Inquietud en la educación (y II)

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Remigio Beneyto Berenguer *

 

 

Pero sí empiezo a darme cuenta de que el niño, el adolescente y el joven van creciendo sin ningún sentimiento de responsabilidad ni, por supuesto, de culpa. No les han educado en la empatía, en la capacidad de ponerse en el lugar del otro. No son capaces de sufrir con el que sufre, ni de padecer con el que está enfermo, ni de llorar con el que llora, pero, en cambio, sufrirán por el lobo, por las ballenas o por las aves rapaces.

 

Otro problema es que a los niños y jóvenes les han ocultado la indigencia, la soledad, la enfermedad, la muerte. Los niños no pueden reunirse con sus abuelos, no deben ver a los enfermos ni a las personas queridas que acaban de fallecer. Todo esto pertenece al mundo que debe esconderse. Para ellos todo es felicidad, “ji, ji, ji” y “ja, ja, ja”.

 

Y van creciendo cada vez más incompletos, más inmaduros, más vacíos de autenticidad y llenos de superficialidad. Les hacemos débiles. No tienen ninguna responsabilidad, no hacen nada mal. Todo lo hacen bien, no tienen culpa de nada. La culpa siempre es de los demás: las malas compañías, los amigos, los maestros, la sociedad.

 

He visto a padres y madres recriminar a los maestros delante de sus hijos; he visto a padres y madres pegar a otros niños delante de sus hijos; he visto a padres y madres tachar de mentirosos a sus profesores delante de sus hijos.

 

Por desgracia he podido ver también el final de esos sucesos: ver a esos hijos que pegan a sus padres, ver a esos hijos metidos totalmente en las drogas; ver como los propios padres y madres después son las víctimas de esos hijos malcriados.

 

Dicen que Mandela a los cinco años pastoreaba ovejas y becerros. Por supuesto estoy totalmente en contra del trabajo infantil, pero lo que quiero decir es que hacemos a nuestros hijos indefensos cuando no lo son. No olvidemos que los niños son niños, pero no tontos ni “monitos”.

 

El niño, adolescente y joven necesita retos nuevos, ideales que les hagan estar vivos. Pero ¿quiénes son sus modelos, sus líderes? Es más, ¿quiénes son los líderes de esa sociedad donde casi todo es fachada y puro ilusionismo? Sus referentes no pueden ser un “influencer”, un “youtuber” o un “instagramer”. Por Dios, que falta de sentido común.

 

Todos nuestros jóvenes tampoco pueden aspirar a ser únicamente funcionarios, porque ya tienen la vida solucionada y pueden dedicarse a lo que ellos entienden como el “dolce far niente” por las tardes. ¿Dónde está la capacidad de cambiar el mundo a mejor?

 

Ahora todo son competencias, habilidades y destrezas en la educación. Yo propongo que los padres y madres vayan introduciendo algunas de ellas: Competencia: limpiar la casa. Habilitad emocional: relacionarse y entenderse más con los padres, hermanos y familia. Destreza: ir a hacer la compra, sacar la basura. E incluso, como competencia, habilidad y destreza conjuntamente: quedarse cuidando al abuelo o abuela que viven solos y además están enfermos.

 

Desde hace mucho tiempo estoy convencido de que ésta es la solución para educar, para posibilitar que cada niño saque lo mejor de sí. Se saca lo mejor de uno mismo cuando se está pensando en los demás, en el bien común, y no mirándose constantemente el ombligo. Uno empieza a madurar cuando se da cuenta que los demás también tienen problemas: los tienen sus padres, sus amigos, sus vecinos.

 

 

*  Remigio BENEYTO BERENGUER

Profesor Catedrático de la Universidad CEU Cardenal Herrera.

Departamento de Ciencias Jurídicas

Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.

Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

 

Islas Canarias, 15 de julio de 2023

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