La paciencia en la política

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Remigio Beneyto Berenguer *

 

 

James C. Hunter en “La Paradoja” dice que la paciencia es mostrar dominio de uno mismo y añade: “¡Dios me dé paciencia, y en este mismo instante!”.

 

La gestión de la política es acelerada, con prisas, y las prisas son malas compañeras de viaje. Actualmente los problemas han de resolverse inmediatamente. Ante una dificultad se exige al político que se pronuncie casi sin conocer el asunto. Hay demasiada inmediatez que requiere manifestaciones rápidas. Cuando no se da esa respuesta inmediata, se menosprecia al dirigente por su falta de reacción. No hay tiempo para pensar.

 

Los políticos o actúan precipitadamente y se ven obligados a ir rectificando a medida va pasando el tiempo, o no reaccionan, dando a entender que son pasivos o resignados.

 

La paciencia es una virtud de los políticos. Hay que ser paciente, saber esperar. Pero la espera es eficaz, siempre trabajando por los frutos que han de venir. Dicen que el tiempo lo soluciona todo. Es cierto, pero lo soluciona normalmente mal. Hay que enfrentarse a los problemas: conocerlos, atajarlos y darles respuesta. Estas actuaciones requieren tiempo. Y normalmente no tenemos tiempo. Lo queremos todo inmediatamente, ya, en el acto.

 

Los políticos que no saben esperar y se ponen nerviosos actúan obligados por los medios de comunicación y por las redes sociales. Parece que les importe poco adoptar las decisiones más oportunas y convenientes al bien común. El criterio es la pronta resolución del problema, aunque sea con medidas precipitadas. La principal tentación es la impaciencia, el buscar el resultado inmediato, el éxito. Difícilmente se consigue el éxito duradero a base de click.

 

Hoy día no se construyen catedrales. Se construyen capillitas. Los políticos quieren capillitas a las que poner nombre y apellidos, quieren ver los frutos de su acción. Construir una catedral supone un esfuerzo común, acuerdos globales y de varias generaciones. Toda obra hermosa se construye lentamente, porque exige esfuerzo, paciencia y compromiso.

 

San Pablo en la Primera Carta a los Corintios dice: “Yo sembré, Apolo regó, pero Dios ha dado el crecimiento”. Los políticos no entienden ni aceptan esta dinámica. Ellos, si han sembrado, quieren regar y recoger el fruto.

 

El político ha de estar dispuesto a sufrir, porque la realidad no se adecúa a su intención. A veces únicamente se puede hacer lo posible, no lo utópico. A veces en política lo mejor es enemigo de lo bueno. Ciertamente hay que buscar siempre la excelencia, no renegar de las propias ideas, ser fiel a la propia conciencia, pero entonces normalmente se dura poco en política.

 

Cuando alguien entra en la vida política, debe saber hasta dónde está dispuesto a ceder, de qué está dispuesto a prescindir. Uno no puede ceder tanto que pierda su identidad, o que le haga irreconocible, simplemente para alcanzar el poder o perpetuarse en él.

 

El político sufre porque su camino está lleno de zarzales y de precipicios, y él constantemente ha de preguntarse: ¿qué hago aquí? ¿Por qué estoy en la política?

 

Marco Aurelio en el Libro I de las “Meditaciones” dice: “5. De mi preceptor…el soportar las fatigas y tener pocas necesidades; el trabajo con esfuerzo personal y la abstención de excesivas tareas, y la desfavorable acogida a la calumnia”.

 

El político también sufre porque le gustaría que todos vieran lo que él ve, que todos evolucionaran a su ritmo.

 

El político ha de darse cuenta de la necesidad de confiar en la sociedad civil, no únicamente en los partidos políticos. La política necesita del ciudadano y de los grupos e instituciones. Necesita devolver a los ciudadanos la esperanza en las instituciones, crear espacios de libertad para el individuo y los grupos en que se integra, fomentar cauces de solidaridad.

 

Como decía Vaclav Havel, en su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas de París, el 27 de octubre de 1992, el político de hoy y de mañana debe aprender a esperar. La esperanza debe traducir respeto por el ser, por la naturaleza de las cosas, por su evolución, por su dinamismo autónomo, que se resisten a toda manipulación externa. La esperanza debe apoyarse sobre la voluntad de dar a todo fenómeno la libertad de revelar su propio fundamento, su propia substancia.

 

Pero el político no sabe esperar, quizá no puede esperar. No tiene tiempo, el tiempo se le agota. Sus miras son siempre a corto plazo. Y en cambio toda obra hermosa se construye lentamente.

 

El genial Miguel Ángel decía: “Señor, concédeme que siempre desee más de lo que pueda lograr”. Para ello debemos tener la vista siempre en lo alto y a lo lejos, en el horizonte. Tenemos que saber dónde vamos, porque si no, ¿cómo sabremos llegar a nuestro destino? Para quien no sabe dónde va, todos los vientos le son desfavorables.

 

Urge pensar en nuestras vidas, en nuestros anhelos, en nuestras contrariedades. Reinhord Niebuhr, en su famosa oración de la serenidad, escribió: “Dios mío, dame la serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que puedo cambiar, y sabiduría para conocer la diferencia”.

 

Estas palabras deberían resonar en las mentes de los políticos, al igual que las de San Francisco de Asís: “Comienza por hacer lo que es necesario, después lo que es posible, y de repente estarás haciendo lo imposible”.

 

 

*  Remigio BENEYTO BERENGUER

Profesor Catedrático de la Universidad CEU Cardenal Herrera.

Departamento de Ciencias Jurídicas

Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.

Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

 

Islas Canarias, 1 de junio de 2023

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