La templanza en los políticos (II)

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Remigio Beneyto Berenguer *

 

 

No debe confundirse la templanza con la tibieza. En el libro del Apocalipsis se dice: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. El político no puede ser tibio, no puede ser indiferente, ha de estar motivado por el servicio al bien común.

 

Los políticos no pueden hacer suyas las famosas letrillas de Luis de Góngora:

 

“Ándeme yo caliente/

y ríase la gente/

Traten otros del gobierno/

del mundo y sus monarquías/

mientras gobiernan mis días/

mantequillas y pan tierno/

y las mañanas de invierno/

naranjada y aguardiente/

Y ríase la gente”.

 

Y desgraciadamente el pueblo así lo ve.

 

Vivimos en un mundo de políticos poco o nada adornados por la templanza. Algunos son estridentes, altivos, fanfarrones y prepotentes, quizás para ocultar sus complejos; otros están reconcomidos por sus infancias y adolescencias, por sus experiencias familiares, normalmente por los abuelos; otros por sus incongruencias y sinsabores por pensar de un modo y actuar del modo contrario. Lo cierto es que hace falta mucha templanza en la política.

 

El político ha de moderar sus ansias de poder, descubrir la importancia de los equipos. No caben actitudes mesiánicas ni posiciones cesaristas. Los mejores gobiernos han sido equipos de trabajo, no líderes carismáticos.

 

La austeridad es fundamental para el político. Cuando uno ejerce el poder, tiene más tentaciones. Cuando uno no ostenta ni poder ni capacidad de decisión en los asuntos públicos, puede quizá ser más virtuoso, porque tiene menos tentaciones.

 

El político ha de ser austero y equilibrado en las pequeñas cosas, porque así lo será en las grandes. La moderación en lo poco ayuda a la templanza en los asuntos públicos. Moderación incluso en los gastos cotidianos. Así lo describía Séneca en “La brevedad de la vida”: “Me gusta una comida sencilla de preparar, que no tenga ingredientes suntuosos y extravagantes, una comida que se encuentre en cualquier lugar, que no sea pesada ni para el bolsillo ni para el cuerpo, y que no haya de volver por donde haya entrado”.

 

Marco Aurelio en el Libro I de las “Meditaciones” dice: “7. De Rústico: el haber concebido la idea de la necesidad de enderezar y cuidar mi carácter…Y el no pasear con la toga por casa ni hacer otras cosas semejantes. También el escribir cartas de modo sencillo, …el estar dispuesto a aceptar con indulgencia la llamada y la reconciliación con los que nos han ofendido y molestado, tan pronto como quieran retractarse; la lectura con precisión, sin contentarme con unas consideraciones globales, y el no dar mi asentimiento con prontitud a los charlatanes…”.

 

En “El Banquete” (el Simposio) de Platón se relatan los discursos que en torno al Amor se pronunciaron en casa del poeta Agatón. En uno de ellos Agatón dijo a Fedro: “El amor, la amistad es quien nos vacía de hostilidad y nos llena de familiaridad, es quien ha instituido todas las reuniones como ésta para que las celebremos en mutua compañía…; (es lo que) nos procura mansedumbre, nos despoja de rudeza; es amigo de dar benevolencia y jamás da malevolencia”.

La amistad nos desprovee de nuestras corazas, nos hace auténticos y abre el corazón al otro. En la amistad y mucho menos en el amor, no cabe la envidia ni la argucia traicionera. Es el triunfo de la sencillez.

 

Haim Shapira en “Lo que de verdad importa” dice que “saber disfrutar con las cosas más sencillas de la vida es todo un arte”. Y no podemos olvidar que los momentos más felices los tendremos con experiencias gratuitas: el amor de los padres, de los hijos, de los nietos, de los abuelos, y, sobre todo, de la persona querida.

 

No debemos tener envidia. La envidia corroe el alma, produce tristeza en la persona que la sufre. En la obra de William Shakespeare, “Otelo”, el moro de Venecia, Yago, el blanco no puede soportar que Otelo consiga todos los éxitos y él no. Quien tiene autoestima, madurez y vida interior, se alegra de los éxitos de los demás; quien es inmaduro y acomplejado, se alegra de los males ajenos y piensa que todo el mundo está contra él. Nadie es tan importante para que todo el mundo esté contra él.

 

Tened vida interior, serenidad. Sed lo mejor que podáis ser, pero no os creáis que sois mejores de lo que sois porque entonces la frustración y la desesperación de no lograr la satisfacción de vuestro ego os anulará. Pensad que siempre habrá alguien mejor que vosotros, e incluso que alguien con menos cualidades que vosotros, más mediocre, alcanzará el éxito o el poder y vosotros no.

 

 

*  Remigio BENEYTO BERENGUER

Profesor de la Universidad CEU Cardenal Herrera.

Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.

Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

 

Islas Canarias, 22 de octubre de 2022.

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