Las lecciones de Manuel Azaña en el 93º Aniversario del 14 de abril de 1931

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Eligio Hernández Gutiérrez *

 

 

Estamos asistiendo a una guerra política como nunca se había producido en España desde la Transición. El Partido Popular y el PSOE, al crear una Comisión de Investigación en el Senado y otra en el Congreso para investigar hechos que son objeto de procedimientos penales en los juzgados y tribunales, están protagonizando un enfrentamiento cainita estéril y vengativo, que está desprestigiando gravemente a la clase política y a los políticos, causando una herida grave a la democracia.

 

Se ha llegado a una polarización irrespirable que recuerda los insultos entre los diputados del Congreso de la II República, preludio del clima guerracivilista que se produjo. Ya lo advirtió Indalecio Prieto. “Se empieza por las amenazas, se sigue por los puños y las pistolas, por los fusiles y por las bombas, y se termina en una guerra civil”.

 

Parece que otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, olvidando la lección de don Manuel Azaña impartida en su discurso del 18 de julio de 1938 en el Ayuntamiento de Barcelona: “Es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordaran, sí alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a sus hijos: Paz, Piedad y Perdón”.

 

Desgraciadamente se puede cumplir el vaticinio del presidente Negrín, una vez acabada la guerra: “La guerra ha terminado ahora, pero la paz no ha venido…Si en España se sigue, como se está haciendo ahora, con la política de los primeros meses de la guerra, se irá al hundimiento de España, porque el germen de rencores y de odios que dejará tras de sí, será de tal naturaleza, que su huella no desaparecerá” (Juan Negrín, abril de 1939).  Recobran actualidad también las palabras de don Benito Prez Galdós: “Los dos partidos que se han concordado para turnarse pacíficamente en el poder, son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado los mueve” (“La Fe Nacional y otros Escritos sobre España”, 1912.)

 

Cuando parecía que habíamos logrado la reconciliación tras la Transición, que ha retrocedido por las intransigencias crónicas que siempre nos acechan en las curvas ilusionadas de nuestra historia, se ha olvidado también, como dijo Galdós, que el inmovilismo mata a los pueblos por parálisis y el estado continuo de revolución por el mal de San Vito, conocida enfermedad degenerativa. Ha resurgido de nuevo la intolerancia y la intransigencia, la flor nefasta de la historia de España, que hizo decir a los liberales, en los tiempos de Riego:” El libre pensamiento defiendo y proclamo en alta voz, pero muera el que no piense como pienso yo”.

 

Desgraciadamente la crispación política resulta agravada por las pretensiones imposibles e inconstitucionales sobre la amnistía y el referéndum de autodeterminación de los independentistas catalanes, sobre las que también advirtió don Manuel Azaña, decepcionado, que había sido el autor y brillante principal defensor del Statut en mayo de 1932, en sus artículos escritos   en Collonges-sous-Saléve ( Francia) en 1939 : “Cataluña en la guerra,  y la insurrección libertaria y el «eje» Barcelona-Bilbao” : “Los hechos, parecen demostrar que, con monarquía o con república, en paz o en guerra, bajo un régimen unitario y asimilista o bajo un régimen autonómico la cuestión catalana perdura como un manantial de perturbaciones, de discordias apasionadas, de injusticias. Es la manifestación aguda, muy dolorosa, de una enfermedad crónica del cuerpo español”, asumiendo así el criterio de Ortega y Gasset cuando en el debate de 13 de mayo de 1932 sobre el Estatuto de Cataluña, sostuvo que el particularismo independentista catalán era una enfermedad incurable.

 

Afortunadamente, nuestra joven democracia es lo suficientemente sólida como para no poder ser destruida por el execrable comportamiento de los políticos. Los Estados se sustentan en “leyes justas y armas fuertes”, sentenció Maquiavelo.

 

Nuestro Estado de Derecho  se sustenta en el Parlamento, en las Administraciones Publicas, y también en los pilares de las  ejemplares Fuerzas Armadas , que hacen honor a la dignísima profesión militar, que Calderón definió como “religión de hombres honrados”;  en la Guardia Civil, de la que dijo  Galdós: “Surgió en el seno de España un ser grande y de robusta vida”, que el 28 de marzo cumplió 80 años de su fundación; en el también eficaz comportamiento de la Policía Nacional y Local; y en los fiscales y jueces españoles que se han convertido en el dique de contención en el que se estrellarán los atentados contra la Constitución y contra la unidad de España.

 

Estas instituciones, cuya lealtad a la democracia es incuestionable, son como los estabilizadores de la nave el Estado que impiden que este naufrague cuando navega por aguas procelosas, como sucede con frecuencia en la historia de España. El pueblo español es el mejor guardián de la Constitución y de la unidad de España, que no se marchitará jamás. Otto von Bismarck, el “Canciller de Hierro” (1871-1890), acuñó sobre España esta famosa frase: “La nación más fuerte del mundo es, sin duda, España. Siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido. El día que deje de intentarlo, volverán a ser la vanguardia del mundo”.

 

Nuestro poeta García Cabrera, que sufrió represión y exilio en tiempos de confusión, nos llamó a no perder la esperanza: “A la mar fui por naranjas, cosa que la mar no tiene, metí la mano en el agua, la esperanza me mantiene”.

 

Yo tengo la esperanza de que nuestros responsables políticos recapaciten y enmienden su conducta, para que no traigan a la tribuna del Congreso, ni pasiones sin nobleza, ni injusticias cargadas de resentimiento, ni palabas sin verdad, porque unos de los peligros que corre nuestro Parlamento es el de verse envuelto en plaza de revueltas políticas o escenario de políticos agravios.

 

*  Eligio HERNÁNDEZ GUTIÉRREZ

Presidente de la Sociedad Civil de Canarias.

Abogado en ejercicio y Magistrado jubilado.

Embajador de la Marca Ejército.

Ex fiscal general del Estado y ex miembro del Consejo de Estado.

Ex diputado en el Parlamento de Canarias.

Ex Gobernador Civil de S/C de Tenerife y delegado del Gobierno en Canarias.

Ex miembro del Tribunal Superior de Justicia de Canarias.

Académico de la Academia Canaria de la Lengua.

Licenciado en Derecho por la Universidad de La Laguna (ULL)

Diplomado en Derechos Humanos por la Universidad de Estrasburgo.

Vicepresidente de la Fundación Juan Negrín.

Militante socialista.

Cristiano militante.

 

Santa Cruz de Tenerife, 4 de marzo de 2024.

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