y al que debemos aguantar el resto de los mortales. A las niñas les ocurre algo parecido. Auténticas princesitas, pero ñoñas y fofas, únicamente preocupadas de si el cinturón combina con el vestido o si la diadema con los zapatos.

 

Muchas veces los padres y madres los mostramos como si fueran “monitos” o “monitas”, sin darnos cuenta que, a medida van creciendo se quedan como auténticos «monos y monas”, débiles, indefensos, y carentes de todo tipo de empatía hacia lo que les rodea.

 

¿Eso es educar? Educar ¿Para qué? Porque esos niños y niñas van creciendo y su tontería y ñoñería van aumentando, su egoísmo también, y crecen en edad, pero no en sabiduría. Y te encuentras a un mozo que mide 1.80, un auténtico armario, con cabeza de chorlito; o una moza, que es una auténtica modelo, pero incapaz de soltar una frase entera.

 

Yo tampoco sé cuál es la solución. Hace tiempo que ya sé, porque lo he vivido, que es difícil ser padre o madre, y que cuanto más piensas en ello, más asustado estás, porque no sabes nunca si lo haces bien o mal.

 

Pero lo que sí sé seguro es que la educación es el futuro de la sociedad, y que educar es posibilitar que cada uno saque de su interior lo mejor, y para eso ha de tener unos referentes, unas pautas que le vayan orientando en el camino. Por supuesto que podrá elegir un camino u otro, o incluso salirse de los caminos (esquiar fuera de pista), pero tendrá que asumir las consecuencias.

 

Todos ustedes me admitirán que, sin pautas, sin señales, el trayecto es más difícil de recorrer. Una carretera de montaña sin señalizar, de noche y con niebla, es terrible por el miedo a caer en el precipicio.

 

 

*  Remigio BENEYTO BERENGUER

Profesor Catedrático de la Universidad CEU Cardenal Herrera.

Departamento de Ciencias Jurídicas

Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.

Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

 

Islas Canarias, 7 de julio de 2023

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