Las vacaciones, oportunidad para encontrarse con Dios (y II)
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Remigio Beneyto Berenguer *
En otro apartado, titulado “Turismo y sociedad”, observa el Documento que la actividad turística se ha convertido en una de las principales fuentes de ocupación laboral, tanto por el empleo directo o indirecto como por las actividades complementarias que genera. Pero recuerda la necesidad de tomar en consideración aspectos específicos que exigen medidas particulares:
-La oferta laboral fluctuante que conlleva la estacionalidad de la actividad turística, situando al trabajador en la inseguridad y la precariedad.
El Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes[1], propuso en el 2007 como Lema: “El Turismo, puerta abierta a las mujeres”. La Organización Mundial del Turismo destaca que casi la mitad de la fuerza laboral de la industria turística mundial es femenina. Varían las modalidades de empleo, dada la incidencia de los factores culturales, sociales y religiosos sobre la situación histórica de la mujer.
El positivo logro de los resultados económico-financieros, públicos y privados, y la enorme flexibilidad del sector turístico son la causa de tal crecimiento rápido y universal[2].
-La imperiosa necesidad de formación no sólo de los agentes y operadores, sino de todo el personal laboral, ya que toda la actividad turística está al servicio de las personas, y se concibe como una oferta de medios para que puedan ver cumplidos los objetivos que se propusieron para su tiempo libre.
–Y finalmente la condición básica que se impone a la actividad turística es el principio de corresponsabilidad, por el que los operadores turísticos, las autoridades políticas y la comunidad local (Ayuntamiento, Parroquia, Asociaciones…) deben participar conjuntamente en la planificación y en la disposición de todos los elementos.
Es necesario que los poderes públicos inviertan en turismo: que cuando venga el turista, el viajante o el peregrino se sienta como en casa, y se comporte mejor que si estuviera en casa. Es muy importante “regresar al sentido del límite, contra el desarrollo insensato y a toda costa, escapando de la obsesión de poseer y de consumir”.
Debe promoverse una “cultura verde” respetuosa con el medio ambiente, ya que, como guardián de la tierra, “cada ser humano – y más aún el cristiano- debe rendir cuentas del planeta sostenible”.
Pero, sobre todo, hay que reflexionar sobre cuál es la aportación del turismo al desarrollo de los pueblos receptores. Así lo reconocía la Organización Mundial del Turismo en 2003, al determinar cómo lema: “El turismo, elemento-motriz en la lucha contra la pobreza, en la creación de empleo y en la armonía social”.
En otro apartado, “Turismo y Teología”, el documento realza la creación como el primer don de Dios, un don que permanentemente le habla de la bondad de su Dios y Creador. “En la vivencia íntima de este don, la contemplación de la creación acompaña al hombre en su experiencia religiosa (cf. Sal 104), le inspira su plegaria (cf. Sal 148) y le anima en la esperanza de la salvación prometida”.
Y más adelante afirma: “El tiempo de descanso y el tiempo libre ofrecen la oportunidad de conocer y valorar todo aquello que en la historia pasada y presente de los pueblos va anticipando “la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros” (RM 8, 18), en toda la humanidad acogida por el Padre…contemplación que, a su vez, reafirma el compromiso con la dignidad de la persona, con el respeto de la cultura de los pueblos, con la salvaguardia de la integridad de la creación”.
En el Mensaje del Pontificio Consejo, con ocasión de la Jornada Mundial del Turismo (27 de septiembre de 2010), titulado “Turismo y diversidad biológica”, se recuerdan las palabras de Benedicto XVI en la Encíclica “Caritas in veritate”: “el creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades –materiales e inmateriales- respetando el equilibrio inherente a la creación misma”, y cuyo uso representa para nosotros “una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad”.
Por ello, el turismo debe ser respetuoso con el medio ambiente, buscando alcanzar una perfecta armonía con la Creación, de modo que, garantizando la sostenibilidad de los recursos de los que depende, no origine transformaciones ecológicas irreversibles.
Acoger a los turistas, acompañarles en su búsqueda de la belleza y del reposo, la hospitalidad a todo visitante sin distinción son un testimonio ineludible de los cristianos y una colaboración con los demás operadores en la promoción de los valores humanos y espirituales que el turismo puede favorecer.
En este contexto adquieren una especial relevancia todos los elementos que conforman el patrimonio religioso, cultural y artístico de la comunidad del lugar en que nos encontremos.
