La buena educación en política

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Remigio Beneyto Berenguer *

 

 

Al igual que el resto de la sociedad, la mayoría de nuestros políticos ostenta una licenciatura o un grado, y algunos un doctorado, o son buenos profesionales, de los que estamos tan necesitados en la actualidad. Pero me he dado cuenta desde hace tiempo que un porcentaje muy elevado de ellos pertenece a la clase del funcionariado, y en mayor medida al funcionariado docente, especialmente en primaria o secundaria. No sé qué tendrán estos funcionarios.

 

La pregunta es qué se exige a nuestros políticos: Legislar, gestionar y ejecutar las medidas acordadas en servicio del bien común. En principio, no tiene por qué ir unido a un mayor nivel educativo. Se precisarán habilidades que no necesariamente han de ir unidas al ámbito universitario, a tener un título universitario. Me atrevo a decir que muchas veces al universitario o al docente le falta capacidad de gestión, de eficacia y de eficiencia. Se pierde en disquisiciones inútiles, en saber si son galgos o podencos.

 

El político representa al pueblo que lo ha elegido, a través de unas elecciones libres. Debe cumplir el programa electoral con el que se presentó. Ha de saber exponer y convencer, tanto a los suyos como a los adversarios, de la bondad de sus decisiones políticas. Ha de tener oratoria y capacidad de comunicación, pero también habilidad para la negociación y para alcanzar acuerdos de convergencia. Ha de dialogar, dialogar y dialogar hasta la extenuación.

 

Pero quizá lo más importante de la educación de un político fuera enseñarle a ser él mismo, a darse cuenta de lo que es y de lo querría ser, a no imitar a nadie ni a jugar a lo políticamente correcto, a no ser populista engañando a su pueblo. Oscar Wilde decía: “Sé tú mismo, el resto de los papeles ya está tomado”.

 

El político educado tiene buen gusto. No es chabacano ni ramplón. No confunde la ironía con el insulto. No juega a ser ingenioso consiguiendo salir casi todos los días en los medios de comunicación por sus frases chisposas. Goethe pone en palabras de Fausto la siguiente reflexión: “Aspirad tan solo a un éxito modesto, sin imitar nunca a los bufones, que agitan innecesariamente sus cascabeles; para manifestar la razón y el buen sentido no se necesita tanto artificio; además, si es importante lo que habéis de decir, ¿qué necesidad tenéis de ir a la caza de palabras? El camino es el diálogo, la escucha, el buen gusto, el saber estar, la elegancia”.

 

El político educado es creativo. Nuestra sociedad necesita hombres capaces de crear. Muchos piensan que ser creativo es ser extravagante, rompedor, pero esto es demasiado fácil. En cambio, lo difícil hacerlo fácil y sencillo, eso es talento y creatividad. El genial Pablo Picasso reflexionaba diciendo que hay que aprender las reglas como un profesional, para poder romperlas como un artista. Nadie puede crear, innovar sin conocer, sin estudiar, sin saber. Innovar es aprender a mirar de otra forma, con otras claves, para poder ver lo que otros no ven y para poder pensar en lo que nadie antes ha pensado. Tendrían que tomar nota nuestros políticos en el mundo educativo.

 

Crear es hacerlo mejor. Todos hacen muchas cosas, pocos las hacen bien, pero todos las podemos hacer mejor. El problema es que tenemos miedo a fracasar y por eso no arriesgamos.

Todo lo creativo e innovador ha tenido un comienzo un tanto ridículo. Además, no debemos preocuparnos. Decía Salvador Dalí: “No temáis a la perfección, nunca la alcanzaréis”.

 

El político educado es sencillo y sabe escuchar. El problema quizá sea que en la política hay poco que decir. Todo es una mezcla oportunista de eslóganes, de frases hechas, de párrafos enteros carentes de significado. El problema quizá sea que antes de empezar ya se sabe lo que vamos a decir, lo que va decir el adversario, lo que vamos a replicarle y lo que él nos volverá a decir. Se deja poco espacio a la escucha y al diálogo abierto y sincero.

 

El político educado sabe estar y tener buenos modales. Parece que los buenos modales sean de épocas antiguas y retrógradas. Todos queremos estar con personas educadas porque con ellas es más fácil la comunicación, porque ante ellas nos sentimos más protegidos.

 

Aunque no le demos importancia a los buenos modales y pensemos que limitan la espontaneidad y la libertad, la realidad es tozuda en el sentido contrario. Precisamente nos sentimos más libres y espontáneos siendo educados ante personas educadas. A todos nos gusta ser tratados con corrección y amabilidad.

 

El maleducado confunde la educación con la prepotencia y la altivez El maleducado, normalmente con pocas ideas y conocimiento, intenta imponer las pocas ideas que tiene a los demás, porque se siente inseguro y poco capaz de defender las suyas.

 

Síntomas de la buena educación en los políticos deberían ser pedir las cosas por favor y dar las gracias, aprender a pedir disculpas si hemos obrado con error, hablar en un tono de voz suave, agradable y sin usar palabras malsonantes, escuchar a los demás de manera proactiva.

 

El político debe cuidar su lenguaje gestual y corporal. No debe mostrar hostilidad sino atención a lo que el otro está diciendo, con el mejor ánimo de llegar a posiciones comunes en bien del interés general.

 

El político valorará a quien busca también la verdad, debe haber respeto entre ellos. Deben confluir formas y elegancia, en definitiva, educación.

El político ha de ver en sus adversarios lo positivo, y aprender a alabar las ideas y las propuestas de los demás, para apoyarlas si fueren necesarias para el bien común.

 

El político, para contribuir al buen gobierno, ha de moderar su carácter, su locuacidad. El parlamentarismo tendrá un nivel elevado, tanto en la forma como en el fondo, fruto de esa actitud de colaboración para el interés general.

 

El político cuidará también su aspecto físico, su vestimenta. Descubrirá cómo ha de acudir al Parlamento, a la Consejería, a la Diputación o al Ayuntamiento. No puede acudir a los lugares institucionales, de los que es nuestro representante, igualmente vestido que cuando acude a la playa o a una excursión en la montaña. Siempre he pensado que, si los ujieres del Parlamento van debidamente uniformados, también los políticos deberían guardar las formas, aunque solo fuera por respeto a esos ujieres.

 

 

*  Remigio BENEYTO BERENGUER

Profesor de la Universidad CEU Cardenal Herrera.

Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.

Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

 

 

Islas Canarias, 27 de junio de 2022.

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