Meditaciones de un creyente (I)

AL FINAL DE ESTE ARTÍCULO, TRAS LA FIRMA, PUEDES DEJAR TU OPINIÓN Y RESPUESTA…

Remigio Beneyto Berenguer *

 

Pido disculpas porque, en las próximas tres o cuatro semanas, desde la sencillez y el nerviosismo, pero con total convicción, me gustaría compartir con todos ustedes una humilde reflexión sobre lo que vamos a celebrar la semana del 3 al 9 de abril: la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo Jesús.

 

CELEBRAR CON JÚBILO LA ENTRADA DE JESÚS EN JERUSALÉN.

 

Si no somos como niños, no sabremos captar la grandeza de nuestro Dios, que viene en un borrico, que nadie había montado todavía. A medida que avanzaba, la gente tendía los mantos sobre el camino, y todos corrían entusiasmados por la alegría de recibir al Salvador.

 

Aprendamos en estos días santos que la humildad y la sencillez nunca molestan a nadie; y que estas cualidades siempre enaltecen y hacen grande y triunfante a quien las practica.

 

Aprendamos a ser acogedores, a que en nuestra casa siempre haya espacio para los demás, especialmente para los más pobres y necesitados. En cada momento hemos de saber descubrir quiénes son los pobres y necesitados (quizá ahora lo sean los parados, los marginados, los inmigrantes, los que están solos).

 

Sobre todo, aprendamos a ser como los discípulos que alababan a Jesús diciendo: “¡Bendito el que viene, el rey, en nombre del Señor! ¡Paz en el Cielo y Gloria en las alturas!

 

COMPARTIR CON JESÚS LA ÚLTIMA CENA.  

 

“El primer día de los ázimos se acercaron los discípulos a Jesús diciendo: ¿Dónde quieres que te preparemos la Cena de Pascua? Él dijo: “Id a la ciudad, entrad en casa de Fulano y decidle: “El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar en tu casa la Pascua con mis discípulos”.

 

Vivamos en las distintas Cofradías y Hermandades la cordialidad, la alegría, el compartir la comida y el vino. Y también el poder compartir los malos momentos, las penas, que ahí es donde más difícil se hace el compartir. Las penas compartidas son menos penas.

 

No hace falta recordar lo importante que es el compartir mesa y mantel. Ahí surge lo mejor de nosotros: la exaltación de la amistad, la relación desinteresada, el estar con los nuestros porque sí, simplemente porque sí, porque con ellos somos nosotros mismos.

 

Aprendamos la cordialidad de hablarnos con el corazón y desde el corazón, que es lo que significa cordialidad.

 

Aprendamos lo que es la generosidad, la capacidad de invitar, de desprenderse de lo que tenemos, para los demás. Y, si es posible, compartiéndolo juntos. No olvidemos que compartir cuando tenemos en abundancia no cuesta, incluso hasta nos resulta gratificante.

 

En cambio, compartir lo poco que tenemos nos resulta humillante y no lo hacemos. Jesús, en cambio, quiere que compartamos de lo poco que tenemos, de lo único que tenemos para vivir, como la pobre viuda del Evangelio.

 

Y tengamos en cuenta que quien quiera ser el primero sea el servidor de todos, aprendamos a servir, incluso en el sentido literal del término. Hemos tenido un buen maestro, Jesús, en el lavatorio de los pies. No tengamos miedo a estar al servicio de los demás.

 

ACOMPAÑAR AL CRISTO DE LA FLAGELACIÓN, AL SEÑOR EN LA COLUMNA.

 

Si el dolor de los látigos (tiras de cuero trenzadas con piezas de hueso y metal) es terrible, no es nada comparado con el dolor que siente quien ha amado hasta el límite y su recompensa es el abandono, la negación, la traición e incluso el que se prefiera antes a Barrabás.

 

Pensemos en el inmenso dolor que sentimos cuando amamos con locura a nuestros hijos, a nuestros maridos, a nuestras mujeres, a nuestros familiares y amigos, y la recompensa que encontramos es la del latigazo, la del insulto, el desprecio o el abandono. Revisemos con verdadera contrición si somos nosotros quienes actuamos así con los demás.

 

Miremos con respeto y admiración al Cristo atado a la columna, indefenso. ¿Por qué le atáis si él no se defiende?

 

Como vaticinaba el Profeta Isaías: “Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado… Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron”.

 

 

*  Remigio BENEYTO BERENGUER

Profesor Catedrático de la Universidad CEU Cardenal Herrera.

Departamento de Ciencias Jurídicas

Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad CEU de Valencia.

Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

 

Islas Canarias,23 de marzo de 2023

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *