La asertividad en la política (I)

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Remigio Beneyto Berenguer *

 

 

Comunicar parece fácil, pero es muy difícil. Emitir un mensaje y que llegue al receptor resulta más complicado de lo que parece. Lanzamos un comunicado y resulta que no se entiende o no se comprende. El fin principal de la comunicación es la comprensión. Pero si el emisor o el receptor o ninguno de los dos dominan el lenguaje, todo es más complicado porque habrá confusión.

 

Los malentendidos dañan la comunicación, y, en demasiadas ocasiones, no provienen de la mala intención sino del desconocimiento de los términos utilizados. Si uno alaba a otro con buena intención, pero el otro, por falta de conocimiento lingüístico no lo comprende, el resultado será negativo. Si uno, por el contrario, irónicamente está insultando a otro, pero éste último lo interpreta positivamente, tampoco se cumple el objetivo.

 

En la actualidad no parece que la situación vaya a mejorar, al menos, a corto plazo. Dicen que un niño que lee será un adulto que piensa. Luego un adulto pensará en tanto en cuanto haya leído o esté leyendo. Yo añadiría que, si no leemos, no sabemos escribir, y si no hemos leído y no sabemos escribir, no sabemos pensar. Pensamos de manera fofa, ñoña, sin contenido.

 

La angustia proviene de no saber, o quizás sí, lo que leen nuestros niños, jóvenes y adultos. Cuando uno lee algo, debe conocer quién lo ha escrito, cuál es su autor. Umberto Eco decía: “Hace un tiempo se podía saber la fuente de las noticias: agencia Reuters, Tass…, igual que en los periódicos se puede saber su opción política.

 

Con internet no sabes quién está hablando. Incluso Wikipedia que está bien controlada. Usted es periodista, yo soy profesor de Universidad, y si accedemos a una determinada página web podemos saber que está escrita por un loco, pero un chico no sabe si dice la verdad o es mentira. Es un problema muy grave, que aún no está solucionado”.

 

Además, el destinatario actual de los mensajes ha perdido la capacidad de atención. Todo se reduce a un click. La atención en algo dura un instante, creo que unos 10 segundos. El mismo Umberto Eco seguía diciendo: “Parece que los jóvenes ahora miran más YouTube, se van acostumbrando a cosas muy rápidas, quizás ya no podrían ver una película de Wim Wenders, que dura cuatro horas.

 

Pero se puede cambiar: a uno de mis nietos, cuando tenía diez años, le dije que tenía que ver ‘El guateque’, con Peter Sellers, divertidísima; pero no le gustaba, era demasiado lenta para él. Ahora que tiene quince años, le gusta. Se ha convertido en alguien capaz de entender una película más lenta, pero al principio estaba acostumbrado a una velocidad más rápida”.

 

Los políticos deben estar adornados de comunicación asertiva para que sus mensajes lleguen a los destinatarios, de manera clara y firme, sin tapujos, sin doble sentido, sin confusiones terminológicas. El pueblo alaba al político que habla claro, que se le entiende. Desdeña al político que habla y habla sin decir nada. A la larga reniega del que habla muy bien, pero no sabe qué ha dicho. En un mundo tan vertiginoso, tan instantáneo, tan rápido, no hay lugar para la reflexión ni el razonamiento, que implican pausa y lentitud.

 

La comunicación ha de ser positiva, embarcando a los ciudadanos en proyectos comunes, en retos que ilusionen, pero siempre cumpliendo lo que prometen y asumiendo las responsabilidades. El político no puede mostrar pasividad ni indiferencia. Es un líder y debe comportarse como tal. Invita a seguirle, a hacer realidad los sueños compartidos que ha conseguido impregnar en los ciudadanos. Muchas veces el ser políticamente correcto impide la claridad en la exposición y en el mensaje porque la forma vence al fondo, y se difumina o dispersa lo que se quiere decir.

 

La comunicación no ha de ser agresiva. El político no debe culpar a los demás de sus fracasos y menos a los ciudadanos. Únicamente mostrarán su impotencia para resolver los problemas o su debilidad para gestionarlos con éxito. Los ciudadanos están cansados de los políticos vociferantes, que pretenden con gritos, persuadir al auditorio.

 

La comunicación no ha de ser autoritaria. La dureza del mensaje produce rechazo inmediato. No debe confundirse la comunicación autoritaria o agresiva con la comunicación firme. La firmeza es positiva en la política porque transmite claridad de ideas, intuye éxito y produce seguridad en los ciudadanos. El autoritarismo trasmite debilidad en el político, pero al tiempo genera indiferencia o miedo en la población, dependiendo de la magnitud de los complejos del gobernante.

 

Los ciudadanos exigimos de nuestros políticos ilusión, proyecto, ganas de trabajar por el bien común. No necesitamos que nos digan que la situación no es la más favorable. Ya lo sabemos. Tampoco necesitamos que se echen la culpa unos a otros y se quejen de la situación heredada. Los elegimos para que solucionen los problemas, con plena transparencia y rindiendo cuentas de lo que hacen. Y les pedimos que lo hagan con seguridad y serenidad, mostrando confianza y respeto hacia los demás.

 

El ciudadano sensato y formado políticamente no desea que se humille al adversario político. Quiere que los políticos elegidos por él salgan a la arena a defender y aplicar su programa electoral, las promesas con las que han concurrido. Exigirá a sus políticos saber hacer política: evaluar, decidir, pactar, comunicar.

 

El ciudadano poco formado quiere la autocomplacencia, el sentimiento de identidad, el ser los mejores, los nuestros y los otros; todo es negativo si gobiernan los otros; todo es positivo si gobiernan los nuestros. Hay poco espacio para el razonamiento y para la empatía. Es la inseguridad del débil que le hace mostrarse autoritario y dictador, porque sabe que aquellos a los que está atropellando son mejores que él.

 

El problema de la ausencia de la asertividad es que estamos demasiado lastrados por las emociones y afectos. La autonomía emocional es clave en el político, que debe procurar ante todo el bien común por encima de sus emociones y recuerdos de niñez.

 

Resulta empobrecedor, aunque para algunos emotivo, que un político intente justificar una ley basándose en el recuerdo de un familiar. Resulta sorprendente que alguien convierta una experiencia de juventud en un proyecto vital en su devenir político. Es el triunfo de lo emotivo sobre lo racional que quizá tenga sentido en su persona, pero no en el conjunto de la ciudadanía a la que debe servir como representante.

 

 

*  Remigio BENEYTO BERENGUER

Profesor Catedrático de la Universidad CEU Cardenal Herrera.

Departamento de Ciencias Jurídicas

Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.

Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

 

Islas Canarias, 4 de febrero de 2023

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