Lo importante

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Remigio Beneyto Berenguer *

 

 

Últimamente digo que una muestra de la inteligencia es saber distinguir entre lo importante y lo accesorio. Creo que en esta etapa multielectoral los políticos deben esforzarse en esta distinción, en pulsar lo que realmente importa a los ciudadanos.

 

Siguiendo lo dicho por Jacques Leclercq en La joia d´envellir”, la vida es como una ascensión a la montaña. El joven está en los valles, el adulto está en camino, pero el anciano, el que ha nacido antes, está llegando a la cumbre. La vista es preciosa, espectacular.

 

Todos deberíamos escuchar al anciano, que va delante, que conoce todas las dificultades y los peligros del camino. Hemos de aprender de sus experiencias y vivencias.

 

El anciano, desde su atalaya, sufre porque ve a los caminantes sin rumbo. “Ningún viento es favorable para quien no sabe dónde va” parece ser que dijo Séneca. Sufre porque observa que los pies de los suyos flaquean, porque nota que están siguiendo caminos floreados, pero al borde del precipicio, porque les ve entretenidos en las charcas y desaprovechando el buen tiempo para seguir ascendiendo. El anciano sufre mucho porque se siente responsable de los suyos.

 

Es cierto que hay muchos ancianos que han vivido, pero no han vivido la sabiduría. Decía Aldous Huxley que la experiencia no es lo que te sucede, sino lo que haces con lo que sucede. Todos vivimos constantemente experiencias, pero pocos saben qué hacer con ellas; todos sienten y se emocionan, pero pocos reflexionan sobre estos sentimientos y emociones, conociéndose más a sí mismos.

 

El anciano tiene equilibrio, serenidad, paz interior. Tiene tiempo, no está agobiado. Ha aprendido que las prisas son malas compañeras, que las decisiones han de sopesarse y que las grandes obras se construyen lentamente. Sabe que lo que permanece en el tiempo normalmente es anónimo, porque se construye peldaño tras peldaño, generación tras generación. El que manda ha de saber mandar, debe ser prudente y no estar esclavizado por la acción. Mandar implica jerarquizar, priorizar y, por tanto, precisa reflexión y madurez. El contentar a todos puede ser instantáneo.

 

El anciano sabe dialogar. Pero conoce que es necesario escuchar. E incluso más que escuchar, hay que saber lo que se quiere decir, y tener algo que decir. Lo sabe porque hay muchos años vividos, de negociaciones, de sinsabores, de momentos felices, de desengaños, de amores, de renuncias, de generosidad. Necesita expresar a los suyos todas estas vivencias.

 

El anciano ama su tierra. Es el amor a sus raíces. Amor a la tierra entendido como fidelidad, como muestra de identidad personal, pero sin actitudes excluyentes, sin localismos, sin ser pueblerinos, y con una clara vocación universal. Desde el amor a la tierra somos ciudadanos del mundo. Algunos de ellos nunca han salido de su pueblo, pero se sienten universales.

 

El anciano es un referente para las nuevas generaciones, un ejemplo para los jóvenes. Todos admitimos que la mejor enseñanza es el testimonio, el ejemplo que damos o nos dan. El discurso sin ejemplo dura poco, se marchita inmediatamente, vuelan las palabras. El ejemplo, el testimonio permanece, se adhiere a nuestro corazón. El abuelo se entiende perfectamente con sus nietos, más que sus propios padres. En ocasiones llega a ser incluso cómplice de ellos.

 

Todos estamos demasiado preocupados por lo que no es importante, por las subordinadas de tiempo, de lugar, de modo, de compañía. Pocos se preguntan por el qué, el por qué y el para qué. Pocos indagan cómo es, qué piensa, qué siente. Saint-Exupéry en el Principito escribe: “Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamás sobre lo esencial. Jamás os dicen: “¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas?

 

En cambio, os preguntan: “¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre? Sólo entonces creen conocerle”.

Se conoce a los demás escuchándoles, estando con ellos sin más, en silencio si es necesario, pero estando. El abuelo sabe estar, sabe escuchar, sabe hablar, a veces más de lo que toca, pero está, sin más, sin pretender nada más que estar y ser.

 

Juan Luis Vives en “De subventione pauperum” (el socorro de los pobres) escribe: “El pueblo desacata al príncipe bueno y obedece al malo. Esta actitud del pueblo empuja a muchos a ser malos, pagando los agradecidos lo que pecaron los ingratos”.

 

Así es la vida, pero sigue diciendo Vives: “Esta es la virtud: dispensar favores que no han de ser devueltos y cuyo fruto percibe inmediatamente de hacerlos el varón egregio”.

 

Haim Shapira en “Lo que de verdad importa” escribe: “Cuando te haces mayor, ya no tienes que hacer nada que no quieras o que no te apetezca (como trabajar para un jefe odioso). Empiezas a ver lo que de verdad importa”. Lo que de verdad importa son los amigos, las personas amadas, la fidelidad a uno mismo, la coherencia de vida, pero, sobre todo, los pequeños detalles que sólo los sabios saben apreciar y valorar y que normalmente son gratuitos: una sonrisa, una visita, un paseo, envejecer con la persona amada.

 

Políticos, ¿dónde están los ancianos en las listas electorales? El perfil del candidato es de una edad entre 40 y 50 años. Pero en cambio hay casi 9 millones de pensionistas en España y casi el 50% de los españoles es mayor de 44 años. Atención políticos, no sea qué a alguien se le ocurra crear un partido de pensionistas y jubilados., porque ellos sí saben distinguir lo principal de lo accesorio.

 

 

*  Remigio BENEYTO BERENGUER

Profesor de la Universidad CEU Cardenal Herrera.

Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.

Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

 

 

Islas Canarias, 17 de mayo de 2022.

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