Los monumentos, las obras de arte y todas las manifestaciones culturales o propias de las tradiciones deben ser ofrecidos de forma que quede bien visible su conexión con la vida presente de la comunidad, porque, como decía Mons. Sanz Montes, “La belleza nos descansa el alma y el cuerpo…la música, al igual que el arte noble de nuestras iglesias y monumentos, de nuestra pintura, la buena literatura y el encanto del paisaje natural, son citas con esa belleza”[3]
Pero debe prestarse especial atención a un aspecto que estimo necesario precisar: aunque puede ser cierto que no se pueda fácilmente desvincular lo cultual de lo cultural, aunque quizá sea cierto que la fe que no se hace cultura pueda tornarse en una fe mal interpretada y mal vivida, aunque haya que tener cuidado con separar la identidad de un pueblo con la vivencia de su religión, no menos peligroso es reducir todo lo cultual a lo meramente cultural, convirtiendo todo, absolutamente todo (incluso actos de culto) en meras prácticas de la cultura tradicional.
No puede olvidarse que la Iglesia, amiga de las bellas artes, no es únicamente una sociedad cultural o artística, sino que tiene un fin de salvación. La Iglesia ha buscado a lo largo de los tiempos el arte para ponerlo directamente al servicio del culto, con lo cual y de un modo indirecto, ha realizado también una ingente labor de creación y conservación de obras de arte (inmuebles, muebles, y bienes inmateriales), que hoy constituyen, sin duda, un patrimonio cultural y cultual de toda la humanidad.
Pero no hay que tener miedo de resaltar el interés religioso como un tipo de valor específico del bien, del mismo modo que se habla de un valor histórico, mediterráneo, castellano, …teniendo claro que el valor cultual modaliza su destino público, y que esa consideración de la función de culto que tienen algunos bienes como santuarios, conventos, iglesias y ermitas modulan la aplicación del régimen de esos bienes, debiendo operar el principio de cooperación entre las autoridades civiles y eclesiásticas.
Mons. Sánchez González afirmaba en 2005: “La comunidad cristiana-catedrales, parroquias, santuarios, conventos, comunidades religiosas, cofradías, diócesis, titulares o servidores de aquellos lugares más visitados por los turistas…tenemos la responsabilidad y el compromiso de la acogida fraterna, de la información correcta de la historia y la vida de la Iglesia y del ejemplo de los creyentes y de sus comunidades.
A todos nos incumbe el compromiso de ayudar a descubrir a los turistas no sólo la riqueza artística y cultural del patrimonio de la Iglesia, sino, sobre todo, la incomparable riqueza de la fe y de la vida cristiana, manifestada en los bienes culturales de la iglesia y, sobre todo, en la vida actual de los cristianos y de sus comunidades”[4]
Finalmente hay que resaltar que no se puede confundir el turismo con la peregrinación. Claro está que la distinción principal radica en los motivos que animan a emprender el viaje. El motivo de la peregrinación es la llegada al lugar sagrado: a la catedral, al santuario, a la ermita…Toda la peregrinación es un acto de culto, y va unido a la oración, a la penitencia y otras formas de culto que se practican durante el viaje y en el lugar sagrado.
Ciertamente la peregrinación no excluye otros motivos como la amistad con otros peregrinos, ver entornos y lugares interesantes, contemplar bellezas naturales y artísticas, e incluso la aventura, diversión y distracción, pero el foco y la atención se centran en el significado religioso que impregna la peregrinación.
Este aspecto es fundamental porque, de lo contrario, los turistas o los meros viajantes no entienden el sentido último de un lugar sagrado (Santuario, ermita, …) y únicamente lo ven con los ojos de un simple monumento que fotografían y visitan. Sólo prima en ellos el derecho de visita, sin entender que es un lugar sagrado, un lugar de peregrinación y de oración, y que este sentido cultual prima sobre el cultural[5].
No obstante, una realidad que no podemos menospreciar es que muchos de estos lugares sagrados son visitados no por cuestiones religiosas sino por su valor artístico, histórico o incluso pintoresco. La acogida en estos lugares no podrá limitarse a proporcionar a los viajantes una mera información histórica o artística, sino que debe poner de manifiesto su identidad y finalidad religiosa. Para muchos de estos turistas, estas visitas constituyen la ocasión casi única de conocer la fe cristiana.
* Remigio BENEYTO BERENGUER
Profesor Catedrático de la Universidad CEU Cardenal Herrera.
Departamento de Ciencias Jurídicas
Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.
Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.
Islas Canarias, 17 de agosto de 2024
[1] En el mensaje con ocasión de la Jornada Mundial del Turismo 27 de septiembre de 2007 en www.conferenciaepiscopal.es
[2] Carta del Cardenal Tarsicio Bertone, Secretario de Estado, en nombre del Santo Padre, con ocasión de la Jornada Mundial del Turismo, 27 de septiembre de 2007, en www.conferenciaepiscopal.es
[3] Ver cita número 6.
[4] Mons. José Sánchez González, en su Carta Pastoral con ocasión de la Jornada Mundial del Turismo, septiembre de 2005, en www.conferenciaepiscopal.es
[5] Debe evitarse, pues, perturbar el normal desarrollo de las celebraciones litúrgicas, programando las visitas de los turistas de acuerdo con las exigencias del culto.
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